Emanuel podía identificarse a la perfección con esas historias.Después de tantas guerras, sabía lo difícil que había sido llegar hasta el día de hoy.Un país fuerte no sería intimidado tan fácil, había que proteger bien su hogar conseguido con tanto esfuerzo.Lucía no había vivido la crueldad de esa época, pero entendía que la juventud había sido el momento más glorioso de Emanuel. Ahora, aunque mayor, aún quería hacer más por su país.Los ojos de Emanuel se enrojecieron mientras hablaba.Lucía escuchaba con atención, y al ver la cicatriz de bala en su pierna, comprendió sus verdaderas dificultades.—Emanuel, ahora el país es fuerte, tiene mucho talento, no habrá ningún tipo de guerras —lo consoló Lucía al instante.—No hay que ser demasiado arrogantes —respondió Emanuel.De repente, recordando algo, y sonrió:—Aunque sí hay mucho talento. Mateo es uno de ellos, tan joven y ya tenía méritos militares. Todo por culpa de Pablo, que insistió en que volviera a heredar el negocio familiar.
Le estaba advirtiendo a Lucía. Que cuidara muy bien a su marido, no dejara que otras personas se aprovecharan de la oportunidad.Lucía no quería que Emanuel, estando enfermo, se preocupara por su relación con Mateo:—Lo sé, Mateo ya me lo ha hecho saber. Emanuel, está cayendo la noche y hace fresco,entremos.—De acuerdo— Emanuel, prudente, no dijo ni una sola palabra más.Lucía lo llevó a su habitación y se despidió, dudando si ir a ginecología o no.Justo entonces Karen la llamó:—Señorita Díaz, ¿podría venir al hospital? Necesito decirle algo.Lucía decidió ir.Javier vigilaba en la puerta y al ver a Lucía, pareció estar desconcertado.Como si temiera su presencia.—Señorita Díaz, ¿qué hace aquí? —sonrió de manera fingida.Con calma, Lucía preguntó:—¿Qué ha pasado?—Emm, mejor llamemos primero al señor Rodríguez...Su discreción despertó las sospechas de Lucía:—¿Hay algo al respecto que yo no deba saber?Javier dudaba en hablar, pero mirando a Karen en la habitación, suspiró:—Mejo
Javier miró a Lucía.—Puedes salir —dijo ella.Javier cerró la puerta.Karen apartó a un costado las sábanas, se sentó al borde de la cama y acarició su vientre con una ilusión indescriptible.—Señorita Díaz, sé que el señor Rodríguez tiene a alguien en su corazón.Lucía apretó los puños con fuerza.Karen, con la cabeza agachada, continuó suavemente diciendo:—El señor Rodríguez solo me tiene compasión por ella. Me quiere porque me parezco a ella. Incluso así estoy satisfecha, no pido demasiado, me basta con llevar el hijo del señor Rodríguez.Mirando a Lucía, y pronuncio:—Señorita Díaz, usted lo sabe muy bien, ella se llama Camila.Lucía pálida. Hasta eso sabía.—¿Mateo te dijo que amaba a Camila, que eres su reemplazo? —preguntó Lucía.Karen se encogió los hombros:—No me importa ser o no un reemplazo. Nací siendo común y corriente, me basta con un poco de afecto.Si Mateo no se lo hubiera dicho personalmente a Karen, ¿cómo lo sabría?Lucía se sintió desdichada, sus uñas casi claván
—¿Cómo? —Karen estaba pálida, algo incrédula—: ¡Imposible, mamá! Los tiempos coinciden entre sí, lo recuerdo, no puede aparecer de la noche a la mañana el señor Rodríguez. Te equivocas.—¡Fue una coincidencia! —respondió la voz al otro lado de la línea—: Cuando supe que lo estaban buscando, pensé que por fin habías conseguido algo bueno, pero nos equivocamos todas. El número de la habitación estaba mal, el hombre de esa noche no era el señor Rodríguez, era... un hombre de cuarenta o cincuenta años.Karen parecía estar aún más pálida, mirando su vientre, alterada:—¡¿Cómo voy a estar embarazada de un viejo de cincuenta años?!La caída era cruel y despiadada.Se había ilusionado en vano.Si no le hubieran dado tantas esperanzas, no habría mantenido tales expectativas.Cuando creyó que el hombre de esa noche era Mateo, pensó que era lo mejor que había hecho en su vida.Había conseguido a un hombre rico y guapo de un solo golpe.Pero la realidad le decía que se había acostado con un viejo.
Las palabras de Mateo sorprendieron a Javier. Algo no cuadraba del todo: Karen estaba embarazada y era la mujer de aquella noche, ¿cómo no iba a ser el hijo suyo?—Vámonos —dijo Mateo de repente.—Sí —Javier arrancó el coche.Mateo sorprendido: —¡Dije que bajemos!—Señor Rodríguez, tiene una reunión muy importante, lo están esperando. ¡Además hay demasiada gente! —protestó Javier, viendo la enorme multitud de ciudadanos.La señorita Díaz podía estar en ese lugar, pero para él, sin seguridad que despejara el área, esto no encajaba con sus hábitos en particular. Normalmente no tomaría este camino.Mateo miró fijamente a Javier:—¿No te gustan estos lugares?—¿Eh? —Javier no entendía cuándo había dicho que le gustaban estos sitios.Pero ante la mirada inquietante de Mateo, dijo:—Sí, sí, me gustan.—De acuerdo, ¡bajemos! —Mateo miró hacia afuera.Bajó primero, observando la multitud, sin entender qué atraía a tanta gente.¿Todo por unos minutos de fuegos artificiales?Una sonrisa de des
Por suerte Mateo ya estaba preparado y logró esquivar antes de que dispararan.—Javier, ¿te dio? —preguntó Mateo distraídamente.—¡Por poco! —respondió Javier, mirando a su jefe que estaba pálido como un papel.Nicolás, quien estaba en los brazos de Lucía, nunca la había visto tan feliz. Se quedó perplejo por un momento y con una suave sonrisa en los labios preguntó: —¿Ya no hay tanta prisa?—No, ya no. Estoy muy contenta —sonrió Lucía.El dueño del puesto también suspiró aliviado y dijo sonriendo: —¡Qué habilidoso eres, muchacho! ¡Muy pocos logran enganchar los de atrás!Rápidamente tomó el Doraemon y se lo entregó a Lucía, quien al sostenerlo sintió una sensación de satisfacción, como si finalmente tuviera algo que le pertenecía.—¿Qué hacemos con todos estos aros que nos quedan? —preguntó Nicolás.—Ya tenemos el set completo, lo que sea que enganchemos está bien —respondió Lucía.—De acuerdo —Nicolás siguió su consejo y demostró su destreza, enganchando pequeños premios uno tras otr
Javier sudo la gota fría, pues este era su sustento, ¿cómo podría no seguirlo?Al ver el mal humor de Mateo, intentó mediar: —Señor Rodríguez, por favor no se enoje. La señorita Díaz quiere seguir divirtiéndose, ¿por qué no vamos todos juntos?—¿Quién quiere ir con ella? —respondió Mateo malhumorado.Lucía, al escucharlo, no insistió y le dijo a Nicolás: —Hay muchas cosas divertidas más adelante, vamos a echarles un ojo.—Claro —respondió Nicolás, y dirigiéndose a Mateo agregó—: Señor Rodríguez, que le vaya bien.La pareja siguió su camino mientras Mateo los observaba con expresión sombría.—Javier, ¿quieres ir con ellos? —preguntó con tono amenazante.—¡Sí, sí! —Javier gritó inmediatamente—: ¡Señorita Díaz, quiero ir con ustedes!Mateo también los siguió, su mirada fija en el Doraemon que Lucía no soltaba. "Un simple juguete la hace tan feliz", pensó. Estaba super contenta, por esa baratija de juguete. Cuando él compró la esmeralda imperial de miles de dólares, ella apenas reaccionó.
—¿No es acaso suficiente? —preguntó Mateo—. ¿No es más bonito que el que tienes?Lucía miró el oso que era más alto que ella misma, si lo llevara seria arrastrado por el suelo. Sacudió la cabeza rápidamente: —No lo quiero, es demasiado grande y además no me gusta.Mateo se colocó serio: —¿No es mejor que el que tienes? ¡Tómalo! —y se lo lanzó con una mano.Lucía, que ya tenía sus brazos ocupados, recibió otro oso más. Cargada con tantos peluches, apenas podía respirar.—¡Mateo, por favor ya basta! —logró decir Lucía, asomando la cabeza entre los peluches mientras intentaba que no se le cayeran.Mateo permaneció en silencio. No entendía, ¿no le gustaban los peluches grandes? Este era más grande que el que tenía, ¿por qué acaso no la emocionaba? ¿Por qué no estaba feliz? ¿Qué había hecho mal?Lucía, consciente de que sus palabras habían sido muy duras y podrían haber herido su orgullo, suavizó su tono: —Es que es muy pesado, yo no puedo cargarlo.—Ahh era eso, yo te ayudo —intervino Nico