—¿Y si sí? —Alejandro, con gesto hosco, murmuró—. Da igual. No me voy a morir.Luciana soltó un resoplido frío. ¿Creerá que con esto la conmovería?:—Pues muérete si quieres —soltó con ironía.—¿Qué…? —Alejandro abrió mucho los ojos, encendido de ira—. ¡Luciana!—¿Por qué me miras así? —replicó ella, con absoluta indiferencia—. No fui yo quien te hizo esa herida. ¿Te crees con derecho a dar lástima conmigo?Con esa frase, se levantó del asiento:—Si llegas a morirte, seguro que Mónica llorará a mares y hasta se querrá morir contigo. Serían “tórtolos trágicos,” ¿no? Perfecto final para ustedes dos. Felicidades.—¡Luciana…! —Alejandro se irguió, hecho una furia, sintiendo la sangre hervir—. ¿Planeas matarme de un coraje? ¡Pareces empeñada en que explote!—Si lo dices tú, así será. —Dio media vuelta y miró a Amy—. Llama a emergencias. Su fiebre no va a bajar así, podría sufrir un colapso.Acto seguido, se encaminó a las escaleras. Sin embargo, apenas había avanzado unos pasos cuando un es
Al oírlo, Alejandro sintió un nudo de fastidio:—¿No tienes nada más que hacer? Si estás de ocioso, puedes largarte.Salvador se echó a reír sin molestarse:—Tranquilo, amigo, todavía no termino mi manzana.Haciendo caso omiso del mal humor de Alejandro, siguió cortando y comiendo pedazos de fruta:—Ahora en serio, ¿qué planeas hacer? Luciana está molesta con toda la razón. Y, seamos francos, ¿de verdad has dejado atrás tu relación con Mónica?Si fuera solo la exnovia, vale, pero se supone que es tu “Mariposita,” esa chica que marcó tu juventud. ¿Estás listo para soltar ese recuerdo por Luciana?Alejandro apretó la quijada, sin responder.Salvador se comió el último bocado, limpió sus dedos y se puso de pie:—Si no eres capaz de soltar, yo, como tu amigo, te diría que liberes a Luciana. No la hagas más daño del que ya siente.Iba a marcharse cuando Alejandro lo llamó:—Salvador.—¿Sí?—No quiero divorciarme. Jamás tuve la intención de romper con Luciana. No planeo separarme de ella.Sa
—¡Claro que no! ¡Ya tengo novio!Salvador parpadeó, sorprendido. Eso le dio a Martina la oportunidad de arrebatarle por fin la bolsa con la bebida, sonreír con cierto triunfo y darse la vuelta para entrar.—¡Oye, espera! —Salvador la detuvo, curioso—. ¿Quién es?—¿Quién es qué? —Ella se quedó perpleja antes de comprender—. Ah, ¿preguntas por mi novio? Pues sí lo conoces: Vicente.—Oh, él… —Salvador chasqueó la lengua con desagrado—. Tu gusto no es muy bueno, que digamos.—¡Oye! —resopló Martina—. ¿Qué tiene de malo Vicente? ¡Y suéltame! ¿A dónde crees que vas?Salvador, sin inmutarse, avanzó hacia el interior del departamento. Con una exclamación de protesta, Martina le tomó del brazo:—¡Te digo que salgas! ¿No me oíste?Salvador desvió la mirada hacia su mano. «Vaya, su cara es redondita, pero sus dedos resultan finos». Sintió un cosquilleo que le secó la garganta y tragó saliva:—Marti… me estás tocando, ¿eh? Tienes que hacerte responsable por mí.—¿¡Ah…!? —Martina soltó su brazo con
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de