1

Contemplo por última vez las calles de la ciudad que me ha visto nacer. Londres, como siempre, cargada de transeúntes y turistas mientras por mi mente paseam recuerdos de los mejores y peores años de mi vida. He recorrido cada calle medio millar de veces y estoy segura de que no hay ningún rincón que no conozca de esta gran ciudad. Es extraño lo mucho que voy a echar de menos meterme en líos por estas mismas calles que voy dejando atrás; mis paseos matutinos por Hyde Park, los jardines de Kensington, coger todos los días el metro para ir al instituto con Natalie...

Eso me hizo recordar que no me he despedido de Natalie, mi mejor amiga desde que tengo catorce años; la única persona que merece mi atención..., la mayoría de las veces.

Y pensar que cuando la conocí no me caía bien... Me parecía la típica niña mimada que lo ha tenido todo en la vida, sin embargo, ella tampoco había tenido una infancia fácil, y aun así era capaz de sonreír todos y cada uno de los días, incluso cuando las lágrimas empañaban sus ojos. Puedo decir con orgullo que yo la he convertido en la chica que es ahora: más segura de sí misma y valiente.

Me alegra tener una amiga como ella: tímida, pero alocada, de esas que se ven mil veces mil su película favorita, que es capaz de aprenderse su libro preferido de memoria, de esas que son más guapas de lo que se piensan... esa es Natalie.

Aquellos pensamientos pasan por mi cabeza en cuestión de segundos.

«Esto será bueno, tienes que adaptarte lo mejor posible.»

Cuando llegamos al aparcamiento del aeropuerto de Londres-Heathrow es un auténtico hervidero de masas. Me quito los auriculares y ladeo la cabeza para mirar a la abuela. Tiene la expresión pensativa y las manos apretadas contra el volante mientras las lágrimas empañan sus ojos. 

Giro la cabeza cuando se percata de que la estoy mirando. Me dedica una sonrisa triste, arrugándosele las comisuras de los ojos al hacerlo.

—Estaré bien —le prometo con una pequeña sonrisa.

—Lo sé, lo sé, pero es que no me hago a la idea de que vayas a irte tan lejos —me contesta con un deje pesaroso.

A pesar de ser una abuela joven, bastante joven, ha envejecido a lo largo de estos cuatro años que llevamos juntas. Es una mujer atractiva y bien arreglada, pero cuidar de mí le ha hecho mella. Siempre hemos sido ella y yo contra el mundo, y a pesar de que no había tenido una buena adolescencia, tardé en comprender que ella no era la culpable de las grandes desgracias de mi vida.

Con el tiempo he aprendido a quererla tanto como a la madre que nunca tuve.

Me paso los dedos por mi coleta y la miro con los ojos entrecerrados por un par de segundos, con suspicacia; su mirada no expresa nada.

—Sabes que quiero quedarme contigo y el señor Darcy, pero creo que debo intentarlo: tengo que aprovechar la oportunidad que me está brindando —confiesa.

El señor Darcy es mi hermoso Border Collie. Mi abuela me lo regaló cuando regresé a Londres. Todavía recuerdo el día que lo encontré tumbado en la alfombra del salón con la mirada triste y presencia ausente. Margaret lo había adoptado buscando algún tipo de reacción en mí, ya que apenas hablaba, no tenía amigos y me pasaba el día sola con algún libro entre las manos que me hiciera transportarme a otras vidas que no fueran la mía.

Al principio no es que le hiciera mucho caso, pero él tampoco me lo hacía a mí. No fue hasta que una noche en la que me encontró llorando como tantas otras tras la muerte de papá. Se quedó y lamió mis lágrimas hasta que fui yo quien lo abrazó y lloré contra su pelaje hasta quedarme dormida.

Así fue como decidí llamarlo señor Darcy, porque es igual que el original: actitud fría y agria, pero con un corazón puro.

Desde entonces, no recuerdo un día en el que no haya estado a mi lado.

Pero en este momento sé que lo mejor que puedo hacer es dejarlo con mi abuela, así ambos se harán compañía durante mi larga ausencia, sí es que alguna vez regreso para siempre.

Ambas abrimos la puerta del moderno 4x4 blanco que se compró algunos meses atrás. Saco mis dos maletas negras del maletero y lo cierro de nuevo. Las pongo rectas para que se sostengan sobre las ruedas, hasta que Margaret se planta delante de mí, traga saliva y su mirada se dulcifica al mirarme.

Enarco una ceja interrogante y sonríe, haciendo que se le marquen los hoyuelos; los mismos que yo heredé de ella.

—Te voy a echar mucho de menos, Becky —murmura con un suspiro ahogado antes de envolverme entre sus cálidos brazos.

Me prometí no llorar, pero no puedo evitarlo. Un par de lágrimas escurridizas escapan de mis ojos antes de cerrarlos con fuerza y devolverle el abrazo con la misma fuerza y cariño.

Tras nuestro emotivo abrazo nos separamos y Margaret me toma de las mejillas para mirarme.

—Cuídate mucho, por favor. Procura estudiar, pocas fiestas y conoce a mucha gente —pide.

—Claro, intentaré pasarlo lo mejor posible y estudiar mucho, abuela —rezongo con una débil sonrisa divertida.

Margaret asiente antes de volver abrazarme y me suelta rápidamente mientras intenta recuperar la compostura y limpiarse las lágrimas con las yemas de los índices para no mancharse con el rímel.

De repente, coge una de mis manos entre las suyas, con lo que se gana una mirada escrutadora por mi parte. El dolor reflejado en su rostro debería provocarme alguna sensación, pero estoy demasiado aturdida como para que me importe.

Margaret suspira con derrota cuando desvío la mirada inmediatamente de la suya.

—Perdóname —susurra.

—Por favor, deja el tema ya —farfullo con un suspiro hastiado. Me molesta que se culpabilice de lo que está ocurriendo—. Yo tomé la decisión. Además, no nos veremos más que para lo que me necesite: está acostumbrada a mi inexistencia —murmuro.

Algo bueno de poder negociar con la culpabilidad de mi madre es que no me obligará a nada que no quiera hacer.

—Será bueno para ti, cambiar de ciudad, de amigos: dejarlo todo atrás de una buena vez. —Eso último lo dijo con precaución, sabiendo que la mínima mención a papá hacía que saltase en su defensa.

Me retiro los pelos sueltos de la coleta hacia atrás y la miro con comprensión.

—Sí, estaré bien: sabes que se me da bien cuidar de mí misma y que siempre he sido muy independiente —contesto con una risa divertida.

—Sí, excepto cuando casi matas a Darcy de una indigestión intentando hacer tortitas...

—¡Es que me salieron mal y me daba pena tirarlo! —suelto con una carcajada.

Ambas nos reímos al unísono y la miro con nostalgia.

—Cuídate mucho, mi niña.

—Lo prometo —contesto alzando la mano en alto. 

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo