Acto seguido, guardó silencio. Alejandro esperó unos segundos, hasta que alcanzó a oír el suave rumor de su respiración.«¿Está molesta…?», pensó. ¿O de verdad se había quedado dormida con esa rapidez?Él había pasado la noche en vela, con el ánimo un tanto sombrío. Al acercarse a la cama, Alejandro intentó disimular su impaciencia:—Venga, levántate y come algo antes de seguir durmiendo.—¿Hmm? —Luciana abrió los ojos, sorprendida—. ¿Todavía estás aquí? Te dije hace un momento que no quiero comer, quiero dormir.¿Quién podría entender el dolor de espalda y el cansancio que se sentía tras pasar toda la noche en un coche? Y encima, estando embarazada.Ella estaba molesta, o al menos eso interpretó Alejandro. Conocía la forma de enojarse de Luciana: rara vez explotaba en gritos, pero su actitud mostraba un descontento silencioso.¿Por qué estaría molesta? Pensó que se debía a que la víspera ella le había pedido que no se fuera, pero él se marchó de todos modos.Alejandro no creía haber o
De pronto, Luciana se puso lívida y se tapó la boca, corriendo hacia el baño.—¿A dónde vas? —Alejandro fue tras ella—. ¡No traes zapatos!Recordó que él mismo la había cargado hasta allí, así que no tenía ni medias puestas. Sin embargo, al llegar, encontró a Luciana arrodillada frente al inodoro, vomitando.La expresión de Alejandro se oscureció; en los últimos días Luciana no había mostrado malestares.Callado, se puso de cuclillas y le pasó agua para enjuagarse la boca y unas servilletas.—Gracias —musitó ella, limpiándose—. Simplemente no puedo comer. Por favor, no me fuerces más.«¿Forzarla…?»Él lo hacía por su bien, ¿no? Creía que Luciana estaba enojada y por eso rehusaba comer.—Señor Alejandro… —intervino Amy con voz temerosa—. Cuando se está embarazada, si no se tiene ganas de comer, es mejor no obligarla.—¿Lo oíste? —Luciana miró a Alejandro con cierto reproche mientras se ponía de pie.En ese segundo, Alejandro la alzó otra vez en sus brazos.—Tengo pies para caminar yo so
Luciana durmió profundamente hasta las dos de la tarde. Lo primero que sintió al despertar fue un hambre voraz, casi dolorosa.Amy ya tenía preparada la comida, consciente de que Luciana había estado con náuseas: optó por una gran variedad de platillos, esperando que probara al menos un poco de cada.Al contrario de lo que se temía, Luciana se sentía recuperada y con un apetito tremendo. Todo le sabía delicioso.—Vaya, qué hambre traías —celebró Amy, aunque con cierto recelo—. Come despacio, no te vayas a atragantar. Y que no sea demasiado de golpe, no sea que termines vomitando otra vez.—Tranquila, me siento muchísimo mejor —sonrió Luciana, con las mejillas llenas de comida.Tal cual presentía, no tuvo náuseas. Amy se alegró enormemente.—Entonces ahora sí, a comer bien y descansar, que pronto tendrás la pancita más grande que un globo. ¡Me encanta ver que ya no te sientas mal!Mientras estaban en ello, sonó el timbre de la puerta. Amy fue a abrir y volvió con una cajita en la mano.
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de