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El viaje no ha sido precisamente lo que se dice animado, es decir, que he tenido a Aiden totalmente fuera de combate. Lo único que he recibido por su parte son caras largas y risas huecas ante mis pésimos intentos de bromear.

No ha dejado de llover ni por un sólo segundo y eso comienza a tocarme las narices. Ahora comprendo que el invierno en Chicago debe ser un infierno. Londres es una ciudad fría todo el año, pero esto es una lluvia constante.

Aiden aparca en un hueco cerca del edificio y apaga el coche, pero ninguno se decide a decir la primera palabra, así que soy yo quien me planteo salir del vehículo para cortar así el incómodo silencio.

Saco la bolsa de lona del maletero y decido dejar las maletas para cuando pare de llover. Cuando entramos en el vestíbulo principal estoy tiritando de frío mientras doy saltitos en el sitio. Estoy empapada de pies a cabeza y la ropa se me pega al cuerpo de manera muy incómoda.

Definitivamente, odio la lluvia y todas las

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