Mañana PELIGROSAS UNIONES Gracias por seguir Compláceme y Destrúyeme.
Abracé mi mochila contra mi pecho e hice varias respiraciones. Me sentía demasiado nerviosa cómo para intentar conversar con él. Desde que habíamos vuelto a casa, las cosas entre los dos estaban yendo muy bien, pero también, demasiado rápido. —¿Te inquieta que haga esto? —inquirió con la vista en la carretera. Negué una vez. En realidad, me emocionaba. Esa mañana, cuando desperté, él estaba allí y, para mi sorpresa, me ofreció llevarme a la universidad. —¿Sigues preocupada por Liliana? Ella está recuperándose muy bien, pronto será dada de alta. Entonces te llevaré a verla. Era verdad que aún me angustiaba su estado de salud. Ese hombre le había roto 4 costillas y la había matado de hambre por 9 días. Ya llevaba en el hospital poco más de 3 semanas, y yo aún no podía visitarla. Cuando aparcó en el estacionamiento, me volví hacia él ansiosa. —Sí usted no puedo acompañarme, yo puedo visitarla... Su expresión se endureció. —Recuerda lo que me prometiste —me recordó—. No irá
Al volver a casa, lo primero que vi fue el lustroso Rolls Royce del señor Demián aparcado en el estacionamiento subterráneo de la casa. Mad estacionó su auto al lado del otro y bajó del coche conmigo. Me dio una reconfortante palmadita en la espalda. —No pasa nada, Livy, yo inventaré una excusa por haberte traído a casa tan tarde. Esbocé una leve sonrisa y ambos subimos las escaleras. En la cocina, encontramos a Madame Mariel preparando la cena. —Hola, Madame —la saludó Mad—. ¿Dónde está el señor? Ella nos sonrió. Sostenía en las manos un cuenco de cristal con una extraña mezcla dentro. El simple olor extremadamente dulce bastó para hacerme sentir náuseas. —En su estudio. Llegó temprano, te está esperando. Mad se despidió de ambas y después subió a la tercera planta. Yo pensé en hacer lo mismo, subir a la habitación y dormir un poco antes de la cena, pero al final decidí quedarme en la cocina. Sí iba arriba, solo me pondría a pensar y pensar en lo que me había dicho la doc
Por fin pude recorrer su cuerpo sin sentirme una invasora. Mis dedos delinearon lo ancho de sus hombros, los fuertes bíceps hasta alcanzar sus manos. Entrelacé mis dedos con los suyos y lo miré a los ojos con intensidad, a la vez que me mordía el labio para no gemir. El sudor perlaba su frente y la fricción entre nuestros cuerpos aumentaba conforme sus arremetidas se volvían más rápidas. Mi corazón latía cada vez más deprisa, amenazando con colapsar, pero ninguno de los dos pensaba detenerse. Abracé sus caderas con las piernas y elevé un poco las mías. Su mirada centelleó de placer, emitió un leve gruñido y soltó una de mis manos para poder apoyarla en una esquina de la mesa. Me miró desde su altura, estudiando cada cambio en mi expresión. Yo me sentía a punto de explotar, un abrasivo placer recorría todo mi cuerpo al ritmo de sus embestidas. —¡Oh, mi señor...! Apoyé una mano en su abdomen y comencé a retorcerme, al borde del clímax. Pero él se inclinó sobre mí y apoyó su cue
Me clavé las uñas en las palmas de las manos hasta que me dolieron, pero no retrocedí. Ahora que ella lo sabía, las cosas se complicarían a un nivel completamente nuevo; sin embargo, no dejé que eso me llenara de miedo. Por el momento. —Pensé que eras demasiado noble para hacer esta clase de trucos —comentó dejando caer mi mochila y el folleto al suelo—. Pero eres un poco retorcida. Con sus altos tacones, pasó por encima del trozo de papel hasta llegar a mí. —Te embarazaste de “tu señor”, ¿con qué fin? —inquirió ladeando su largo cuello de cisne al tiempo que esbozaba una burlona sonrisa—. ¿Piensas que una tontería cómo esa le hará quedarse contigo? ¿O es el dinero que crees que obtendrás por darle un hijo de una prostituta de burdel? De inmediato los colores treparon a mi rostro. —¡Te equivocas!, yo jamás haría algo así. Mi bebé... Al mencionar lo último, su expresión se crispó. —Qué bueno que lo mencionas —dijo entre dientes—. Por qué no te hubiera funcionado. Para D
