—¿Eh…? —balbuceó, sin comprender qué le pasaba. ¿Qué había hecho para provocarle esa mirada?—¡Ay, por Dios! —se quejó un vendedor ambulante de frutas—. ¡Traes una panza enorme y ni ves por dónde andas! Te llamé, y ni caso hiciste.Era evidente: Luciana había caminado distraída, sin notar el peligro.—Lo siento —se disculpó Luciana, apenada—. De verdad, no lo oí.—No pasa nada —respondió el vendedor—, pero ponga más atención.Entonces, Luciana se fijó en el gesto de Alejandro y comprendió por qué estaba tan alterado. Pero, ¿podía soltarla ya?—Gracias, estoy bien —dijo Luciana.Alejandro la examinó con una mezcla de risa irónica y enojo:—¿En serio no te importa tu propia seguridad? ¿Caminas sin mirar? ¿En qué estás pensando?—No pensaba en nada —murmuró ella, bajando la cabeza y acomodándose un mechón de cabello—. Solo me distraje un momento… ¿Tú tan temprano aquí? ¿Vas a ver al abuelo?Cambió de tema de manera evidente.—Sí —replicó Alejandro con un nudo en la garganta—. Voy a desayu
Nadie se atrevería a suspender a Luciana nada más por sus asuntos personales. Tenía que ser otra cosa.—Ha sido denunciada de plagio… —respondió Rosa, y le expuso la historia completa, desde el inicio.Alejandro escuchó en silencio, cada detalle, sosteniendo el teléfono con fuerza.—Ya veo —murmuró, al final—. Entiendo.Estaba por colgar cuando soltó una pregunta:—¿Por qué no me lo notificaste antes?Después de todo, él había encomendado a Rosa que estuviera al pendiente de Luciana. Aquello no era un asunto menor.—Yo… —dudó ella—. Supuse que se veían con frecuencia y que Luciana te lo contaría de primera mano.—De acuerdo —dijo Alejandro con sequedad—. Gracias por la información. Adiós.Colgó. Rosa quedó con el teléfono en la mano, mordiéndose el labio con inquietud. Tenía la certeza de que algo andaba mal entre Luciana y el señor Guzmán: si ignoraba incluso que la hubieran suspendido, tal vez no tenían contacto hace tiempo.Mientras tanto, Alejandro, sujetando el celular, murmuró co
Al oírle mencionar a Fernando con tanto desprecio, Luciana se quedó perpleja.—¿Qué tiene que ver Fernando? —preguntó, sin ocultar su molestia—. ¿Por qué lo desprecias así, de la nada?—¿Te dolió que lo insultara? —replicó Alejandro, con una risa áspera y la mirada encendida—. Vaya, cómo brincas por él.Luciana pensó: “¡Ya se puso en plan irracional!” y prefirió no desgastarse con discusiones. Lo observó con expresión fría y zanjó la conversación:—¿Ya terminaste? Cuando acabes de despotricar, por favor, vete. No tengo cabeza para tus arranques.Dicho esto, se dejó caer en el sofá, girando el rostro para no verlo, sin la menor intención de ofrecerle siquiera un vaso de agua. “Si viene a portarse como un perro rabioso, pues que lo resuelva él solito”, reflexionó.Alejandro, al notar su creciente enojo, sintió una punzada de arrepentimiento; no estaba allí para pelear. “¿Por qué me resulta imposible evitar que se enfade…?”, pensó con frustración.—No te aceleres —dijo él, tratando de cal
Dirigió una mirada casi imperceptible al vientre de Luciana.—Necesitas mantener un buen estado de ánimo, relajarte.Ella asintió, mordiéndose suavemente el labio.—Sí, entiendo.—Bueno, entonces me voy.Alejandro se levantó para marcharse. Apenas caminó un par de pasos, se detuvo y volteó a verla.—Eres bien desconsiderada... Vengo a verte y ni un vasito de agua me ofreces.—Yo… —Luciana se sintió algo apenada—. ¿Tienes sed? Puedo traerte uno ahora…—No te preocupes —contestó él, sonriendo para tranquilizarla—. Lo dejamos para la próxima. Ya recibirás buenas noticias de mi parte.Luciana lo acompañó hasta la puerta.—Cuídate… Nos vemos.—Sí.Ella se quedó allí un rato, respirando hondo antes de cerrar. Dejando de lado la parte dolorosa de su matrimonio, había que admitir que Alejandro… se portaba bastante bien con ella.Aquella misma noche, Alejandro regresó.Luciana le abrió y lo invitó a pasar. Con la queja de la mañana presente, se adelantó:—¿Quieres que te sirva un vaso de agua?
