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Aiden me saca de la cocina como si fuera una niña pequeña. La adrenalina del momento ha pasado y ahora me duele la cabeza y la sangre me bombea en los oídos, haciendo que me piten.

—Bretona, estás como una puta cabra —murmura.

Ahora mismo no tengo fuerzas ni para hablar. Un leve balanceo me recorre cuando se mueve entre la gente y me lleva como si no pesara más que una pluma. Tiene ese familiar olor a hierba que me gusta, pero echo de menos la fragancia de Sam: salvia, limón e Invictus.

El olor de la libertad.

Pero él ya está muy ocupado con la pelirroja y ha dejado claras sus intenciones. Ya no me siento tan culpable por lo que hice con Aiden, porque estoy segura de que él estaba con Stacey cuando yo me sentía como una mierda por lo que había hecho.

Debió de durarle mucho el enfado; lo que tardó en tirarse a la zorra esa.

Permanezco con los ojos cerrados, concentrada en el sube y baja de su pecho; es muy relajante. Me sostiene con u

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