Los dos secuestradores se quedaron en silencio unos dos segundos.—¡Imposible! —espetó el flaco, poniéndose de pie de un salto—. ¡Eso no puede ser!—¡Lo juro! —Mónica empezó a hablar atropelladamente—. ¿Para qué mentiría, sabiendo que estoy en sus manos? ¡Es cierto que le dije a Alejandro Guzmán que esperaba un hijo suyo, pero solo lo hice para evitar que me dejara! Fue una mentira… ¡nunca existió ningún bebé!—¿Qué? —Los hombres se miraron con gesto de incredulidad y frustración.—¿Estás tratando de engañarnos para escapar, eh? —gruñó el más robusto.—¡No es mentira! —replicó Mónica, al borde del llanto—. Si tienen dudas, llévenme a un hospital de inmediato. Una simple prueba de sangre lo demostraría en un segundo.Esa propuesta tomó por sorpresa a ambos. Durante unos instantes, no supieron cómo reaccionar.El hombre robusto murmuró:—Esta tipa no parece estar mintiendo.Su compañero, el flacucho, frunció el ceño en silencio, sumido en un conflicto interno.—Así es —continuó Mónica, a
¿A dónde la llevaban? Claramente los secuestradores no tenían la menor intención de cumplir su palabra.Sintió un nudo en la garganta y soltó unas lágrimas de puro miedo.De repente, el hombre robusto abrió la puerta lateral.—¿La tiramos?—Sí —replicó el otro.—¡Allá voy!El grandote tomó la cuerda con la que tenían a Mónica atada. Ella se quedó petrificada de terror. A esa velocidad, si la lanzaban desde el auto, quedaría malherida o, peor aún, podría morir atropellada.—¡Lárgate!—¡Mmgh…!Sin miramientos, la arrojaron a la carretera como si fuera un trapo inútil. Rodó varias veces, y el vehículo continuó alejándose a toda prisa.Dentro de la camioneta, el robusto comentó con una risotada:—¿Quién lo diría? Alejandro, con lo listo que es, fue engañado por esta mujer.—Por muy listo que seas, sigues siendo humano —sentenció el flaco—. Y todo ser humano tiene sus puntos débiles.***Al caer al pavimento, Mónica solo pudo sentir un dolor punzante.El roce de la piel contra el suelo le a
Para Fernando, solo era hacer una llamada; no era nada del otro mundo. Si ellos no querían o no podían dar explicaciones, no insistiría. Asintió y sacó su teléfono para marcar el número de Alejandro.***A esa hora, Alejandro y Luciana se encontraban en el hospital para visitar a Miguel. Felipe también estaba presente, mientras Miguel hojeaba un calendario, debatiendo algo en voz baja con él.Cuando la pareja llegó, Miguel alzó una mano para llamar su atención.—Justo a tiempo. Estábamos repasando las fechas. Felipe ya consultó y, según lo que hemos visto, la boda podría ser el día 9 del mes que viene.La expresión de Luciana se congeló por un instante; sus ojos almendrados se abrieron con sorpresa.Alejandro no dijo nada, pero frunció ligeramente el ceño. ¿El 9 del próximo mes? Eso significaba apenas dos semanas.—¿Tan pronto? —repitió Luciana, un tanto contrariada.—¿Pronto? —Miguel y Felipe intercambiaron una sonrisa—. ¡No lo es tanto! Hemos tenido tiempo más que suficiente para pre
—Debo ir. —Hizo una pausa y añadió—: Te lo cuento porque necesito que le ocultes a mi abuelo a dónde fui. Él cree que estamos juntos…Se refería a que Miguel daba por hecho que todo iba bien entre ellos.—Simón se quedará contigo —concluyó.Luciana sintió cómo su corazón se apretaba, sintiendo la impotencia de saber que, si él decidía irse, no habría forma de retenerlo.Se hizo a un lado, sin responder.Alejandro apretó los dientes:—Gracias.Abrió la puerta del auto y se marchó a toda velocidad.Luciana se quedó en el mismo lugar, sin moverse, durante un largo rato.—Luciana —la llamó Simón desde atrás—. ¿Subes al auto, por favor?—De acuerdo —aceptó ella, entrando en el vehículo.—¿A dónde vamos? —preguntó Simón.¿A dónde ir?No podía volver a casa sola, o sería evidente para Miguel que Alejandro la había abandonado ahí.—Da igual, conduzcamos sin rumbo un rato —murmuró Luciana con un deje de amargura.—Entendido.Simón la observó a través del retrovisor. Era una chica de aspecto tan
