Clara recobró la confianza.—¡Que venga Luciana a donar su hígado!Sin embargo, Ricardo vaciló:—Todavía no se lo he contado…—Papá —Mónica se ofreció—. Si te sientes incómodo al plantearlo, puedo hablar yo con Luciana.Ricardo seguía dudando:—¿Por qué no esperamos un poco más?Mónica negó con la cabeza:—No podemos. El médico dijo que mientras más rápido se haga el trasplante, mejor. Si lo demoramos, tu salud empeorará.—Esto… —Ricardo aún se resistía, preocupado.—Papá —Mónica cortó con firmeza—. Déjame a mí. Yo hablaré con Luciana. No te preocupes.Después de un rato, Ricardo finalmente asintió:—De acuerdo.***Cuando Luciana despertó, todo estaba sumido en la oscuridad.No había corrido las cortinas, así que apenas entraba algo de luz desde afuera, apenas unas tenues luces dispersas. Ya era de noche.Tomó su teléfono: Martina le había dejado un mensaje.[Hay comida en el microondas. Me fui a la biblioteca; si necesitas algo, mándame un mensaje y te lo llevo.]Acababa de dejar el
—¡Luciana! —Mónica estalló en furia, el rostro alternando entre el rojo y el pálido—. ¡Al menos eres una futura doctora! ¿Cómo puedes decir palabras tan sucias?Luciana puso los ojos en blanco hacia el techo.—¿Mis palabras son sucias? Es porque sus actos son todavía más repugnantes, mi «querida hermana». ¿Es que no entiendes la relación causa-efecto? Pobrecita, ¡un caso desesperante de analfabetismo!—Tú… tú… —Mónica temblaba de ira, incapaz de pronunciar nada coherente.—¿Te enojaste? —Luciana soltó una fría carcajada—. ¿Y con qué cara te enojas? ¡Oh, lo olvidaba! ¡No tienes cara!—Luciana, te lo diré claro: ¡Vas a donar el hígado! ¡Aceptes o no, lo harás igual!—Tranquila, ya decidí que no lo haré —contestó Luciana sin titubear.¿Qué más podía decir? Era una pérdida de tiempo seguir allí. Si continuaba, terminaría vomitando del asco. Se dio media vuelta dispuesta a marcharse, pero Mónica la sujetó con fuerza.En el bello pero ahora retorcido semblante de Mónica, brillaban ojos lleno
—Escucha…—¡Mónica! —Ricardo, adivinando lo que su hija planeaba decir, intentó frenarla con urgencia.Mónica miró a su padre con impotencia:—Papá, a estas alturas no queda otra salida. Tú lo viste, por más que intentaste ser amable con ella, ¿de qué sirvió, si no tiene pizca de conciencia?No tenía prisa; esperó pacientemente a que Ricardo tomara una decisión.Él lo pensó largo rato. Finalmente, las ansias de seguir vivo pesaron más.Ricardo cerró los ojos y asintió.Mónica sonrió con frialdad, mirando a Luciana:—Si aceptas, la casa que mi padre te mostró antes será tuya. Además, nos haremos cargo de todos los gastos de Pedro. Pero si te niegas…No terminó la frase, tampoco hacía falta.Luciana lo entendió. Si no aceptaba, se quedaría sin nada. Y Pedro volvería a su antigua situación, sin el apoyo que necesitaba, condenado a una vida sin atención, como cualquier paciente con autismo sin recursos.De pronto, el ambiente se congeló. Nadie dijo nada durante unos instantes.—Luciana… —R
Desde que Luciana había entrado, él notó que algo le pasaba.Aunque ella se esforzara por disimularlo, seguía siendo muy joven e inexperta. Podría engañar a cualquiera, pero no a Miguel.—Cuéntame, ¿qué sucede? —le dijo con ternura—. Independientemente de lo que pase con Alejandro, yo siempre seré tu abuelo, ¿no es así?Al instante, Luciana no pudo contener las lágrimas que comenzaron a humedecer sus ojos.Con la voz entrecortada, respondió:—Sí… abuelo.—No llores.Miguel se inclinó y tomó una servilleta de la caja sobre la mesita auxiliar, entregándosela con cuidado.—Dime, no estás sola. Me tienes a mí.Luciana cubrió sus ojos con el pañuelo. ¿Hablar o no?Quedaban menos de tres meses y Pedro no podía perder la oportunidad de entrar al Instituto Wells.Ella sola no podía más.—Abuelo…Luciana arrugó la servilleta entre los dedos. Sus ojos almendrados brillaban llenos de angustia y vergüenza.—¿Podría prestarme algo de dinero? Yo… se lo devolveré.Al terminar de hablar, bajó la cabez
