—Pues eso llevó a que Alejandro la tildara de… “infiel” y decidiera no seguir con ella.—¡¿Qué?! —Fernando dio un respingo, sintiéndose culpable de golpe.Entonces… él era el culpable de la desgracia de Luciana. ¿Cómo podía no intervenir? Tenía que explicárselo a Alejandro, aclararlo todo. Sí, se presentaría ante él, pero Alejandro se negaba a recibirlo en Grupo Guzmán. Sería hora de “acecharlo” en otro lugar, quizá.A la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol, Fernando se plantó frente a la sede de Grupo Guzmán, con la esperanza de verlo llegar. Pero dieron las diez y no había señal de Alejandro. «Tal vez pasó la noche en la oficina», pensó, y fue a preguntar en recepción. Pero la recepcionista, asumiendo que venía otra vez a negociar, fue cortante:—Señor Domínguez, no podrá verlo. El señor Guzmán no vendrá hoy.—¿Y adónde fue?—Lo siento, no puedo proporcionarle esa información —respondió ella con una sonrisa diplomática.Fernando se despidió sin presionarla. Llamó a Dante
—¡Alex!—¡Señor Guzmán!En ese momento aparecieron finalmente Sergio y Ronaldo, el director general de Empresa Casabella. Al ver la escena, se llevaron un susto y corrieron a separarlos, cada uno sujetando a uno de los peleadores.—¡Suéltame! —rugió Alejandro, como si lo cegara la furia—. ¡Hoy mismo lo reviento!—¡Ja! —exclamó Fernando, con la respiración agitada—. ¡Vamos, intentalo! Si no me matas hoy, “nieto”, no seré yo quien te respete.—¡Pero bueno! —exclamó Ronaldo, tomando a Fernando de los brazos—. Señor Domínguez, por favor, deje de provocarlo. Mire cómo lo ha dejado…—Sergio, suéltame —ordenó Alejandro con rabia.—Alex… —Sergio negó con la cabeza con resignación—. Si te suelto, lo matas de verdad. Llamaré a seguridad para que se lo lleven, ¿te parece?—¡No!—¡Tampoco!Ambos hombres gritaron al unísono, cada uno más dispuesto a pelear que a retirarse, como dos hienas rabiosas que nadie podía frenar.Ronaldo y Sergio se quedaron sin palabras. Con todo, el forcejeo bajó apenas u
Luciana, con cubrebocas y guantes, salió a recibirlos:—¿Qué tenemos?—Una herida por asta de toro, con daño en la zona torácica…—Aquí se ve más abdominal —corrigió ella—. Entren de una vez y pónganlo en monitor. Necesito a una enfermera que inicie la vía y prepare el abdomen. Informen a quirófano que se prepare la mesa; yo haré la extracción de sangre para mandar análisis y pedir sangre al banco si hace falta.—¡Entendido, doctora!A pesar de lucir una barriga ya notable, Luciana no se veía apocada en lo más mínimo; se desenvolvía con la misma agilidad de siempre.Alejandro llegó justo para verla girar hacia la sala de emergencias, mientras las puertas se cerraban tras ella con un suave “whoosh”. Se quedó en la sala de espera, sin más remedio que sentarse y aguardar.Poco después, Luciana salió con un expediente en la mano, alzando un poco la voz:—¿Quién es el familiar?—¡Yo! —se escuchó del otro lado.—Necesito que me acompañe; hay que aclarar algunos detalles y firmar autorizacion
Tras la sorpresa inicial, Luciana se recompuso. No le contestó de inmediato; en cambio, soltó una risa cargada de ironía:—¿Por qué lo preguntas?A Alejandro le bastó ver esa reacción para intuir que, en efecto, la había juzgado mal. Quizá sentía un extraño alivio… y, a la vez, cierta desazón. No sabía si alegrarse o frustrarse. Sostuvo su mirada y dijo en voz firme:—Solo quiero saber la verdad.—¿La verdad…? —repitió Luciana, con una sonrisa aún más cínica, como si de pronto se divirtiera con sus palabras—. Qué curioso. Lo tenías ya “todo claro”, y ahora, ¿vienes a “reabrir el caso”? ¿A “exhumar el cadáver”? ¿Le preguntaste a la difunta si quería…?—Ya entendí —cortó Alejandro con el ceño fruncido, sus ojos brillando entre remordimiento y un amago de enfado. “Sigue teniendo una lengua afilada como siempre”, pensó con amargura.—No hace falta que me lo digas. Sé que te difamé —admitió, en tono algo rígido—. Me equivoqué.—¿Eh…? —La sonrisa de Luciana se congeló en un instante. No espe
