Luciana habló en tono contenido, pero Alejandro la notó “picante,” casi burlona. Al principio no quiso aclarar nada, pero no aguantó más sus pullas:—Luciana, mi brazo se quemó… ¡por ti!—¿Ah, sí? —replicó con una mueca escéptica—. ¿De veras?—¡Sí! —insistió él, alterado, queriendo explicar—. Lo que pasó es…—No me interesa escuchar —lo interrumpió Luciana, sin titubear—. Porque, digas lo que digas, no voy a creerlo. ¿Seguro aún quieres contarlo?Alejandro cerró la boca con el ceño fruncido. Era la primera vez que se sentía tan impotente, sin saber cómo defenderse:—Está bien, no diré nada. Vámonos.Guardando silencio, la llevó fuera de la habitación, bajaron y subieron al auto, partiendo rumbo a Rinconada. Al llegar, la mansión parecía algo más silenciosa de lo habitual, con Felipe la mayor parte del tiempo en el hospital junto a Miguel.En la sala, Amy salió a recibirlos.—¡Señora, señor! ¿Ya de vuelta?Luciana la miró con una sonrisa calmada:—Amy, por favor, prepara una habitación
—¿Y si sí? —Alejandro, con gesto hosco, murmuró—. Da igual. No me voy a morir.Luciana soltó un resoplido frío. ¿Creerá que con esto la conmovería?:—Pues muérete si quieres —soltó con ironía.—¿Qué…? —Alejandro abrió mucho los ojos, encendido de ira—. ¡Luciana!—¿Por qué me miras así? —replicó ella, con absoluta indiferencia—. No fui yo quien te hizo esa herida. ¿Te crees con derecho a dar lástima conmigo?Con esa frase, se levantó del asiento:—Si llegas a morirte, seguro que Mónica llorará a mares y hasta se querrá morir contigo. Serían “tórtolos trágicos,” ¿no? Perfecto final para ustedes dos. Felicidades.—¡Luciana…! —Alejandro se irguió, hecho una furia, sintiendo la sangre hervir—. ¿Planeas matarme de un coraje? ¡Pareces empeñada en que explote!—Si lo dices tú, así será. —Dio media vuelta y miró a Amy—. Llama a emergencias. Su fiebre no va a bajar así, podría sufrir un colapso.Acto seguido, se encaminó a las escaleras. Sin embargo, apenas había avanzado unos pasos cuando un es
Al oírlo, Alejandro sintió un nudo de fastidio:—¿No tienes nada más que hacer? Si estás de ocioso, puedes largarte.Salvador se echó a reír sin molestarse:—Tranquilo, amigo, todavía no termino mi manzana.Haciendo caso omiso del mal humor de Alejandro, siguió cortando y comiendo pedazos de fruta:—Ahora en serio, ¿qué planeas hacer? Luciana está molesta con toda la razón. Y, seamos francos, ¿de verdad has dejado atrás tu relación con Mónica?Si fuera solo la exnovia, vale, pero se supone que es tu “Mariposita,” esa chica que marcó tu juventud. ¿Estás listo para soltar ese recuerdo por Luciana?Alejandro apretó la quijada, sin responder.Salvador se comió el último bocado, limpió sus dedos y se puso de pie:—Si no eres capaz de soltar, yo, como tu amigo, te diría que liberes a Luciana. No la hagas más daño del que ya siente.Iba a marcharse cuando Alejandro lo llamó:—Salvador.—¿Sí?—No quiero divorciarme. Jamás tuve la intención de romper con Luciana. No planeo separarme de ella.Sa
—¡Claro que no! ¡Ya tengo novio!Salvador parpadeó, sorprendido. Eso le dio a Martina la oportunidad de arrebatarle por fin la bolsa con la bebida, sonreír con cierto triunfo y darse la vuelta para entrar.—¡Oye, espera! —Salvador la detuvo, curioso—. ¿Quién es?—¿Quién es qué? —Ella se quedó perpleja antes de comprender—. Ah, ¿preguntas por mi novio? Pues sí lo conoces: Vicente.—Oh, él… —Salvador chasqueó la lengua con desagrado—. Tu gusto no es muy bueno, que digamos.—¡Oye! —resopló Martina—. ¿Qué tiene de malo Vicente? ¡Y suéltame! ¿A dónde crees que vas?Salvador, sin inmutarse, avanzó hacia el interior del departamento. Con una exclamación de protesta, Martina le tomó del brazo:—¡Te digo que salgas! ¿No me oíste?Salvador desvió la mirada hacia su mano. «Vaya, su cara es redondita, pero sus dedos resultan finos». Sintió un cosquilleo que le secó la garganta y tragó saliva:—Marti… me estás tocando, ¿eh? Tienes que hacerte responsable por mí.—¿¡Ah…!? —Martina soltó su brazo con
