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El tono de llamada de mi móvil me saca del trance en el que me había sumergido. Palpo los bolsillos y lo saco a toda prisa; casi se me cae dos veces. Por acto reflejo aprieto los dientes cuando el nombre de Sam aparece en la pantalla. Rechazo la llamada sin pensármelo dos veces.

No pienso volver a hablar con él nunca más. No merece la pena perder el tiempo con alguien como Sam, y mucho menos voy a dejar que siga incrustándose en cada poro de mi piel, porque no se lo merece.

Aiden me mira por el rabillo del ojo, enarcando una ceja. Me cruzo de brazos e imito su expresión de curiosidad.

—¿Podemos ir ya a mí casa? —pregunto.

—Ahora vamos —me responde con una sonrisa burlona.

Creo que se esperaba mi respuesta porque media hora después estaciona en una zona delante de mí casa, justo en el hueco donde debería estar el Mustang de Elizabeth. Aiden mira la casa por la ventanilla del coche con la boca entreabierta, como si estuviera flipando por la casa donde he

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