Cuanto más escuchaba a Lucía, más absurdo le parecía:—Estás imaginando demasiado, todo lo que dije es verdad.—¿Te atreves a decir que no te gusta el señor Rodríguez? —preguntó Karen mirándola a los ojos.Ya que hablaban de verdades, Lucía se quedó sin palabras ante esta pregunta.—Tu silencio lo confirma todo.Como mujer, su presentimiento era acertado: Lucía estaba enamorada de Mateo.Después de tantos años, Mateo no se había enamorado de ella, lo que significaba que no tenían futuro alguno.Pero Lucía tampoco permitía que otras mujeres se le acercaran al señor Rodríguez.Por eso tenía tan poco ningún tipo de rumores románticos, seguramente ella había interferido bastante.—Señorita Díaz, podemos competir de manera justa. Si pierdo así y de esa manera, lo aceptaré —dijo Karen con gran sensatez—. Si el señor Rodríguez no me quiere, me retiraré y no lo molestaré más.Lucía encontró esto un poco ridículo:—¿De verdad crees que te veo como una rival?Karen lo tenía claro:—Sé que has es
El auto se alejó del edificio.Lucía observó la sombra del vehículo alejarse, sus manos de manera inconsciente se cerraron en forma de puño.—Así que la señorita no mentía, al parecer no tiene conexión con el señor Rodríguez —dudó la recepcionista.—Se la llevó en brazos, su relación debe ser buena. Si el señor Rodríguez nos culpa, estaremos en serios problemas.Al escucharlo, el ánimo de Lucía decayó. Había visto tanto la frialdad de Mateo con algunas mujeres como su ternura con otras.Todo dependía simplemente de si le gustaban o no.Cuando le gustaba Camila, la llevaba nervioso al hospital por una pequeña herida.Y ahora se preocupaba por Karen, llevándola de inmediato al hospital después de a ver recibido un golpe.La recepcionista, preocupada y temiendo ser la autora intelectual del accidente, le pidió a Lucía:—Lucía, si el señor Rodríguez pide explicaciones, ¿podrías hablar a nuestro favor?Lucía volvió en sí, controlando sus emociones:—Fue un accidente, no tienen que sentirse
Emanuel podía identificarse a la perfección con esas historias.Después de tantas guerras, sabía lo difícil que había sido llegar hasta el día de hoy.Un país fuerte no sería intimidado tan fácil, había que proteger bien su hogar conseguido con tanto esfuerzo.Lucía no había vivido la crueldad de esa época, pero entendía que la juventud había sido el momento más glorioso de Emanuel. Ahora, aunque mayor, aún quería hacer más por su país.Los ojos de Emanuel se enrojecieron mientras hablaba.Lucía escuchaba con atención, y al ver la cicatriz de bala en su pierna, comprendió sus verdaderas dificultades.—Emanuel, ahora el país es fuerte, tiene mucho talento, no habrá ningún tipo de guerras —lo consoló Lucía al instante.—No hay que ser demasiado arrogantes —respondió Emanuel.De repente, recordando algo, y sonrió:—Aunque sí hay mucho talento. Mateo es uno de ellos, tan joven y ya tenía méritos militares. Todo por culpa de Pablo, que insistió en que volviera a heredar el negocio familiar.
