—Felipe.—¡A la orden, señor!Con una sola mirada, Felipe dio la orden. Uno de los hombres de negro abofeteó a Clara sin piedad.—¡Mmm…!Clara se llevó la mano a la boca, sintiendo las muelas temblar del dolor. Ya no pudo pronunciar nada más.—Ay… —Miguel suspiró, limpiándose las manos con un pañuelo—. ¿Ves? Una mujer de tu edad que ni siquiera sabe hablar con mesura, ¿no es eso buscarse la desgracia?Inmediatamente, centró su atención en Ricardo:—Tú eres el hombre de la casa, ¿no es cierto? Escucha bien, solo lo diré una vez.Señaló a Mónica.—Haz que tu hija desaparezca de la vida de Alejandro. Si lo logras, conservarás la buena vida que llevas. Si no, arruinaré a tu familia en un abrir y cerrar de ojos, y terminarán en la calle.Ricardo estaba lívido, asintiendo sin parar, temblando de pies a cabeza.—Mmm… mmm… —Mónica sacudía la cabeza, lágrimas cayendo sin control. Quería hablar, rogarle a Miguel, pero él la miró apenas un segundo sin darle oportunidad.—No tienes el nivel para d
Esa noche, Luciana apenas pudo conciliar el sueño.A la mañana siguiente, mientras trabajaba en el departamento del hospital, le costaba concentrarse.Al mediodía, aprovechó un rato libre para ir al Sanatorio Cerro Verde.Durante el viaje a Canadá, había comprado algunas cosas para Pedro y quería llevárselas. Además, planeaba mostrarle la información del Instituto Wells.Al llegar, la enfermera le comentó:—Pedro cambió de habitación esta mañana. Como no viniste, pensé que sabrías. ¿Quieres que te lleve?Luciana se sorprendió.—¿Cambió de habitación?—¿No lo sabías? —La enfermera también se extrañó—. Un señor llamado Felipe lo arregló todo, dijo que era por tu encargo.Felipe…Luciana comprendió al instante. Era cosa de Miguel.—Te llevo a su nueva habitación —dijo la enfermera.—De acuerdo.Originalmente, Pedro compartía una habitación amplia con otros tres pacientes. Ahora estaba en una suite individual, mucho más grande, con sala de estar, dormitorio, baño privado y comedor.Práctic
Enseguida captó que el abuelo no estaba bromeando. Sus sienes comenzaron a latir con fuerza.Frunciendo el ceño, su voz se elevó, evidenciando enojo y reproche:—¿Qué le hiciste a Mónica?—Hum. —Miguel dejó escapar un bufido, irritado—: Alejandro, cómo has crecido. Desde que apareció esa Mónica, no has hecho más que ofenderme, incluso tuve que ser ingresado varias veces al hospital. ¿Quieres matarme de un disgusto?Sus ojos destellaron con dureza.—Crié a un desagradecido… ¡vaya castigo para mí!Alejandro apretó los labios. Esa acusación era demasiado dura y no podía aceptarla así como así. Pero, viéndolo desde otro ángulo, sí, todo comenzó a torcerse cuando se involucró con Mónica…—Abuelo —murmuró, masajeándose el entrecejo—. Mónica está embarazada, y tú lo sabes. Yo crecí sin padre ni madre, no quiero que mi hijo pase por lo mismo que pasé yo.Miguel se quedó pensando un instante. Así que era eso. Su infancia traumática había dejado en Alejandro una marca imborrable.Sin embargo, el
Esa noche, Mónica no pegó ojo.No entendía la razón.Miguel nunca la había agredido directamente. Aunque no la apoyara, tampoco la había molestado antes. ¿Por qué, de repente, esta crueldad?La única novedad reciente era la enfermedad de su padre, Ricardo.Había presionado a Luciana para que donara parte de su hígado…¿Sería…?Una chispa de intuición brilló en su mente.¡Tenía que ser eso! ¡Por el asunto del trasplante de hígado!Antes, Mónica estaba convencida de que Luciana no tendría escapatoria y se vería obligada a aceptar.Pero resultó ser un movimiento muy arriesgado, que empujó a Luciana al límite.Hasta donde ella sabía, el señor Miguel siempre prefería a Luciana.¡Era una conspiración!¡Seguro que Luciana, aprovechándose del afecto que Miguel le tenía, había recurrido a él!¡Lo había manipulado para vengarse!“¡Claro que sí!”Mónica rechinó los dientes, murmurando con rabia:—No dejaré que te salgas con la tuya, Luciana. ¡No me quedaré de brazos cruzados mientras arruinas mi
