5

Caminar siempre me despeja cuando siento que en cualquier momento puedo llegar a explotar. No sé por dónde tengo que ir, así que sencillamente, comienzo a caminar por la acera caliente. Hace un calor de muerte para estar casi a mediados de septiembre.

Necesito distraerme.

Pronto descubro que estoy un barrio que se llama Lincoln Park, y además de haber mega mansiones y casas más humildes, también hay cafeterías y bares, así que supongo que tampoco está tan mal como pensaba.

Todavía hay esperanza de encontrar algún sitio donde pueda pasar el rato y divertirme.

Cuando llevo por lo menos caminando unos veinte minutos, encuentro lo que parece ser una pequeña cafetería. Sólo quedan algunos rezagados que disfrutan de una conversación con tazas de café con hielo.

Avanzo hacia la barra y espero a que aparezca algún camarero, así que cuando pasan casi diez minutos comienzo a tamborilear con las uñas sobre la barra mientras espero. Odio esperar, es algo que me irrita de una manera casi incomprensible. No tengo paciencia, y la verdad es que tampoco me he esforzado en trabajarla.

Finalmente, aparece un chico joven, supongo, será el camarero que va a atenderme. Me mira más de lo estrictamente necesario; eso me perturba. Hace que me ponga nerviosa al instante.

Tiene unos increíbles ojos azul cielo que contrastan con su pelo color bronce con reflejos cobrizos, y su piel blanca y el toque juvenil que le concierne las pecas que salpican su nariz.

—Podrías atenderme y dejar de mirarme —le espeto con sequedad mientras me quito las gafas de sol.

Empezaba a incomodarme que me mirara tanto. Es sólo apariencia; no hay nada más. Otros te dirán que la belleza está en el interior, yo afirmo que mi belleza es sólo externa y que mi interior, está sencillamente... vacío.

—Lo siento. Me has pillado por sorpresa —balbucea. Me río entre dientes y me muerdo la lengua para reprimir una carcajada. No sé si lo dice de verdad o tiene poca práctica con las chicas, pero igualmente me cae bien al instante—. No eres de por aquí, ¿verdad? —comenta.

Me encojo de hombros y lo miro con cara de póquer.

—¿Qué es lo que me ha delatado? —inquiero mientras apoyo la barbilla en la palma de la mano. Su cara es un todo un poema, hasta tengo que morderme la lengua para no reírme, pero no puedo evitarlo.

Sí, definitivamente es muy inocente.

—El acento. Es decir, ¿británico o australiano? —inquiere con incertidumbre.

Esbozo una tímida sonrisa y me río con soltura.

—Británica, aunque mi padre era australiano con ascendencia alemana —le explico. El camarero asiente y me sonríe con admiración. En realidad no sé por qué le estoy contando mi vida, pero necesito hablar con alguien, aunque no le importe—. Me llamo Becca —me presento.

Le tiendo la mano y él la estrecha con la fuerza justa como para convertirlo en un saludo formal.

—Parece que te hace falta alguien con quien charlar —alude con una ceja enarcada—. Tyler —se presenta. Le devuelvo la sonrisa y me muerdo el labio inferior.

—Que conste que has sido tú quien lo ha dicho —repongo mientras alzo las manos a la altura del pecho en señal de derrota—. Pues Tyler, quiero beber.

—¿Pues qué puedo servirte? —me pregunta con atisbo de burla.

—Creo que vodka está bien —proclamo con demasiado entusiasmo.

Me mira como si estuviera mal de la cabeza o comprobando que tengo más de veintiuno. Pero creo que aparento tener la edad; ese nunca ha sido mi problema.

—¿No es un poco pronto para empezar con vodka?

Mi cara pierde la alegría que había adquirido al mismo tiempo que mi ceño comienza a fruncirse. Algo que no soporto es que se metan entre mi bebida y yo. Además, creo que soy suficientemente adulta para saber lo que tengo que hacer. O eso quiero aparentar por el momento.

Apoyo los brazos sobre la barra y le mando una mirada condescendiente.

—El que paga manda —le recuerdo.

—Ya, pero estoy seguro de que tú no tienes más de diecinueve años —replica en tono confidencial.

—Pero no creo que vayas a decir que no a una chica guapa —murmuro. Me recuesto sobre la barra para acércame más y lo escruto con una ceja enarcada, desafiante—. Además, ¿tú cuántos años tienes? —inquiero.

—Sí que puedo hacerlo —replica en tono burlón.

—Pero no lo harás —repongo, ladeando el gesto con una media sonrisa.

Pone los ojos en blanco y asiente con la cabeza, resignado.

—Y tengo veintiuno, para tu información —me responde antes de darme la espalda para coger la botella del estante.

Me río entre dientes y sacudo la cabeza, divertida, mientras vuelvo a sentarme en el taburete. Puede que sea ingenuo, pero es más inteligente y perspicaz de lo que me esperaba.

