—¡Hermana!Al ver a Luciana, Pedro no pudo ocultar su alegría.Cuando ella le mostró el folleto sobre el Instituto Wells, el rostro juvenil de Pedro se llenó de un orgulloso gesto de ilusión. En realidad, aún no comprendía del todo el cambio que significaría ingresar a ese lugar, pero sí tenía algo claro: su hermana estaba contenta, y eso quería decir que él había hecho lo correcto.—Pedrito, eres increíble —lo elogió Luciana, al tiempo que le ofrecía los gajos de una mandarina que acababa de pelar—. Hoy te lo estoy consintiendo, pero la próxima vez, tú solito tienes que hacerlo, ¿de acuerdo?—¡Sí! —respondió él con una sonrisa radiante—. Esas cosas ya las sé hacer.—Bien, pues cómelas entonces.Observándolo con ternura, Luciana no pudo evitar suspirar. Todo esto era, en gran medida, gracias a Miguel. Para ellos dos, ese hombre se había vuelto como un «padre que les había dado una nueva vida». Si no fuera por él, ella y Pedro habrían terminado una vez más en un callejón sin salida, sin
—No hables así, abuelo… —Al recordarle el expediente que leyó, los ojos de Luciana se humedecieron—. Vas a vivir mucho tiempo. Tienes que verme convertida en la mejor cirujana, y también ver a Pedro triunfar cuando regrese del instituto.—Sí, sí, claro. —Miguel sonrió—. No llores. Haré mi mayor esfuerzo para quedarme aquí el mayor tiempo posible.***Justo cuando Alejandro estaba hasta el cuello de trabajo, recibió la llamada de Miguel.—Abuelo, ¿qué sucede?—Hoy irás por Luciana —respondió Miguel, directo al grano—. Ella no está en condiciones de cargar cosas, así que asegúrate de ayudarla a empacar, no la dejes mover nada.¿En serio?Aunque Miguel ya se lo había adelantado una vez, a Alejandro todavía le costaba creer que realmente fuera a suceder.—Entonces… ¿Luciana aceptó volver?—¡Pues claro! —contestó Miguel, con un bufido de impaciencia—. Ya la conoces, si no quisiera, ¿qué íbamos a hacer? ¿Amarrarla y traerla a la fuerza?Era lógico; precisamente por eso el asunto resultaba má
Felipe se marchó, dejando la habitación en un silencio repentino que intensificó la incomodidad entre ellos.—Voy a darme una ducha —dijo Luciana.En un principio no lo tenía planeado, pero apenas llegó, Amy le informó que había preparado el agua para ella.—Ajá —asintió Alejandro, sin añadir comentario alguno.Luciana dio unos pasos hacia el baño cuando la voz de Alejandro la hizo detenerse.—Luciana.Ella se volvió.—¿Sí?Él fruncía el ceño, confundido.—¿Por qué volviste?Luciana se sorprendió.Se notaba que él no estaba realmente alegre; al menos no se desquitaba con ella, pero le resultaba evidente que lo tenía molesto. Respondiendo con sinceridad, admitió:—Lo hice por el abuelo… y también por ti.¿De qué hablaba?Alejandro no alcanzaba a comprenderlo del todo; por el abuelo, sí, pero… ¿por él? ¿A qué se refería exactamente?Sin saber el motivo, soltó una pregunta que casi sonó a reproche:—¿Por mí? ¿Te gusto tanto como para aceptar eso?Se refería a que, en su momento, Luciana i
—Si Luciana disfruta tanto de lo ácido, seguramente lo que lleva en el vientre es un varón. ¡El señor Miguel va a ponerse feliz!Después, Amy se dirigió directamente a Alejandro:—Señor Alejandro, ¿qué prefiere usted, un niño o una niña?La pregunta lo tomó por sorpresa, y su mente voló hacia el recuerdo de Mónica y el bebé que ella esperaba. Desde que regresó de Canadá y tras los problemas familiares, llevaba días sin saber nada de ella. ¿Cómo estarían ella y ese hijo? De pronto, sintió una oleada de irritación. Se puso de pie con brusquedad, alejando la silla.Luciana lo observó en silencio, intentando interpretar la reacción que acababa de tener.—¿Señor Alejandro? —preguntó Amy, un tanto desconcertada—. ¿Se va ya?—Sí, debo salir un momento.Alejandro dirigió a Luciana una mirada breve, con su habitual tono de voz serio:—Termina de comer. Esta noche tengo una reunión y no sé a qué hora vaya a acabar. No me esperes, descansa temprano.Antes de que ella pudiera responder, él ya se h
