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Levanto la cabeza del volante y estiro el brazo para tocarlo, pero se aparta de mí. Casi está pegado a la ventana, poniendo toda la distancia entre nosotros, eso me provoca un dolor contaste en el pecho, reviviendo mis inseguridades; esas con los que pensaba que había aprendido a lidiar.

Sabía que no debería habérselo contado, que no iba a reaccionar bien, pero no hasta el punto de que no me deje ni tocarlo. No sé qué grado de asco le provoco, pero no más que el que yo siento hacia mí misma por la forma en cómo sucedieron las cosas.

No hay día en el que no me arrepienta de todo lo que sucedió esa noche y de no poder recordar nada de lo que ocurrió. No llego a reconocer nada, he intentado miles de veces reconstruir los hechos, pero mis lagunas mentales son inmensas y no hay forma de romperlas. Es como un muro en mi mente que no consigo derribar y tampoco hay nada que lo active, haciéndome recordar algo.

Dicen que las experiencias de esa clase es mejor no recordarlas

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