Apenas Gisel salió de la casa y subió a su lujoso Camaro, yo corrí escaleras arriba. Me puse lo primero que encontré, y después bajé a toda prisa. En la puerta de la casa, me topé con Mad. Ambos retrocedimos un paso, sorprendidos. —¿Todo bien, Livy? Asentí, pero respiraba agitadamente. En mi cabeza, todas mis ideas se enredaban, llevándome a pensar muchas cosas, algunas escalofriantes. —Ven, te llevaré a la univer... Negué una vez. —No, llévame con el señor Demián. Por favor. Por un largo instante, me miró sin comprender, y yo le sostuve la mirada con decisión, ocultando mi ansiedad. Finalmente, Mad asintió. —Está bien. Pero a él no le gustara. Yo también era muy consiente de eso, sin embargo, aun así, pasé por su lado y salí de la casa. Sin una palabra, ambos subimos al coche, y después de vacilar brevemente, Mad se puso en marcha y salimos de la residencia. Manejó por más de una hora, hasta que entró en una amplia avenida que reconocí al instante. Posteriormente
Poco tiempo atrás, le había dicho que no deseaba alejarme de él, aunque tuviese un lugar al cual llegar, porqué era inmensamente feliz a su lado. Pero en ese preciso instante, mientras miraba esos hipnotizantes ojos carentes de cualquier sentimiento por mí, me arrepentí de mis palabras. No había nada intimo entre nosotros, ningún motivo para llamarlo por su nombre. —Señor, quiero irme... —Olvídalo. Me zafé de su agarré y me dirigí hacia la puerta. Pero antes de que siquiera pudiera poner una mano en ella, me sujetó del brazo. De un solo movimiento me estampó contra la puerta, atrapándome entre la madera y él. —¡Basta! —chillé debatiéndome—. ¡Suélteme! ¡Quiero irme! Pensé que me cubriría la boca para silenciarme, pero en lugar de eso, miró hacia una esquina de la habitación. En ella había una pequeña cámara que no había notado hasta ese momento. —Por favor... —le supliqué con los ojos llenos de lágrimas—. Déjeme ir. No hubo efecto alguno, su mirada volvió a mí, más abras
Todo se hizo cómo el señor Demián había ordenado; apenas entramos a la casa, Mad le ordenó a Madame Mariel dejar la casa inmediatamente, y luego de algunas cortas llamadas, llegaron varios autos negros. De ellos bajaron un puñado de hombres, se apostaron con discreción en torno y fuera de la casa. Yo permanecí en la sala, sentada en el suelo. Mirando cómo un hombre de traje colocaba diminutas cámaras por doquier. No sabía qué sucedía allí, pero no me gustaba. De hecho, me inquietaba más que la extraña actitud del señor Demián. —¿Él cree que intentaré escapar? —le pregunté a Mad. Él se alejó del hombre que cambiaba la cerradura común de la puerta por una inteligente, y vino hacia mí. —Él sabe que no irás a ningún lado. Suspiré y apoyé el mentón en las rodillas. —Creo que estuve a punto de hacerlo. Le confesé fijando la vista en la calle, luego alguien vino y cerró las persianas, dejándonos casi en penumbras. —Cuando me dijo todas esas cosas, cuando me trató de esa form
Deslizó sus labios a lo largo de mi cuello, besando cada punto sensible a su paso, haciéndome apretar los muslos y cerrar fuertemente los dientes. —N-no podemos... —mascullé arqueando la espalda, sintiendo cómo mordía ligeramente mi clavícula—. Ahora no... Sin dejar de besarme, apoyó una palma en la parte más baja de mi espalda. Me pegó a su cuerpo. —¿Crees que es tan estúpido para venir aquí estando yo? —habló contra mi piel. No, no lo creía. Pero ese no era el problema. —Todos esos hombres... —hice una pausa y jadeé. Sentí sus dedos juguetear con el cierre del vestido —. Ellos están fuera... Nos escucharan... —Eso no me importa. Te deseo, Lizbeth. Te quiero para mí ahora. De un movimiento bajó el cierre y la prenda cayó a mis pies. Y sin darme la oportunidad de avergonzarme, me tomó en brazos y me arrojó en el sofá. El impacto me dejó sin aire, pero solté una risita. Aturdida, solo pude mirarlo trepar sobre mí, sacarme las bragas y separarme bien las piernas. Durante