—Abuelo…¿Cómo podía Luciana aceptar algo así? Apenas había logrado escapar de un matrimonio que no era sano, ¿y ahora debía saltar nuevamente a esa hoguera?Al notar su descontento, Miguel suspiró.—No tienes que responderme ahora. Para algo tan importante, es natural que necesites pensarlo, ¿no crees?Sonrió con ternura.—Te doy dos días, pasado ese tiempo, me contestarás. Mientras tanto, el dinero que necesites te lo daré. No es mucho y no tienes que devolverlo. ¿Acaso el abuelo le pide a una nieta que le reembolse la mesada?Hizo una pausa, subrayando su siguiente afirmación:—No quiero obligarte a nada. Independientemente de tu respuesta, tú me llamas abuelo, y yo te considero mi nieta. Nadie va a forzarte.Luciana se quedó sin palabras, sus delicadas facciones contrayéndose con preocupación.Aunque él lo dijera así, no se sentía más ligera. Por el contrario, la presión sobre su pecho parecía más pesada que nunca.***Al salir de la habitación, Luciana se topó de frente con Alejan
Miguel sonrió y miró a Felipe:—Vaya, sigues siendo tan rudo como siempre, pese a los años.Felipe no fingió humildad:—Hace mucho que no hacía esto, créame que ya he suavizado mi técnica.—Felipe, ya los trajeron.Los encapuchados colocaron a los tres frente a Miguel.Felipe levantó la mano:—Quiten las vendas.—Sí.Los hombres de negro se adelantaron y retiraron las vendas de los ojos de los Herrera.La familia estaba cenando tranquilamente en casa cuando, de pronto, irrumpe un grupo de desconocidos, los inmoviliza y se los lleva sin decir una palabra.Al ver la luz, sus piernas flojearon y se dejaron caer de rodillas al unísono.—Vaya, vaya. —Felipe, con la mirada baja, sonrió—. Señor, esta familia es muy “cortés”.—Ja. —Miguel dejó escapar una risa fría—. Una familia de parásitos que se ha aprovechado tanto de la familia Guzmán. Este gesto de arrodillarse es bien merecido.—Desde luego.Aquel diálogo entre el amo y su servidor parecía una charla trivial, en voz baja, tranquila.Los
—Felipe.—¡A la orden, señor!Con una sola mirada, Felipe dio la orden. Uno de los hombres de negro abofeteó a Clara sin piedad.—¡Mmm…!Clara se llevó la mano a la boca, sintiendo las muelas temblar del dolor. Ya no pudo pronunciar nada más.—Ay… —Miguel suspiró, limpiándose las manos con un pañuelo—. ¿Ves? Una mujer de tu edad que ni siquiera sabe hablar con mesura, ¿no es eso buscarse la desgracia?Inmediatamente, centró su atención en Ricardo:—Tú eres el hombre de la casa, ¿no es cierto? Escucha bien, solo lo diré una vez.Señaló a Mónica.—Haz que tu hija desaparezca de la vida de Alejandro. Si lo logras, conservarás la buena vida que llevas. Si no, arruinaré a tu familia en un abrir y cerrar de ojos, y terminarán en la calle.Ricardo estaba lívido, asintiendo sin parar, temblando de pies a cabeza.—Mmm… mmm… —Mónica sacudía la cabeza, lágrimas cayendo sin control. Quería hablar, rogarle a Miguel, pero él la miró apenas un segundo sin darle oportunidad.—No tienes el nivel para d
Esa noche, Luciana apenas pudo conciliar el sueño.A la mañana siguiente, mientras trabajaba en el departamento del hospital, le costaba concentrarse.Al mediodía, aprovechó un rato libre para ir al Sanatorio Cerro Verde.Durante el viaje a Canadá, había comprado algunas cosas para Pedro y quería llevárselas. Además, planeaba mostrarle la información del Instituto Wells.Al llegar, la enfermera le comentó:—Pedro cambió de habitación esta mañana. Como no viniste, pensé que sabrías. ¿Quieres que te lleve?Luciana se sorprendió.—¿Cambió de habitación?—¿No lo sabías? —La enfermera también se extrañó—. Un señor llamado Felipe lo arregló todo, dijo que era por tu encargo.Felipe…Luciana comprendió al instante. Era cosa de Miguel.—Te llevo a su nueva habitación —dijo la enfermera.—De acuerdo.Originalmente, Pedro compartía una habitación amplia con otros tres pacientes. Ahora estaba en una suite individual, mucho más grande, con sala de estar, dormitorio, baño privado y comedor.Práctic