Las palabras de Mateo sorprendieron a Javier. Algo no cuadraba del todo: Karen estaba embarazada y era la mujer de aquella noche, ¿cómo no iba a ser el hijo suyo?—Vámonos —dijo Mateo de repente.—Sí —Javier arrancó el coche.Mateo sorprendido: —¡Dije que bajemos!—Señor Rodríguez, tiene una reunión muy importante, lo están esperando. ¡Además hay demasiada gente! —protestó Javier, viendo la enorme multitud de ciudadanos.La señorita Díaz podía estar en ese lugar, pero para él, sin seguridad que despejara el área, esto no encajaba con sus hábitos en particular. Normalmente no tomaría este camino.Mateo miró fijamente a Javier:—¿No te gustan estos lugares?—¿Eh? —Javier no entendía cuándo había dicho que le gustaban estos sitios.Pero ante la mirada inquietante de Mateo, dijo:—Sí, sí, me gustan.—De acuerdo, ¡bajemos! —Mateo miró hacia afuera.Bajó primero, observando la multitud, sin entender qué atraía a tanta gente.¿Todo por unos minutos de fuegos artificiales?Una sonrisa de des
Por suerte Mateo ya estaba preparado y logró esquivar antes de que dispararan.—Javier, ¿te dio? —preguntó Mateo distraídamente.—¡Por poco! —respondió Javier, mirando a su jefe que estaba pálido como un papel.Nicolás, quien estaba en los brazos de Lucía, nunca la había visto tan feliz. Se quedó perplejo por un momento y con una suave sonrisa en los labios preguntó: —¿Ya no hay tanta prisa?—No, ya no. Estoy muy contenta —sonrió Lucía.El dueño del puesto también suspiró aliviado y dijo sonriendo: —¡Qué habilidoso eres, muchacho! ¡Muy pocos logran enganchar los de atrás!Rápidamente tomó el Doraemon y se lo entregó a Lucía, quien al sostenerlo sintió una sensación de satisfacción, como si finalmente tuviera algo que le pertenecía.—¿Qué hacemos con todos estos aros que nos quedan? —preguntó Nicolás.—Ya tenemos el set completo, lo que sea que enganchemos está bien —respondió Lucía.—De acuerdo —Nicolás siguió su consejo y demostró su destreza, enganchando pequeños premios uno tras otr
Javier sudo la gota fría, pues este era su sustento, ¿cómo podría no seguirlo?Al ver el mal humor de Mateo, intentó mediar: —Señor Rodríguez, por favor no se enoje. La señorita Díaz quiere seguir divirtiéndose, ¿por qué no vamos todos juntos?—¿Quién quiere ir con ella? —respondió Mateo malhumorado.Lucía, al escucharlo, no insistió y le dijo a Nicolás: —Hay muchas cosas divertidas más adelante, vamos a echarles un ojo.—Claro —respondió Nicolás, y dirigiéndose a Mateo agregó—: Señor Rodríguez, que le vaya bien.La pareja siguió su camino mientras Mateo los observaba con expresión sombría.—Javier, ¿quieres ir con ellos? —preguntó con tono amenazante.—¡Sí, sí! —Javier gritó inmediatamente—: ¡Señorita Díaz, quiero ir con ustedes!Mateo también los siguió, su mirada fija en el Doraemon que Lucía no soltaba. "Un simple juguete la hace tan feliz", pensó. Estaba super contenta, por esa baratija de juguete. Cuando él compró la esmeralda imperial de miles de dólares, ella apenas reaccionó.
—¿No es acaso suficiente? —preguntó Mateo—. ¿No es más bonito que el que tienes?Lucía miró el oso que era más alto que ella misma, si lo llevara seria arrastrado por el suelo. Sacudió la cabeza rápidamente: —No lo quiero, es demasiado grande y además no me gusta.Mateo se colocó serio: —¿No es mejor que el que tienes? ¡Tómalo! —y se lo lanzó con una mano.Lucía, que ya tenía sus brazos ocupados, recibió otro oso más. Cargada con tantos peluches, apenas podía respirar.—¡Mateo, por favor ya basta! —logró decir Lucía, asomando la cabeza entre los peluches mientras intentaba que no se le cayeran.Mateo permaneció en silencio. No entendía, ¿no le gustaban los peluches grandes? Este era más grande que el que tenía, ¿por qué acaso no la emocionaba? ¿Por qué no estaba feliz? ¿Qué había hecho mal?Lucía, consciente de que sus palabras habían sido muy duras y podrían haber herido su orgullo, suavizó su tono: —Es que es muy pesado, yo no puedo cargarlo.—Ahh era eso, yo te ayudo —intervino Nico
Le limpió la herida con Isodine antes de vendarla. Poco después, Javier acercó el auto a la acera.Mientras Lucía ayudaba a Mateo a subir al auto, miró a Nicolás. Una mirada que no pasó desapercibida para Mateo, quien notó cuánto parecía importarle.—Veté con él —dijo Nicolás con suavidad—. El señor Rodríguez está lastimado y necesita de alguien que lo cuide.Entendía perfectamente la situación y le facilitaba a Lucía la decisión, consciente de que Mateo era su jefe y había que mantener las apariencias.—Me voy entonces —dijo Lucía despidiéndose con la mano—. Gracias por el día de hoy.—No hay de qué —respondió Nicolás.Cuando cerraron la puerta del auto, Javier, que estaba por subir, recordó algo y se acercó sonriendo a Nicolás: —Señor Gómez, si me permite... —tomó cortésmente el oso de peluche.Después de todo, era un premio que el señor Rodríguez había ganado para Lucía, no quedaba bien que otro lo tuviera. Era la primera vez que veía a su jefe esforzarse tanto por algo así.Mientra
En ese momento, Mateo regresaba de un viaje por fuera del país, pero se encontró el montón de reportes de trabajo esperándole.—Señor Rodríguez, está todo organizado para empezar la entrega a la una de la tarde.Mateo miró hacia donde Lucía trabajaba ocupada y la llamó con tono distante: —Señorita Díaz.—¿Sí, señor Rodríguez?—Si no tiene otros compromisos, por favor tenga usted la amabilidad de acompañarnos esta tarde.Todos los presentes se sorprendieron. Era un trabajo de por si bastante pesado y agotador que ninguna mujer solía hacer, siempre lo asignaban a los hombres de la oficina. Lucía sería la única mujer en hacerlo. Además, con el solazo que estaba haciendo allí afuera, su vestido y tacones, le sería incómodo agacharse y caminar. No era pues apropiado que fuera, pero nadie se atrevía a contradecir a Mateo.—Sí, señor Rodríguez —respondió Lucía, acatando la orden.Mateo se marchó hacia su oficina sin mirarla.—Lucía, te acompaño —ofreció Paula, queriendo ayudarla.—No es neces
Al verlo tan callado, Martín se le acercó a su lado y comentó: —Esta mujer que eligió tu abuelo como tu esposa no está nada mal. Es dócil, sumisa, sensata y ni siquiera le importa cuántas mujeres tengas fuera. ¿Qué hay de malo en eso? ¿Por qué te molesta tanto?—Una esposa dócil, sensata y obediente ciertamente es una buena elección —respondió Mateo después de un momento de silencio.—Vaya, vaya. Veo que ahora toda tu atención está en ella. ¿No te habrás pues enamorado? —Martín notaba algo extraño en él. Incluso cuando la molestaba, ¿por qué se sentía él mismo infeliz?Observando hacia abajo, donde ella interactuaba amablemente con sus compañeros, agregó sonriendo: —Tu esposa parece ser muy extrovertida, se lleva bien con todos. ¿No habías dicho que se divorciarían? Después del divorcio, seguramente será muy codiciada.Las palabras de Martín hicieron que Mateo frunciera aún más el ceño. Para Lucía, relacionarse con la gente no era difícil, y además era muy querida.—Tú mismo has dicho
—De ninguna manera —respondió ella.En ese momento llevaba puesto un saco que ocultaba su blusa. Justo cuando iba a quitárselo, él la había arrastrado hasta allí.—¿No crees que es un poco tarde para cubrirte? —se burló Mateo, sus ojos llenos de posesividad mientras sus dedos rozaban su pecho.Lucía vio en su mirada algo que nunca había notado antes: el deseo depredador de un hombre hacia una mujer. Sintió el peligro e intentó alejarse.Pero Mateo no se lo permitió, manteniéndola acorralada: —Lucía, ¿así es como ejerces tu derecho a buscar la felicidad?—¿Qué felicidad? —preguntó ella confundida.Presionando su cuerpo contra el de ella, se burló: —Tienes bastantes opciones, ¿no? Apenas te divorcies de mí, correrás a casarte con otro.Al sentir que sus manos se volvían más atrevidas, Lucía se encogió asustada: —No es así, Mateo. Suéltame, podemos hablar civilizadamente. ¡Alguien podría vernos!Mateo observó su sonrojo y su figura delineada bajo la blusita mojada. Pensar en todos los ti