Sin embargo, sentía las piernas pesadas como si arrastrara un gran lastre. Luciana no lo quería a su lado, estaba claro. ¿De qué servía forzarla? “Los hombres de verdad saben soltar”, se dijo. Si ella parecía más feliz sin él… no valía la pena insistir.***Dos días después, todo siguió su curso habitual. Luciana estaba segura de que la visita de Alejandro fue solo para disculparse, sin pretender nada más, y empezó a relajarse en su rutina.Aquella tarde, cargaba un fajo de historias clínicas ya revisadas, lista para archivarlas en el departamento de registro médico. Al abrirse el ascensor en su piso, se encontró, para su sorpresa, con Alejandro y Mónica dentro. Ella iba en silla de ruedas, con un suero conectado en su brazo izquierdo.Luciana desvió la mirada, sin saludar. Se disponía a esperar el siguiente elevador, pero Mónica, al verla, miró a Alejandro con curiosidad. Él frunció el ceño, salió del ascensor y sujetó el brazo de Luciana.—¿Eh? —exclamó Luciana, sobresaltada.Observó
Hacia las cinco o seis de la tarde comenzó a llover. Alejandro salió del ascensor con gesto serio: los resultados de los últimos exámenes de Mónica no habían sido favorables. Al llegar a la salida, distinguió a Luciana refugiada bajo el alero. Dedujo que no traía paraguas y se había quedado esperando a que dejara de llover.Dudó un segundo y se acercó a ella.—¿Sin paraguas?Al oírlo, Luciana levantó la mirada y asintió con una sonrisa.—Eso parece.—¿Te diriges a tu departamento?—Sí.—Está lloviendo muy fuerte; puedo acercarte.Su auto estaba en el estacionamiento subterráneo. Si Luciana lo acompañaba, no se mojaría.—No hace falta —rehusó ella.El semblante de Alejandro se endureció un poco, algo contrariado.—¿Por qué no? ¿Por ser yo? Todavía no soy tu exesposo, ¿no? Solo te ofrezco llevarte; ¿qué problema hay?—No es eso… —Luciana suspiró, sintiéndose algo injustamente acusada. Levantó su celular para mostrarlo—. Ya llamé a Martina y viene a recogerme.“¿En serio?”, pensó Alejandr
Así que Pedro carecía de todo concepto sobre un padre.—Sí —asintió Luciana—. Claro que tienes un papá; todos tenemos padre y madre.Pedro se quedó callado, notablemente confundido. Luciana no presionó; dejó que él lo asimilara a su ritmo. Tras un rato, él al fin habló:—Entonces, ¿mi papá tampoco está… igual que mamá?Al oírlo, Luciana sintió un pinchazo de dolor en el pecho y un sabor amargo en la garganta.—¿Por qué piensas eso, Pedro?Él frunció más el ceño, tratando de explicarlo:—Porque… nunca viene a verme.Luciana sintió que se le oprimía el corazón y los ojos se le humedecían. ¡De qué forma lamentaba haber sacado el tema! Al fin y al cabo, si Ricardo no encontraba donante de hígado, sería su destino. Él sembró la semilla del desinterés en sus hijos, y ahora cosechaba que Pedro asumiera que “papá no existía”.—Pedro, ¿por qué no pruebas esta fresa? —cambió de conversación, ofreciéndole un pedazo—. Mira, casi te manchas toda la cara —bromeó—. ¡Pareces un gatito!No se quedó a c
Al llegar al departamento, Luciana hurgó en una caja hasta encontrar un gran folder de acordeón. Dentro guardaba toda la información relacionada con su tesis de graduación, incluyendo una memoria USB con los borradores originales; eran fruto de su esfuerzo y no pensaba desecharlos ni perderlos. Tener esa documentación era la prueba perfecta de su autoría, pero aun así, seguía inquieta.A la mañana siguiente, se las entregó a Delio.—Profe, aquí tiene todo.—Excelente.Delio revisó el contenido y sonrió con alivio.—Con este material, veamos cómo Luisa pretende sostener su denuncia. ¿Cree que se soluciona con puras habladurías? No le servirá de nada.—Eso espero —murmuró Luciana.Solo quedaba aguardar a que la facultad y la dirección médica realizaran su investigación.Hacia la tarde, Delio regresó a la sección con un semblante sombrío.—¿Profe? —le preguntó Luciana, sintiendo que algo iba mal—. ¿Qué pasó?—No tengo buenas noticias —admitió, negando con la cabeza—. Parece que esa tal Lu
—Calma. Aún no llegamos a ese extremo. Estoy contigo y buscaremos otras soluciones.—Gracias, Profe —respondió Luciana con un hilo de voz, sabiendo que, sin evidencias nuevas, la influencia de Delio no bastaría para protegerla.Y en efecto, al día siguiente, recibió la notificación de su suspensión temporal.—Luciana… —le dijo Delio, casi impotente—. Todavía no es el fin. Podemos pensar en otras salidas.—Lo sé, Profe —contestó ella, esforzándose por sonreír.Pero ¿qué más podían hacer? Luciana intentaba mantenerse entera.—Profe, gracias por el apoyo —susurró, conmovida.—No agradezcas… —Delio negó con la mano, frunciendo el ceño. Al cabo, no pudo contener su pregunta—. Oye, ¿tu esposo sabe de esto?—¿Eh? —Luciana parpadeó, confusa—. No. ¿Por qué habría de contárselo?Delio estaba al tanto de los roces entre Luciana y el señor Guzmán, a raíz de los problemas con Clara. Aun así, dadas las circunstancias, pensó que tal vez él podía ayudar:—Es que esto me parece muy extraño. Luisa no sa
—¿Eh…? —balbuceó, sin comprender qué le pasaba. ¿Qué había hecho para provocarle esa mirada?—¡Ay, por Dios! —se quejó un vendedor ambulante de frutas—. ¡Traes una panza enorme y ni ves por dónde andas! Te llamé, y ni caso hiciste.Era evidente: Luciana había caminado distraída, sin notar el peligro.—Lo siento —se disculpó Luciana, apenada—. De verdad, no lo oí.—No pasa nada —respondió el vendedor—, pero ponga más atención.Entonces, Luciana se fijó en el gesto de Alejandro y comprendió por qué estaba tan alterado. Pero, ¿podía soltarla ya?—Gracias, estoy bien —dijo Luciana.Alejandro la examinó con una mezcla de risa irónica y enojo:—¿En serio no te importa tu propia seguridad? ¿Caminas sin mirar? ¿En qué estás pensando?—No pensaba en nada —murmuró ella, bajando la cabeza y acomodándose un mechón de cabello—. Solo me distraje un momento… ¿Tú tan temprano aquí? ¿Vas a ver al abuelo?Cambió de tema de manera evidente.—Sí —replicó Alejandro con un nudo en la garganta—. Voy a desayu
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese