Capitulo 4

Cuando Emilia comenzó a despertar, lo hizo sintiéndose confusa y es que no recordaba lo sucedido o al menos fue así en un principio. 

Pronto observo todo a su alrededor, se encontraba en una habitación pintada en su totalidad de color blanco, lo cual, acompañado aquel característico aroma a alcohol y desinfectante, le hizo dar cuenta del sitio en el que se encontraba.  

Estaba en una habitación de hospital y ser consciente de eso le hizo recordar los acontecimientos de esa noche, mismos que terminaron en un coque de auto. 

Apenas fue consciente del todo de si misma, se dio cuenta de que por fortuna no parecía encontrarse gravemente herida. Portaba un collarín, sentía un liguero sabor metálico en su labio inferior y usaba una clase de cabestrillo en una de sus muñecas. Fuera de eso se sentía bien, tan solo se sentia levemente dolorida. 

Sin embargo, eso no mermaba su furia y es que tenía en claro quién era el culpable de que se encontrara ahí. Su molestia no radicaba tanto en el daño sufrido, sino en lo que podría causar la noticia del accidente y pretendía hacérselo pagar.

Se levanto de la cama, sin importarle el malestar y arranco la línea de suero de su brazo sin el menor cuidado para salir en su busca. 

No le costó mucho dar con él, pues se encontraba en la habitación de al lado aun inconsciente. Había una venda cubriendo su cabeza, una bota ortopédica en su tobillo; fuera de eso parecía encontrarse en buen estado. Lo cierto es que parecía frágil, un tanto pálido y eso le preocupo; no obstante, no se dejó guiar por tal sentimiento y se decidió a dar paso a la furia. 

Le golpeo levemente en el hombro tratando de despertarlo; pero cuando eso no funciono, decidió optar por algo un tanto más drástico y golpeo su rostro. Le propino un par de bofetadas, intentando que recuperase el sentido y por fortuna en esa ocasión funciono. 

Alexander comenzó a abrir los ojos con lentitud y volteo a su alrededor, al tiempo en que rememoraba con tristeza lo sucedido. No era el accidente lo que le afectaba, sino lo ocurrido antes de eso. Lo que en verdad le dolía era la traición de su querida novia, de la mujer que era el amor de su vida.

Para su infortunio, no podía regodearse en su dolor y es que pronto se dio cuenta de que no se encontraba solo. Emilia se hallaba parada justo a un lado de la cama, viéndolo fijamente. 

 —Emilia, yo… —trato de justificarse.

Ella, en cambio, no se encontraba dispuesta a escuchar sus excusas y no tardo en hacérselo saber.

 —No te atrevas a decir ni una sola palabra, no quiero escuchar tus excusas. Lo único que deseo en estos momentos es poder golpearte —afirmo mientras le propinaba un fuerte golpe en el brazo, causándole dolor y es que lo hizo con fuerza.

 —Por tu culpa sufrimos este accidente —le reprocho.

 —¿Mi culpa? Fuiste tu quien se lanzó al asiento delantero y me distrajo —deseo hacerla en parte responsable, aun cuando sabía que no lo era y es que fue solo su culpa.

 —No seas absurdo. Te comportaste como todo un loco al robar mi auto, secuestrarme y no contento con eso estrellarnos. Pude haber muerte y te aseguro que si hubiese ocurrido te habría perseguido como alma en pena por el resto de tu vida —le advirtió con severidad.

 —No digas tonterías, si hubieses muerto irías directo al infierno —respondió de inmediato tratando de defenderse. 

Lo cierto es que prefería usar su ingenio, a pensar en la sola posibilidad de que en efecto le hubiese ocurrido algo tan terrible; pues tenía en claro que sería solo su culpa. 

  —Muy gracioso, pero ten por seguro que esto te lo are pagar —le amenazo, viéndolo fijamente a los ojos.

 —¿Y cómo es que piensas hacer eso? —decidió preguntarle, sin dejarse intimidar en lo más mínimo por esta.

 —Se lo diré a la policía —contesto con toda naturalidad.

 —No seas absurda, no arias algo como eso —rebatió sin demora sus palabras y es que le parecían solo absurdos.

 —Hablo en serio, sé que estarán encantados de saber lo que sucedió; incluso escuche que ya estuvieron por aquí pidiendo hablar conmigo y esta vez me encontraran lista para contárselos todo —afirmo, mientras se dirigía a la salida.

 —No serias capaz —le aseguro, aparentemente convencido al respecto.

Por desgracia esa seguridad no tardo en disiparse, dando paso al temor. La conocía desde hacía años como para saber que podía volverse impredecible cuando estaba disgustada y en esos momentos lo mejor era salir de su camino lo antes posible.

No podía dejarla cometer una tontería, de la cual estaba seguro de que después se arrepentiría. Por lo cual, y aun cuando sentía dolor en sus costillas, comenzó a incorporarse.

 —¡Alto hay! —exclamo con fuerza.

Sus gritos detuvieron su andar, haciendo que volteara a verlo justo a tiempo para ver como Alexander perdía el equilibrio debido a su pie herido. Comenzó a caer al piso sin poder evitarlo y se habría golpeado, de no ser porque regreso a ayudarlo.  

Se apresuro a sostenerlo entre sus brazos, evitando que callera al piso. 

Alexander se abrazó a ella, intentando recuperar el equilibrio, a la par de retenerla. Pretendía disculparse con ella, revelarle la verdad de lo ocurrido y esperar que lo entendiese.

Desgraciadamente, no tuvo oportunidad de pronunciar palabra alguna; pues en ese momento escucho como la puerta de la habitación se abría. 

Apenas levanto la vista en esa dirección se encontró con sus padres y los padres de Emilia. Todos ellos les observaban fijamente con una gran sonrisa en sus rostros. 

 —¡Les dije que era verdad! —comento Paul, el padre de Alexander con fuerza, atrayendo la atención de todo el mundo.

 —Si, lo dijiste —admitió Lucas.

 —Claro que sí, sabía que tarde o temprano ocurría. Solo que no espere que ocurriera sin que les diéramos un buen empujón y sobre todo no tan rápido —reconoció, aun sorprendido.

 —Somos afortunados, se casarán —declaro Lucas con alegría. 

Ambos solo pudieron escuchar la semejante locura que salía de sus labios, sin tener la menor idea de cómo reaccionar al respeto o de donde habían sacado algo como eso. 

 —¿Casarnos? —pregunto Emilia apenas fue capaz.

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