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Voy distraída, con prisa para no intentar llegar de nuevo tarde al trabajo que cuando miro al frente, por alguna casualidad, lo veo, provocando que el corazón me martillee contra el pecho por la impresión. Pensaba que no tenía ni idea de donde vivía; me había asegurado a conciencia de que no lo descubriera.

«¿Qué hace aquí?» inquiero para mí misma. Observo a Sam con curiosidad y expectación. Está apoyado en el capo con los brazos cruzados y actitud pensativa. Mi mirada viaja hasta el cigarrillo que sostiene entre el índice y el corazón.

Dado que está distraído, me acerco hasta él con pasos lentos, aún no me ha visto o al menos me ha ignorado. Antes de que se aparte le doy un suave beso en la mejilla.

—¿Tienes fiebre? —pregunta. Tira el cigarrillo al suelo y me mira con sorpresa.

Mis mejillas se tiñen de rojo mientras me observa con sus ojos llenos de curiosidad y sorpresa, como si fuese algo novedoso que yo le dé un beso porque me apetece; es posible que sí l

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