Le estaba advirtiendo a Lucía. Que cuidara muy bien a su marido, no dejara que otras personas se aprovecharan de la oportunidad.Lucía no quería que Emanuel, estando enfermo, se preocupara por su relación con Mateo:—Lo sé, Mateo ya me lo ha hecho saber. Emanuel, está cayendo la noche y hace fresco,entremos.—De acuerdo— Emanuel, prudente, no dijo ni una sola palabra más.Lucía lo llevó a su habitación y se despidió, dudando si ir a ginecología o no.Justo entonces Karen la llamó:—Señorita Díaz, ¿podría venir al hospital? Necesito decirle algo.Lucía decidió ir.Javier vigilaba en la puerta y al ver a Lucía, pareció estar desconcertado.Como si temiera su presencia.—Señorita Díaz, ¿qué hace aquí? —sonrió de manera fingida.Con calma, Lucía preguntó:—¿Qué ha pasado?—Emm, mejor llamemos primero al señor Rodríguez...Su discreción despertó las sospechas de Lucía:—¿Hay algo al respecto que yo no deba saber?Javier dudaba en hablar, pero mirando a Karen en la habitación, suspiró:—Mejo
Javier miró a Lucía.—Puedes salir —dijo ella.Javier cerró la puerta.Karen apartó a un costado las sábanas, se sentó al borde de la cama y acarició su vientre con una ilusión indescriptible.—Señorita Díaz, sé que el señor Rodríguez tiene a alguien en su corazón.Lucía apretó los puños con fuerza.Karen, con la cabeza agachada, continuó suavemente diciendo:—El señor Rodríguez solo me tiene compasión por ella. Me quiere porque me parezco a ella. Incluso así estoy satisfecha, no pido demasiado, me basta con llevar el hijo del señor Rodríguez.Mirando a Lucía, y pronuncio:—Señorita Díaz, usted lo sabe muy bien, ella se llama Camila.Lucía pálida. Hasta eso sabía.—¿Mateo te dijo que amaba a Camila, que eres su reemplazo? —preguntó Lucía.Karen se encogió los hombros:—No me importa ser o no un reemplazo. Nací siendo común y corriente, me basta con un poco de afecto.Si Mateo no se lo hubiera dicho personalmente a Karen, ¿cómo lo sabría?Lucía se sintió desdichada, sus uñas casi claván
—¿Cómo? —Karen estaba pálida, algo incrédula—: ¡Imposible, mamá! Los tiempos coinciden entre sí, lo recuerdo, no puede aparecer de la noche a la mañana el señor Rodríguez. Te equivocas.—¡Fue una coincidencia! —respondió la voz al otro lado de la línea—: Cuando supe que lo estaban buscando, pensé que por fin habías conseguido algo bueno, pero nos equivocamos todas. El número de la habitación estaba mal, el hombre de esa noche no era el señor Rodríguez, era... un hombre de cuarenta o cincuenta años.Karen parecía estar aún más pálida, mirando su vientre, alterada:—¡¿Cómo voy a estar embarazada de un viejo de cincuenta años?!La caída era cruel y despiadada.Se había ilusionado en vano.Si no le hubieran dado tantas esperanzas, no habría mantenido tales expectativas.Cuando creyó que el hombre de esa noche era Mateo, pensó que era lo mejor que había hecho en su vida.Había conseguido a un hombre rico y guapo de un solo golpe.Pero la realidad le decía que se había acostado con un viejo.
Las palabras de Mateo sorprendieron a Javier. Algo no cuadraba del todo: Karen estaba embarazada y era la mujer de aquella noche, ¿cómo no iba a ser el hijo suyo?—Vámonos —dijo Mateo de repente.—Sí —Javier arrancó el coche.Mateo sorprendido: —¡Dije que bajemos!—Señor Rodríguez, tiene una reunión muy importante, lo están esperando. ¡Además hay demasiada gente! —protestó Javier, viendo la enorme multitud de ciudadanos.La señorita Díaz podía estar en ese lugar, pero para él, sin seguridad que despejara el área, esto no encajaba con sus hábitos en particular. Normalmente no tomaría este camino.Mateo miró fijamente a Javier:—¿No te gustan estos lugares?—¿Eh? —Javier no entendía cuándo había dicho que le gustaban estos sitios.Pero ante la mirada inquietante de Mateo, dijo:—Sí, sí, me gustan.—De acuerdo, ¡bajemos! —Mateo miró hacia afuera.Bajó primero, observando la multitud, sin entender qué atraía a tanta gente.¿Todo por unos minutos de fuegos artificiales?Una sonrisa de des
El amanecer en aquel lujoso hotel traía consigo el caos de la noche anterior.Lucía Díaz despertó con cada músculo de su cuerpo protestando. Se masajeó un poco las sienes, intentando así reincorporarse, cuando su mirada se posó en la imponente figura que se encontraba justo a su lado. Un hermoso rostro, marcado con facciones muy finas y ojos que, aun cerrados, prometían una inmensa profundidad. Mateo Rodríguez seguía sumido por completo en un sueño profundo, ajeno al mundo.Al levantarse, las sábanas se deslizaron por su piel, revelando así uno de sus hombros salpicados de recuerdos de aquella noche. La visión de las manchas carmesí en la cama le revolvió al instante el estómago. El reloj marcaba la cuenta regresiva empezaba a correr para su jornada laboral. Con movimientos mecánicos, rescató su traje del suelo, descartando así las medias echas jirones y poniéndolas a un lado, antes de calzarse los tacones.De repente, alguien llamó a la puerta.Ya transformada en una talentosa e efici