Luciana comprendió su plan. Incluso si Luisa se retractaba de la acusación, el escándalo ya estaba hecho. Y aunque terminara, ella misma quedaría con una mancha difícil de borrar.—Pero… ¿tú qué pruebas tienes? Yo ni siquiera logro dar con nada concreto.—Prefiero guardarme ese detalle por ahora —contestó él con un aire misterioso—. Cuando todo esté listo, lo sabrás.Mientras hablaba, tomó la iniciativa de acercarle otra porción de verduras.—Come un poco más. Te noto más delgada últimamente.—¿De verdad?—Sí, claro.Terminaron de cenar y luego Alejandro la llevó de regreso a su departamento. Después, él puso rumbo a la Macroplaza, donde ya lo esperaban Salvador, Jael y Jacobo, además de Nathan, su abogado.Nathan no estaba allí para pasar el rato; había ido exclusivamente a ver a Alejandro.—Señor Guzmán —lo saludó.—Toma asiento —respondió Alejandro mientras se desabrochaba el saco y lo lanzaba sobre el sofá—. Cuéntame, ¿cómo va todo?—Estamos avanzando bien —informó Nathan—. Los doc
Alejandro se limitó a asentir. Bajó la vista hacia Luciana y habló con voz serena.—Tranquila, aquí estaré. No tengas miedo.—De acuerdo… —respondió ella, tomando aliento antes de entrar.El profesor las condujo a una pequeña sala de reuniones. Allí se encontraban el decano y el director académico, además de otros representantes de la facultad. También estaba Delio, quien, al ver a Luciana, la saludó con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa alentadora. Solo ese gesto la hizo sentir algo de calma. Aunque seguía sin saber qué había hecho exactamente Alejandro.—Tomen asiento —indicó el decano.Luciana y Luisa obedecieron. Enseguida, el decano sacó dos copias de un documento y las colocó frente a ellas.—Este es el informe pericial. El original lo conservamos nosotros.Luciana lo tomó y comenzó a revisarlo con cuidado. El texto explicaba con todo detalle los resultados de un análisis forense sobre los documentos que ambas habían presentado (tanto en papel como en formato digital).
—Gracias —musitó Luciana al acercarse, con la voz cargada de una sincera gratitud. Para ella, todo lo que él había hecho era impensable.Con su propia capacidad, jamás habría logrado el peritaje forense de manera tan rápida. Aunque se le hubiera ocurrido esa idea, el proceso habría sido larguísimo y, para cuando obtuviera resultados, quizá ya no habría vuelta atrás. Pero para Alejandro, era tan sencillo como mover un dedo.Lo miró con admiración, levantando el rostro para alcanzar su mirada dada la diferencia de estatura. Luciana no se daba cuenta de la expresión que tenía, pero Alejandro sí notó ese brillo de asombro en sus ojos. Sonrió con un deje de orgullo y se inclinó un poco hacia ella, acortando la distancia.—¿Te parece que soy muy capaz? —preguntó con un matiz pícaro en la voz.—¿Eh? —Luciana parpadeó, algo confundida. ¿Estaría malinterpretando las cosas o la situación realmente sonaba un poco rara? Además, sentía el aliento de Alejandro tan cerca que sus mejillas comenzaron a
Levantó la voz al final, con un gesto adusto:—¡Lárgate!Los ojos de Luisa se abrieron con pánico, reflejando el temor que le producían la furia y la determinación de Alejandro. Murmurando su frustración, dio media vuelta y huyó llorando.Al irse ella, un silencio incómodo se instaló entre Luciana y Alejandro. Ella apretó los labios y no supo qué decir.—Luciana, yo… —empezó él, aún ansioso por aclararlo todo—. No es lo que estás pensando. Aquella noche salí con Salvador y los demás a tomar algo…—No tienes que explicarme nada —lo interrumpió Luciana, agitando las manos con nerviosismo—. Nuestra situación actual no lo amerita.Después de todo, aunque seguían legalmente casados, sus sentimientos estaban rotos. La vida de Alejandro apuntaba a Mónica, ¿no?Él la miró fijamente, sin comprender del todo. Tenía el ceño fruncido.El ambiente se volvió todavía más tenso.—Ja, ja… —Luciana agitó la mano y soltó una risita forzada—. No soy Mónica, y qué bueno, ¿no crees? De lo contrario, habrías