En la casa de los Herrera…Alrededor de la mesa, Ricardo dejó a un lado sus cubiertos y se limpió la boca con la servilleta. Con una mirada seria, se dirigió a Mónica:—A las tres de la tarde, puntual en el Hospital UCM. Ni se te ocurra llegar tarde.Mónica no respondió, mientras Clara miraba de reojo a su hija y asentía con una sonrisa fingida:—Mónica ya escuchó, la acompañaré yo, no nos atrasaremos.—Hum.Con una fría carcajada, Ricardo arrojó la servilleta y salió de la habitación.—Mamá… —Mónica apretó el brazo de Clara con gesto nervioso—. ¿De verdad tengo que donar parte de mi hígado?—Tranquila.Clara frunció el ceño y le dio unas palmaditas a la mano de su hija.—¿Crees que el trasplante es tan simple? Primero deben hacernos un examen para ver si hay compatibilidad. Que seas su hija no garantiza nada, ¿entiendes?—Sí, pero… —Mónica no podía esconder su inquietud. El médico había mencionado que la probabilidad de un buen cruce genético entre padre e hija era bastante alta. Y si
La sola idea de escucharla lo irritaba. Con una mirada de fastidio, Ricardo la interrumpió.—¡Crie a una ingrata!—No, debe de haber algún malentendido… —intentó protestar Clara, pero él no le prestó atención, se dio media vuelta y se marchó con pasos fuertes y pesados.Clara, entre molesta y angustiada, se quedó plantada allí y se preguntó con furia:—¡Todos vienen a cobrarme deudas! ¿Qué le pasa a Mónica ahora? ***Cuando Mónica volvió en sí, la envolvía una completa oscuridad. Quiso pedir ayuda, pero tenía la boca sellada con cinta adhesiva.—Mmm… mmm…Solo podía emitir esos sonidos ahogados desde su garganta.¡La habían secuestrado de nuevo!¿Por qué?¿Sería obra de Miguel otra vez?Pero… esta vez ella no había desafiado sus condiciones. Había dejado de buscar a Alejandro. ¿Qué más querría el anciano?—Mmm… ¡mmm…!Descubrió que la tenían amarrada a una silla. En un intento desesperado por soltarse, Mónica se tambaleó y terminó cayendo al suelo junto con la silla, produciendo un es
Los dos secuestradores se quedaron en silencio unos dos segundos.—¡Imposible! —espetó el flaco, poniéndose de pie de un salto—. ¡Eso no puede ser!—¡Lo juro! —Mónica empezó a hablar atropelladamente—. ¿Para qué mentiría, sabiendo que estoy en sus manos? ¡Es cierto que le dije a Alejandro Guzmán que esperaba un hijo suyo, pero solo lo hice para evitar que me dejara! Fue una mentira… ¡nunca existió ningún bebé!—¿Qué? —Los hombres se miraron con gesto de incredulidad y frustración.—¿Estás tratando de engañarnos para escapar, eh? —gruñó el más robusto.—¡No es mentira! —replicó Mónica, al borde del llanto—. Si tienen dudas, llévenme a un hospital de inmediato. Una simple prueba de sangre lo demostraría en un segundo.Esa propuesta tomó por sorpresa a ambos. Durante unos instantes, no supieron cómo reaccionar.El hombre robusto murmuró:—Esta tipa no parece estar mintiendo.Su compañero, el flacucho, frunció el ceño en silencio, sumido en un conflicto interno.—Así es —continuó Mónica, a
¿A dónde la llevaban? Claramente los secuestradores no tenían la menor intención de cumplir su palabra.Sintió un nudo en la garganta y soltó unas lágrimas de puro miedo.De repente, el hombre robusto abrió la puerta lateral.—¿La tiramos?—Sí —replicó el otro.—¡Allá voy!El grandote tomó la cuerda con la que tenían a Mónica atada. Ella se quedó petrificada de terror. A esa velocidad, si la lanzaban desde el auto, quedaría malherida o, peor aún, podría morir atropellada.—¡Lárgate!—¡Mmgh…!Sin miramientos, la arrojaron a la carretera como si fuera un trapo inútil. Rodó varias veces, y el vehículo continuó alejándose a toda prisa.Dentro de la camioneta, el robusto comentó con una risotada:—¿Quién lo diría? Alejandro, con lo listo que es, fue engañado por esta mujer.—Por muy listo que seas, sigues siendo humano —sentenció el flaco—. Y todo ser humano tiene sus puntos débiles.***Al caer al pavimento, Mónica solo pudo sentir un dolor punzante.El roce de la piel contra el suelo le a