Luciana dejó escapar una risilla seca. ¡Vaya! ¿Desde cuándo Mónica, la altiva y presumida, se mostraba tan humilde con ella? Debía amar mucho a Alejandro para llegar a esto.Con un brillo pícaro en sus ojos almendrados, Luciana apenas dejó asomar una sonrisa burlona. Con voz tranquila, respondió:—Ahora voy al Sanatorio Cerro Verde.Dicho esto, colgó de inmediato.Si Mónica estaba tan ansiosa por verla, seguro que iría hasta allá. Luciana entrecerró los ojos, imaginando el encuentro que se avecinaba. Por alguna razón, la idea le provocaba una sutil y emocionante expectativa.Al salir de la Universidad de Ciudad Muonio, Luciana tomó el autobús rumbo al sanatorio.Una vez allí, empujó la puerta de la habitación y, sin sorpresa alguna, se encontró con Ricardo.Él había llegado apenas instantes antes que ella, todavía sostenía la bolsa de compras que ni siquiera había alcanzado a dejar en el suelo. Al verla, parpadeó con incomodidad y se ajustó nervioso las gafas.—Luciana… también viniste
Luciana tomó una mandarina y empezó a pelarla con calma.—Bueno, ¿de qué querías hablarme?—Luciana… —Mónica presionó los labios, sintiendo cómo se tensaban sus manos sobre la bolsa que descansaba sobre su regazo—. Quiero hablarte de Alex.—Ajá. —Luciana asintió—. Eso me dijiste en tu mensaje. ¿Qué, en concreto, quieres tratar?Con la respiración agitada, Mónica se armó de valor:—Quiero pedirte que dejes la familia Guzmán.El movimiento de Luciana, pelando la mandarina, se pausó un instante. Una ligera curva apareció en sus labios.Hacía apenas unos días, Miguel la había invitado a regresar, ¿y Mónica ya estaba enterada?—¿Por qué te quedas así en silencio, Luciana? —insistió Mónica, mirándola fijamente—. Tú y Alex no tienen ningún sentimiento real. Si se obligan a estar juntos, ¿qué van a obtener además de dolor?Luciana terminó de quitarle la cáscara a la mandarina y se llevó uno de los gajos a la boca.—Está dulce. ¿Quieres probar?Mónica se sintió humillada. ¿Cómo iba a tener apet
Aun así, no había imaginado que llegaría a semejante bajeza.Ricardo fijó la vista en Mónica, pronunciando cada palabra con lentitud y determinación:—Repite frente a mí lo mismo que le acabas de decir a Luciana.—¡…! —Mónica sintió que la garganta se le cerraba. ¿Cómo iba a soltar esas palabras ahora? Hace un momento solo las había dicho para engañar a Luciana y nada más. En realidad, ni por asomo pensaba hacer lo que prometió.—Pa-papá… —murmuró con la voz temblorosa, sin poder articular una frase completa.Ricardo dejó escapar un bufido, cada vez más frío. Negó con la cabeza.—No hace falta que lo repitas. Estuve parado aquí mientras hablabas, escuché cada palabra con claridad.—Te oí decir que estabas dispuesta a donar tu hígado. ¿Es cierto o no? Con que asientas con la cabeza alcanza.Su mirada penetrante irradiaba una presión aplastante.Mónica sentía como si unas manos invisibles le apretaran la garganta, incapaz de emitir un solo sonido. Estaba atrapada: esas cosas no se dicen
—¡Hermana!Al ver a Luciana, Pedro no pudo ocultar su alegría.Cuando ella le mostró el folleto sobre el Instituto Wells, el rostro juvenil de Pedro se llenó de un orgulloso gesto de ilusión. En realidad, aún no comprendía del todo el cambio que significaría ingresar a ese lugar, pero sí tenía algo claro: su hermana estaba contenta, y eso quería decir que él había hecho lo correcto.—Pedrito, eres increíble —lo elogió Luciana, al tiempo que le ofrecía los gajos de una mandarina que acababa de pelar—. Hoy te lo estoy consintiendo, pero la próxima vez, tú solito tienes que hacerlo, ¿de acuerdo?—¡Sí! —respondió él con una sonrisa radiante—. Esas cosas ya las sé hacer.—Bien, pues cómelas entonces.Observándolo con ternura, Luciana no pudo evitar suspirar. Todo esto era, en gran medida, gracias a Miguel. Para ellos dos, ese hombre se había vuelto como un «padre que les había dado una nueva vida». Si no fuera por él, ella y Pedro habrían terminado una vez más en un callejón sin salida, sin