Capitulo 2

Alexander no tenía idea de lo que estaba pasando y es que no era típico en ella el actuar de ese modo. 

 —¿Qué es lo que te sucede? —le cuestiono extrañado.

Por desgracia Emilia no contesto, sino que tan solo se acercó un poco más a él; lo cual le sorprendió de inicio. Sin embargo, pronto se dio cuenta de lo que pretendía y es que se ocultaba tras suyo, mismo que solo causo su mayor desconcierto. 

No lograba entender lo que pudo hacerla actuar de ese modo.

 —¿Qué diablos te sucede Emilia? —deseo entenderlo. 

 —Cállate y no te muevas —respondió de forma cortante. 

 —Lo are si no me dices lo que ocurre —advirtió, mientras comenzaba a hacer girar el banco sobre el que se encontraba sentado. 

Emilia no pretendía dejar que eso ocurriera, así que lo retuvo con firmeza.

 —Hablo en serio, si te mueve te lastimare —lanzo un ultimátum en su contra.

Alexander en cambio le presto poca atención a sus palabras, soltándose de su agarre para comprobar de lo que se trataba. 

En cambio, a sus espaldas no encontró nada fuera de lo normal. Tan solo un grupo de ejecutivos de la banca, chicas jóvenes tomando una copa y un par de viejos empresarios ensartados en una acalorada discusión. Nada que pudiera causar una reacción como esa o al menos lo creyó de ese modo hasta que vio algo más. 

En el fondo del lugar se encontraba un hombre, quien justo se levantaba de su asiento y comenzaba a caminar en su dirección. Debía rondar los 35 años, un tanto regordete y con una actitud de lo más jovial y alegre. 

 —¿Quién ese ese galán? —le cuestiono burlándose.

 —Eres muy gracioso. Mi padre me lo presento hace algún tiempo, tuvimos una cita por mera cortesía y desde entonces cada vez que nos encontramos trata de invitarme de nuevo. No sé qué más hacer para alejarlo, esto me resulta cada vez más molesto —admitió mientras tomaba su bolsa de la barra y pretendía salir de ahí. 

 —No me digas que tus padres aun intentan casarte, uno pensaría que a estas alturas ya habrían perdido toda esperanza al respecto —continúo mofándose. 

 —Ya vez que no, son más persistentes que un lobo con su presa —reconoció.

 —Ahora ayúdame a salir de aquí —le pidió, aun en contra de sí misma.

 —Claro que no, ahora sé que no soy el único candidato en esta carrera y me encantaría poder conocer a mi competencia —bromeo, riendo abiertamente.

 —Me debes una o es que acaso debo recordártelo —respondió con severidad. 

 —No, por supuesto que no.

 —En ese caso ayúdame a salir de aquí —repitió, tomándolo del brazo para que se levantara de su asiento.

 —Pero… —trato de negarse de nueva cuenta.

 —Ya me dirás todo lo que desees luego, cuando estemos fuera de aquí —se apresuró a afirmar.

 —¿Y mi novia? —argumentó.

 —Tampoco te pido que vallas conmigo a casa, solo ayúdame a salir de aquí sin que ese imbécil de me acerque —le pidio, logrando que al fin se levantara de su asiento.

 —Está bien, solo que sea rápido. No quiero hacer esperar a mi novia —acepto. 

 —Te aseguro que ella estará bien —respondió mientras lo tomaba por el brazo y comenzaban a caminar hacia la salida, usándolo como un escudo para que aquel tipo no la viera.

Su plan pareció funcionar, porque continuo su camino hacia la barra, buscándola. 

 —Gracias —dijo Emilia, una vez se encontraron fuera del bar, en la recepción del hotel.

 —¡Valla! No creí que fueras capaz de pronunciar siquiera esa palabra —admitió con fingida sorpresa.

 —No tientes a tu suerte y acompáñame a mi auto —ordeno con aquella voz de mando y autoridad que parecía caracterizarla.

 —No tientes tu a tu suerte o te regresare al bar con tu apuesto pretendiente —advirtió, deteniendo de forma abrupta su andar. 

 —No te atreverías —afirmo y es que estaba segura de que solo blofeaba.

 —Si no me crees, supongo que entonces tendré que mostrártelo —opino soltándose de su agarre para tomarla de la mano e inicio a caminar de regreso al bar, llevándola con él por la fuerza.

Emilia había dado por hecho que mentía, hasta que sintió como la llevaba de vuelta.

 —Detente —le exigió mientras trataba de oponerse, por desgracia sus zapatillas de tacón no hacían mucho por ayudarle; además claro de que él era más fuerte. 

 —¿Por qué lo aria? Esto será fantástico —argumento, sin poder mantener su actitud seria por más tiempo y es que pronto apareció una sonrisa en sus labios.z

 —Tienes que dejar esto, maldito loco. ¡No estoy jugando! —alzo la voz sin importarle que alguien más la escuchara.

Alexander en cambio hizo oídos sordos a sus reclamos y continuo con su deseo de molestarla, lo cual valla que le divertía. Estaba pasando un buen momento, hasta que de pronto vio algo que le descoloco por completo. Algo que causo que se detuviera en un instante.

Vio algo imposible, a su novia atravesar el vestíbulo; pero no lo hacía sola. Caminaba de la mano de un hombre alto; pero no era eso lo que más le preocupaba, sino el hecho de lo cerca que se encontraban uno del otro y la expresión de felicidad en sus rostros. 

Se encontraba a punto de llamarla, exigirle una explicación con respecto a lo que sucedía; cuando lo vio. Vio como ella se le acercaba y lo besaba, no se trató de un gesto de despedida. Fue algo más que eso, pues lo beso justo en los labios y con una pasión que le sorprendió.

Aquel beso solo podía tener un motivo y ese le aterraba hasta lo más profundo. 

Por desgracia, para cuando salió de su asombro; ella y su acompañante salían por la puerta principal, abandonando el edificio. No podía permitir que lo hicieran, no sin obtener una explicación de su parte. No lo pensó siquiera y se dirigió a la puerta con premura deseando alcanzarles. Era tanta su desesperación, que no se dio cuenta de que no se encontraba solo y es que aun sostenía con firmeza la mano de Emilia. 

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