Salvador dio un par de golpes simbólicos en la puerta de la habitación antes de entrar.—Alex, entro —avisó, y sin esperar respuesta, arrastró a Luciana hasta donde se hallaba Alejandro.—Te traje tu “invitada” —anunció, sin ceremonias, mientras liberaba a Luciana con un empujón leve pero firme.—¡Ah! —exclamó ella, al perder el equilibrio. Tropezó y cayó sobre la cama, aferrándose por reflejo al único punto de apoyo: Alejandro. Él la recibió con el brazo sano, rodeándola con rapidez.—¿Estás bien? —preguntó con una sonrisa de satisfacción, sin disimular lo mucho que le agradaba tenerla de ese modo. Luego clavó una mirada furiosa en Salvador—. ¡Oye! ¡Ten cuidado! Luciana está embarazada.Salvador arqueó las cejas con un gesto desinteresado.—Bien, cumplí con mi parte. Ya me voy.Empezó a dar media vuelta, pero se detuvo. Con un dedo señaló a Luciana:—Casi lo olvido: estaba comiendo cuando me la traje, así que dudo que haya terminado. Puede que tenga hambre.Sin añadir más, salió del c
—Ja… —ella soltó una risita seca y lo miró con seriedad—. ¿“Lo mío”? ¿Acaso no estás en el hospital por tu lesión? A estas alturas, tus gustos son los importantes. ¿Por qué no te dedicas a pensar en ti mismo, en vez de jalarme a la fuerza?Él notó la frialdad de su respuesta, pero guardó silencio. Al final, se sentaron a la pequeña mesa. Luciana, sin mucha expresión, se dedicó a comer. Alejandro, por su parte, comenzó a pelar camarones y cortar la carne en trozos para ella, tal como solía hacerlo. Ella, sin embargo, comió con la vista fija en su plato, sin dirigirle palabra.En pocos minutos terminó su porción, mientras Alejandro apenas había probado bocado, más concentrado en atenderla que en comer él mismo. Al acabar, Luciana limpió su boca con la servilleta y se puso de pie:—Bien, ¿puedo irme ahora?La pregunta sonó helada. Alejandro respiró hondo, y rodeó su cintura con el brazo sano, con cautela por no lastimarse ni herirla:—¿Es que no puedes quedarte a mi lado un rato? —soltó c
Sin más, inclinó la cabeza para besarla con ímpetu, casi con rabia, presionando sus labios con una mezcla de frustración y deseo contenido. La mordisqueó, no con violencia desmedida, pero sí con un ligero rastro de enojo.Luciana, que de por sí no estaba de humor, se encolerizó aún más. Él la estaba atacando—aunque fuera un beso ardiente—y su reacción fue inmediata: le devolvió la mordida, pero mucho más en serio, con un mordisco real que rasgó la piel.—¡Hmm! —gimió Alejandro, sintiendo el escozor y el sabor metálico que se esparcía en sus labios. Aun así, lejos de soltarla, intensificó la presión, como si quisiera hundirse más en ese gesto desesperado.«¿Se había vuelto loco?» Luciana pensó, aturdida. Lo cierto era que, cuanto más vehemente se ponía él, con más saña lo castigaba ella. La lucha duró hasta que el sabor cobrizo de la sangre se intensificó, y Alejandro, a punto de su límite, finalmente se rindió, aflojando el agarre.Al separarse, Luciana vio que tenía la comisura de la
Al oírla, Alejandro tuvo la sensación de que algo arañaba su pecho con furia. «¿Qué era esa punzada de dolor?»Con el rostro serio, trató de forzar una sonrisa:—¿Tú crees que “perder el tiempo” es querer a mi propia esposa? Mientras sigas siendo mi mujer, no vas a poder escapar de mí.—¿En serio? —repuso ella, encogiéndose de hombros—. Pues adelante. No me perjudicas a mí.Cambiando el tema de improviso, Luciana tocó su cabello húmedo:—Ya secaste mi pelo. Listo, me iré a dormir.—Sí, ya quedó. —Alejandro dejó la toalla a un costado y, sin aviso, la cargó entre sus brazos.—¡Oye, oye! —exclamó Luciana, algo asustada—. ¿Quieres inutilizar tu brazo o qué?—No pasa nada. —Él esbozó una leve sonrisa—. Apenas es una herida superficial, y no me lastima tanto. Además, sin esto, ¿crees que te acostarías por tu propia voluntad?Con pasos firmes, la depositó sobre la cama grande.—¡Alejandro! —soltó ella, atónita—. ¡Me prometiste que no dormirías conmigo!—Tranquila. —Él deslizó la mano sobre s