Sin embargo, sentía las piernas pesadas como si arrastrara un gran lastre. Luciana no lo quería a su lado, estaba claro. ¿De qué servía forzarla? “Los hombres de verdad saben soltar”, se dijo. Si ella parecía más feliz sin él… no valía la pena insistir.***Dos días después, todo siguió su curso habitual. Luciana estaba segura de que la visita de Alejandro fue solo para disculparse, sin pretender nada más, y empezó a relajarse en su rutina.Aquella tarde, cargaba un fajo de historias clínicas ya revisadas, lista para archivarlas en el departamento de registro médico. Al abrirse el ascensor en su piso, se encontró, para su sorpresa, con Alejandro y Mónica dentro. Ella iba en silla de ruedas, con un suero conectado en su brazo izquierdo.Luciana desvió la mirada, sin saludar. Se disponía a esperar el siguiente elevador, pero Mónica, al verla, miró a Alejandro con curiosidad. Él frunció el ceño, salió del ascensor y sujetó el brazo de Luciana.—¿Eh? —exclamó Luciana, sobresaltada.Observó
Hacia las cinco o seis de la tarde comenzó a llover. Alejandro salió del ascensor con gesto serio: los resultados de los últimos exámenes de Mónica no habían sido favorables. Al llegar a la salida, distinguió a Luciana refugiada bajo el alero. Dedujo que no traía paraguas y se había quedado esperando a que dejara de llover.Dudó un segundo y se acercó a ella.—¿Sin paraguas?Al oírlo, Luciana levantó la mirada y asintió con una sonrisa.—Eso parece.—¿Te diriges a tu departamento?—Sí.—Está lloviendo muy fuerte; puedo acercarte.Su auto estaba en el estacionamiento subterráneo. Si Luciana lo acompañaba, no se mojaría.—No hace falta —rehusó ella.El semblante de Alejandro se endureció un poco, algo contrariado.—¿Por qué no? ¿Por ser yo? Todavía no soy tu exesposo, ¿no? Solo te ofrezco llevarte; ¿qué problema hay?—No es eso… —Luciana suspiró, sintiéndose algo injustamente acusada. Levantó su celular para mostrarlo—. Ya llamé a Martina y viene a recogerme.“¿En serio?”, pensó Alejandr
Así que Pedro carecía de todo concepto sobre un padre.—Sí —asintió Luciana—. Claro que tienes un papá; todos tenemos padre y madre.Pedro se quedó callado, notablemente confundido. Luciana no presionó; dejó que él lo asimilara a su ritmo. Tras un rato, él al fin habló:—Entonces, ¿mi papá tampoco está… igual que mamá?Al oírlo, Luciana sintió un pinchazo de dolor en el pecho y un sabor amargo en la garganta.—¿Por qué piensas eso, Pedro?Él frunció más el ceño, tratando de explicarlo:—Porque… nunca viene a verme.Luciana sintió que se le oprimía el corazón y los ojos se le humedecían. ¡De qué forma lamentaba haber sacado el tema! Al fin y al cabo, si Ricardo no encontraba donante de hígado, sería su destino. Él sembró la semilla del desinterés en sus hijos, y ahora cosechaba que Pedro asumiera que “papá no existía”.—Pedro, ¿por qué no pruebas esta fresa? —cambió de conversación, ofreciéndole un pedazo—. Mira, casi te manchas toda la cara —bromeó—. ¡Pareces un gatito!No se quedó a c
Al llegar al departamento, Luciana hurgó en una caja hasta encontrar un gran folder de acordeón. Dentro guardaba toda la información relacionada con su tesis de graduación, incluyendo una memoria USB con los borradores originales; eran fruto de su esfuerzo y no pensaba desecharlos ni perderlos. Tener esa documentación era la prueba perfecta de su autoría, pero aun así, seguía inquieta.A la mañana siguiente, se las entregó a Delio.—Profe, aquí tiene todo.—Excelente.Delio revisó el contenido y sonrió con alivio.—Con este material, veamos cómo Luisa pretende sostener su denuncia. ¿Cree que se soluciona con puras habladurías? No le servirá de nada.—Eso espero —murmuró Luciana.Solo quedaba aguardar a que la facultad y la dirección médica realizaran su investigación.Hacia la tarde, Delio regresó a la sección con un semblante sombrío.—¿Profe? —le preguntó Luciana, sintiendo que algo iba mal—. ¿Qué pasó?—No tengo buenas noticias —admitió, negando con la cabeza—. Parece que esa tal Lu