—¡Alex!—¡Señor Guzmán!En ese momento aparecieron finalmente Sergio y Ronaldo, el director general de Empresa Casabella. Al ver la escena, se llevaron un susto y corrieron a separarlos, cada uno sujetando a uno de los peleadores.—¡Suéltame! —rugió Alejandro, como si lo cegara la furia—. ¡Hoy mismo lo reviento!—¡Ja! —exclamó Fernando, con la respiración agitada—. ¡Vamos, intentalo! Si no me matas hoy, “nieto”, no seré yo quien te respete.—¡Pero bueno! —exclamó Ronaldo, tomando a Fernando de los brazos—. Señor Domínguez, por favor, deje de provocarlo. Mire cómo lo ha dejado…—Sergio, suéltame —ordenó Alejandro con rabia.—Alex… —Sergio negó con la cabeza con resignación—. Si te suelto, lo matas de verdad. Llamaré a seguridad para que se lo lleven, ¿te parece?—¡No!—¡Tampoco!Ambos hombres gritaron al unísono, cada uno más dispuesto a pelear que a retirarse, como dos hienas rabiosas que nadie podía frenar.Ronaldo y Sergio se quedaron sin palabras. Con todo, el forcejeo bajó apenas u
Luciana, con cubrebocas y guantes, salió a recibirlos:—¿Qué tenemos?—Una herida por asta de toro, con daño en la zona torácica…—Aquí se ve más abdominal —corrigió ella—. Entren de una vez y pónganlo en monitor. Necesito a una enfermera que inicie la vía y prepare el abdomen. Informen a quirófano que se prepare la mesa; yo haré la extracción de sangre para mandar análisis y pedir sangre al banco si hace falta.—¡Entendido, doctora!A pesar de lucir una barriga ya notable, Luciana no se veía apocada en lo más mínimo; se desenvolvía con la misma agilidad de siempre.Alejandro llegó justo para verla girar hacia la sala de emergencias, mientras las puertas se cerraban tras ella con un suave “whoosh”. Se quedó en la sala de espera, sin más remedio que sentarse y aguardar.Poco después, Luciana salió con un expediente en la mano, alzando un poco la voz:—¿Quién es el familiar?—¡Yo! —se escuchó del otro lado.—Necesito que me acompañe; hay que aclarar algunos detalles y firmar autorizacion
Tras la sorpresa inicial, Luciana se recompuso. No le contestó de inmediato; en cambio, soltó una risa cargada de ironía:—¿Por qué lo preguntas?A Alejandro le bastó ver esa reacción para intuir que, en efecto, la había juzgado mal. Quizá sentía un extraño alivio… y, a la vez, cierta desazón. No sabía si alegrarse o frustrarse. Sostuvo su mirada y dijo en voz firme:—Solo quiero saber la verdad.—¿La verdad…? —repitió Luciana, con una sonrisa aún más cínica, como si de pronto se divirtiera con sus palabras—. Qué curioso. Lo tenías ya “todo claro”, y ahora, ¿vienes a “reabrir el caso”? ¿A “exhumar el cadáver”? ¿Le preguntaste a la difunta si quería…?—Ya entendí —cortó Alejandro con el ceño fruncido, sus ojos brillando entre remordimiento y un amago de enfado. “Sigue teniendo una lengua afilada como siempre”, pensó con amargura.—No hace falta que me lo digas. Sé que te difamé —admitió, en tono algo rígido—. Me equivoqué.—¿Eh…? —La sonrisa de Luciana se congeló en un instante. No espe
Sin embargo, sentía las piernas pesadas como si arrastrara un gran lastre. Luciana no lo quería a su lado, estaba claro. ¿De qué servía forzarla? “Los hombres de verdad saben soltar”, se dijo. Si ella parecía más feliz sin él… no valía la pena insistir.***Dos días después, todo siguió su curso habitual. Luciana estaba segura de que la visita de Alejandro fue solo para disculparse, sin pretender nada más, y empezó a relajarse en su rutina.Aquella tarde, cargaba un fajo de historias clínicas ya revisadas, lista para archivarlas en el departamento de registro médico. Al abrirse el ascensor en su piso, se encontró, para su sorpresa, con Alejandro y Mónica dentro. Ella iba en silla de ruedas, con un suero conectado en su brazo izquierdo.Luciana desvió la mirada, sin saludar. Se disponía a esperar el siguiente elevador, pero Mónica, al verla, miró a Alejandro con curiosidad. Él frunció el ceño, salió del ascensor y sujetó el brazo de Luciana.—¿Eh? —exclamó Luciana, sobresaltada.Observó
Hacia las cinco o seis de la tarde comenzó a llover. Alejandro salió del ascensor con gesto serio: los resultados de los últimos exámenes de Mónica no habían sido favorables. Al llegar a la salida, distinguió a Luciana refugiada bajo el alero. Dedujo que no traía paraguas y se había quedado esperando a que dejara de llover.Dudó un segundo y se acercó a ella.—¿Sin paraguas?Al oírlo, Luciana levantó la mirada y asintió con una sonrisa.—Eso parece.—¿Te diriges a tu departamento?—Sí.—Está lloviendo muy fuerte; puedo acercarte.Su auto estaba en el estacionamiento subterráneo. Si Luciana lo acompañaba, no se mojaría.—No hace falta —rehusó ella.El semblante de Alejandro se endureció un poco, algo contrariado.—¿Por qué no? ¿Por ser yo? Todavía no soy tu exesposo, ¿no? Solo te ofrezco llevarte; ¿qué problema hay?—No es eso… —Luciana suspiró, sintiéndose algo injustamente acusada. Levantó su celular para mostrarlo—. Ya llamé a Martina y viene a recogerme.“¿En serio?”, pensó Alejandr
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p