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Después de lo que pasó con Luigi, me di a la tarea de investigar sobre Coppola, y para mi suerte, uno de los hombres de confianza de él frecuentaba un bar. De inmediato pedí trabajo y para mi suerte me lo dieron.

El hombre de Coppola ya estaba allí, en uno de los privados. Odiaba con el alma hablar con él, pero tenía que hacerlo. Quería averiguar su paradero y asesinarlo. Simone no merecía vivir. Solo pensar en él me revolvía el estómago.

— ¿No se cómo puedes hablar con esos tipos como si nada? ¿No te da miedo? — me preguntó una compañera.

Yo sonreí. Había tratado con demonios mucho peores.

— Dan muy buenas propinas, y esas no me caen nada mal — le respondí.

Tomé la bandeja y entré. El infeliz apenas me vio, sonrió. Me acerqué y puse las bebidas en la mesa.

— ¿Cómo estás, mi amor? — Me preguntó, dándome una nalgada. Tenía tantas ganas de darle en la cara con la bandeja, pero tenía que aguantar.

— Muy bien. ¿Desde cuándo estás aquí? — le pregunté.

Él me jaló del brazo y me hizo
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