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En el momento en que sus ojos se encontraron con los suyos, algo extraño entró en su torrente sanguíneo bombarding más sangre de lo habitual, tenía el corazón a mil por hora y el molesto temblor en sus piernas.

Estupefacción e incredulidad la abordaron de inmediato, Mabel se habría imaginado a un viejo con calvicie, o algún escuálido como Raymond, todo menos un espécimen de hombre sacado de Hollywood o de una famosa pasarela de moda.

Tragó duro.

Ya no sabía qué era peor, tener a alguien tan apuesto al frente o a un gruñón profesor.

—Señorita Mabel, ¿podría justificar su retraso? —cuestionó educado, sin embargo la pregunta también envolvía cierta molestia, no dejaba de atravesarla con su fija mirada, era tan obvio el enfado porque ella había interrumpido con su explicación.

Mabel no supo qué decir de inmediato. Ni siquiera notaba que estaba quedando como tonta ante sus compañeros. Su cabeza estaba volando, además de que seguía repitiendo la forma en que pronunció su nombre, tan sensual
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