—Mónica, ¿es cierto? —insistió con el ceño fruncido, necesitando una respuesta.Mónica sintió la garganta seca y habló con dificultad:—Mamá lo que dice es cierto, pero no podemos asegurar que fuera el señor Miguel…—¿Y quién más podría estar empeñado en que ese niño no nazca? —refutó Clara con vehemencia—. ¡Nadie más que él!—Mamá… —Las voces se mezclaban en una discusión agitada.Alejandro, con los ojos cerrados y conteniendo la rabia, se puso de pie.—Mónica, descansa.No podía esperar ni un minuto más; debía ir a preguntarle a su abuelo y aclarar la verdad. Salió de la habitación sin voltear atrás.Cuando él se fue, Clara se aferró con nerviosismo al brazo de Mónica.—¿De verdad crees que esto salga bien?El rostro de Mónica se mostró tranquilo, como si hubiera llegado a un punto sin retorno.—Si hay alguien que cargará con un gran peso, será Alex. Jamás podrá olvidarse de mí…Incluso Clara sintió un escalofrío al oír aquellas palabras.***Felipe estaba ayudando a Miguel a remojar
Una vez en el estudio, se recargó en el sillón y encendió un cigarro.Enseguida el humo lo envolvió, difuminando sus facciones en la penumbra.Cuanto más pensaba, más inquietud sentía.***A las tres de la madrugada:Simón miró por el retrovisor hacia Luciana, quien iba sentada en el asiento trasero:—Luciana, ¿seguimos dando vueltas?En realidad, lo que habían estado haciendo era conducir sin rumbo.Apoyada contra la ventanilla, Luciana se sumía en sus pensamientos, sin una idea clara.—Tal vez… —Simón se atrevió a sugerir—. ¿Podrías llamar a Alex?De pronto, tal vez él ya había vuelto a casa. No era lógico pasarse toda la noche vagando. Simón no tenía problema, pero Luciana estaba embarazada.—No, no es buena idea. —Ella se negó sin titubeos ni un segundo.Ya lo había comprobado otras veces: cuando Alejandro estaba con Mónica, no contestaba sus llamadas. No era cosa de una sola vez; siempre había sido así.—¿Sabes dónde estamos ahora?—Ya casi salimos de Muonio. Nos acercamos a la ci
Acto seguido, guardó silencio. Alejandro esperó unos segundos, hasta que alcanzó a oír el suave rumor de su respiración.«¿Está molesta…?», pensó. ¿O de verdad se había quedado dormida con esa rapidez?Él había pasado la noche en vela, con el ánimo un tanto sombrío. Al acercarse a la cama, Alejandro intentó disimular su impaciencia:—Venga, levántate y come algo antes de seguir durmiendo.—¿Hmm? —Luciana abrió los ojos, sorprendida—. ¿Todavía estás aquí? Te dije hace un momento que no quiero comer, quiero dormir.¿Quién podría entender el dolor de espalda y el cansancio que se sentía tras pasar toda la noche en un coche? Y encima, estando embarazada.Ella estaba molesta, o al menos eso interpretó Alejandro. Conocía la forma de enojarse de Luciana: rara vez explotaba en gritos, pero su actitud mostraba un descontento silencioso.¿Por qué estaría molesta? Pensó que se debía a que la víspera ella le había pedido que no se fuera, pero él se marchó de todos modos.Alejandro no creía haber o
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast