Javier sudo la gota fría, pues este era su sustento, ¿cómo podría no seguirlo?Al ver el mal humor de Mateo, intentó mediar: —Señor Rodríguez, por favor no se enoje. La señorita Díaz quiere seguir divirtiéndose, ¿por qué no vamos todos juntos?—¿Quién quiere ir con ella? —respondió Mateo malhumorado.Lucía, al escucharlo, no insistió y le dijo a Nicolás: —Hay muchas cosas divertidas más adelante, vamos a echarles un ojo.—Claro —respondió Nicolás, y dirigiéndose a Mateo agregó—: Señor Rodríguez, que le vaya bien.La pareja siguió su camino mientras Mateo los observaba con expresión sombría.—Javier, ¿quieres ir con ellos? —preguntó con tono amenazante.—¡Sí, sí! —Javier gritó inmediatamente—: ¡Señorita Díaz, quiero ir con ustedes!Mateo también los siguió, su mirada fija en el Doraemon que Lucía no soltaba. "Un simple juguete la hace tan feliz", pensó. Estaba super contenta, por esa baratija de juguete. Cuando él compró la esmeralda imperial de miles de dólares, ella apenas reaccionó.
—¿No es acaso suficiente? —preguntó Mateo—. ¿No es más bonito que el que tienes?Lucía miró el oso que era más alto que ella misma, si lo llevara seria arrastrado por el suelo. Sacudió la cabeza rápidamente: —No lo quiero, es demasiado grande y además no me gusta.Mateo se colocó serio: —¿No es mejor que el que tienes? ¡Tómalo! —y se lo lanzó con una mano.Lucía, que ya tenía sus brazos ocupados, recibió otro oso más. Cargada con tantos peluches, apenas podía respirar.—¡Mateo, por favor ya basta! —logró decir Lucía, asomando la cabeza entre los peluches mientras intentaba que no se le cayeran.Mateo permaneció en silencio. No entendía, ¿no le gustaban los peluches grandes? Este era más grande que el que tenía, ¿por qué acaso no la emocionaba? ¿Por qué no estaba feliz? ¿Qué había hecho mal?Lucía, consciente de que sus palabras habían sido muy duras y podrían haber herido su orgullo, suavizó su tono: —Es que es muy pesado, yo no puedo cargarlo.—Ahh era eso, yo te ayudo —intervino Nico
Le limpió la herida con Isodine antes de vendarla. Poco después, Javier acercó el auto a la acera.Mientras Lucía ayudaba a Mateo a subir al auto, miró a Nicolás. Una mirada que no pasó desapercibida para Mateo, quien notó cuánto parecía importarle.—Veté con él —dijo Nicolás con suavidad—. El señor Rodríguez está lastimado y necesita de alguien que lo cuide.Entendía perfectamente la situación y le facilitaba a Lucía la decisión, consciente de que Mateo era su jefe y había que mantener las apariencias.—Me voy entonces —dijo Lucía despidiéndose con la mano—. Gracias por el día de hoy.—No hay de qué —respondió Nicolás.Cuando cerraron la puerta del auto, Javier, que estaba por subir, recordó algo y se acercó sonriendo a Nicolás: —Señor Gómez, si me permite... —tomó cortésmente el oso de peluche.Después de todo, era un premio que el señor Rodríguez había ganado para Lucía, no quedaba bien que otro lo tuviera. Era la primera vez que veía a su jefe esforzarse tanto por algo así.Mientra
En ese momento, Mateo regresaba de un viaje por fuera del país, pero se encontró el montón de reportes de trabajo esperándole.—Señor Rodríguez, está todo organizado para empezar la entrega a la una de la tarde.Mateo miró hacia donde Lucía trabajaba ocupada y la llamó con tono distante: —Señorita Díaz.—¿Sí, señor Rodríguez?—Si no tiene otros compromisos, por favor tenga usted la amabilidad de acompañarnos esta tarde.Todos los presentes se sorprendieron. Era un trabajo de por si bastante pesado y agotador que ninguna mujer solía hacer, siempre lo asignaban a los hombres de la oficina. Lucía sería la única mujer en hacerlo. Además, con el solazo que estaba haciendo allí afuera, su vestido y tacones, le sería incómodo agacharse y caminar. No era pues apropiado que fuera, pero nadie se atrevía a contradecir a Mateo.—Sí, señor Rodríguez —respondió Lucía, acatando la orden.Mateo se marchó hacia su oficina sin mirarla.—Lucía, te acompaño —ofreció Paula, queriendo ayudarla.—No es neces
Al verlo tan callado, Martín se le acercó a su lado y comentó: —Esta mujer que eligió tu abuelo como tu esposa no está nada mal. Es dócil, sumisa, sensata y ni siquiera le importa cuántas mujeres tengas fuera. ¿Qué hay de malo en eso? ¿Por qué te molesta tanto?—Una esposa dócil, sensata y obediente ciertamente es una buena elección —respondió Mateo después de un momento de silencio.—Vaya, vaya. Veo que ahora toda tu atención está en ella. ¿No te habrás pues enamorado? —Martín notaba algo extraño en él. Incluso cuando la molestaba, ¿por qué se sentía él mismo infeliz?Observando hacia abajo, donde ella interactuaba amablemente con sus compañeros, agregó sonriendo: —Tu esposa parece ser muy extrovertida, se lleva bien con todos. ¿No habías dicho que se divorciarían? Después del divorcio, seguramente será muy codiciada.Las palabras de Martín hicieron que Mateo frunciera aún más el ceño. Para Lucía, relacionarse con la gente no era difícil, y además era muy querida.—Tú mismo has dicho
—De ninguna manera —respondió ella.En ese momento llevaba puesto un saco que ocultaba su blusa. Justo cuando iba a quitárselo, él la había arrastrado hasta allí.—¿No crees que es un poco tarde para cubrirte? —se burló Mateo, sus ojos llenos de posesividad mientras sus dedos rozaban su pecho.Lucía vio en su mirada algo que nunca había notado antes: el deseo depredador de un hombre hacia una mujer. Sintió el peligro e intentó alejarse.Pero Mateo no se lo permitió, manteniéndola acorralada: —Lucía, ¿así es como ejerces tu derecho a buscar la felicidad?—¿Qué felicidad? —preguntó ella confundida.Presionando su cuerpo contra el de ella, se burló: —Tienes bastantes opciones, ¿no? Apenas te divorcies de mí, correrás a casarte con otro.Al sentir que sus manos se volvían más atrevidas, Lucía se encogió asustada: —No es así, Mateo. Suéltame, podemos hablar civilizadamente. ¡Alguien podría vernos!Mateo observó su sonrojo y su figura delineada bajo la blusita mojada. Pensar en todos los ti
Karen retrocedió varios pasos, atónita.—¿Dices que Lucía es la esposa de Mateo?Karen no podía creerlo. Si Mateo fuera el esposo de Lucía, ¿cómo era posible que ella no lo supiera? ¿Por qué no lo habían hecho público?—Sí, ahora suelta mi mano —Adriana se zafó—. ¡Mi cuñado es Mateo!—Ustedes dos me están diciendo mentiras, ¿cierto? Lucía es la secretaria de Mateo, ¿cómo podría ser ahora su esposa? —cuestionó Karen, escéptica.—¿Por qué no creerlo? —intervino Lily—. Lo vi y lo escuché con mis propios ojos y oídos. Mi sobrino político incluso visitó a mi hermano mayor, el padre de Lucía. Mateo es nuestro sobrino político.Karen, procesando la información, preguntó: —¿Ustedes... no lo sabían antes?—No, nos enteramos hace poco —suspiró Lily—. ¡Si lo hubiéramos sabido antes, ya seríamos mucho más rica!¡Los Rodríguez le habían pagado a Tomás un millón! Para una familia común, ¡eso equivalía al trabajo de varias generaciones! Si lo hubieran descubierto antes, podrían haberse beneficiado ta
Karen, que antes estaba nerviosa y sentía que iba a perder, recuperó la confianza al escucharlo todo.El puesto de Lucía como señora Rodríguez era inútil si nadie lo sabía, ¿de qué pues servía?Probablemente acabarían divorciándose.Mirándolas, se le ocurrió una buena idea.—No se apresuren ustedes —dijo Karen sonriendo—. No es fácil entrar al Grupo Rodríguez, ¡las echarían antes de siquiera entrar!—¿Cómo podrían? ¡Soy la tía de Mateo, nadie se atrevería a echarme! —protestó Lily, confiada en su posición y esperando ser tratada con respeto y privilegios.Karen dijo: —Ustedes mismas dijeron que Lucía desconfía de ustedes. Ella es la secretaria de Mateo, será la primera en enterarse cuando intenten entrar. ¿No creen que las echarán?Lily lo pensó y se preocupó: —Tienes razón. Ya en el hospital fue hostil, ¡aquí seguro no me dará buena cara!—Mi sobrina no respeta a sus mayores, ¡no sé qué clase de educación fue la que recibió!—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Adriana angustiada.Lily c