Posa sobre la barra una botella transparente, alta y esbelta, con una serigrafía en tonos azules, blancos y grises y una fotografía de Nueva York en el interior. La miro curiosa. Jamás la había visto antes, lo que me lleva a la conclusión de que sólo las venden en Estados Unidos.

La cojo con ambas manos y la analizo con detenimiento.

—Nuevo Ámsterdam —leo en alto mientras le doy vueltas para hojearla.

—Es un vodka estadounidense, de clase premium, elaborado en California por la empresa homónima que toma su nombre del asentamiento holandés germen de la actual ciudad de Nueva York. Elaborado mediante un método de quíntuple destilación y triple filtración, presume de ser un destilado totalmente neutro y estar completamente libre de impurezas. Esta característica provoca que, pese a poder tomarse solo, sea especialmente recomendable utilizarlo en cócteles, donde desplegará toda su calidad —me explica antes de darle golpecitos a la superficie con el índice.

—¿Ahora vas a darme clases de vodka? —inquiero con sarcasmo. Alzo la vista levemente para ver el modo en el que mira el movimiento de mis labios—. ¿De qué Wikipedia te has escapado? —bromeo.

Él se ríe divertido antes de quitarme la botella de la mano y servirme el primer chupito. Me lo pasa y lo cojo con cuidado. Primero me lo llevo a la nariz para olerlo, pero la verdad es que huele como el resto, así que sin meditarlo demasiado me lo llevo a los labios.

Inclino la cabeza hacia atrás y dejo que el líquido transparente se deslice por mi garganta como si fuera fuego. Sacudo la cabeza al mismo tiempo que cierro los ojos con fuerza, como si así la sensación fuera a desaparecer.

Sí. Joder, es bueno.

Trago saliva con dificultad y me cubro la boca con el dorso de la mano.

—¿Fuerte? —pregunta.

—Caliente —confirmo.

Tyler se ríe entre dientes cuando vuelvo a cargar el vaso hasta arriba y me lo bebo sin ni siquiera pestañear. No quiero quedar como una blanda que no puede con un maldito vodka americano.

Cuando me doy cuenta, unos quince vasos pequeños cubren la mesa y una botella de Nuevo Ámsterdam los acompaña. Empiezo a ver algo borroso y los oídos me pitan de modo incesante, pero quiero seguir bebiendo; necesito seguir disfrutando de este despliegue mental cuánto dure.

—Ahora Ron —balbuceo.

Tyler me observa y determina mi estado, que debe ser al borde de un coma. Yo, sin embargo, me encuentro de maravilla mientras meneo la cabeza con una canción que sólo yo soy capaz de escuchar.

Le indico con el dedo que se acerque. Obedece y se acerca. Me siento sobre la barra y cruzo las piernas.

—Creo que estoy borracha —murmuro, arrastrando las palabras. Me paso ambas manos por la frente y suspiro—, pero estoy bien, pu-puedo seguir bebiendo —aseguro.

—¡Eso hace ya cinco chupitos antes! Y no, no puedes beber más —exclama.

Asiento con la cabeza y cierro los ojos cuando me entra una arcada. Ni siquiera sé por qué le estoy dando la razón, cuando en realidad quiero seguir bebiendo.

Me pongo las gafas de sol y saco el móvil para buscar algo de entretenimiento. Deslizo el dedo por mi larga lista de canciones, Se ven doble, pero consigo encontrar la que quiero.

Part of me de Katy Perry.

Comienzo a cantar a pleno pulmón mientras levanto los brazos como si estuviera en un concierto.

—Esta parte de mí que tú nunca más podrás alejar de mí. Sólo quiero deshacerme de mi teléfono. Tú me estafaste tu amor fue barato. Me caí profundo y tú me dejaste ahí, pero eso era antes y esto es ahora. Ahora mírame —canto como si fuera la primera vez.

Tyler me mira como si fuera un auténtico espectáculo, pero así puedo observar su bonita sonrisa.

—¡Tú me estafaste, tu amor fue barato! —grito por encima del ruido de mis oídos.

La gente del restaurante comienza a mirarme y me fulminan con la mirada por interrumpir sus conversaciones. Lo mejor es que me dan absolutamente igual, porque me lo estoy pasando bien.

—Están amargados —mascullo entre dientes—, ¿dónde está mi ron? —exijo.

—No voy a darte más. Si bebes una gota más te vas a desmayar.

—Entonces, sácame de aquí —susurro. Intento bajar sola de la barra, pero el suelo se mueve y empieza a darme la risa tonta—. El suelo se mueve —murmuro con diversión y paranoia al mismo tiempo.

Tyler me coge por la cintura y me baja, lo que hace que tenga la oportunidad de poder mirar fijamente sus ojos azules y el modo que se clavan en los míos. Como llevo las gafas puestas me permito observarlos con detenimiento; el increíble azul como el agua de las playas griegas que puedes llegar a ver si te fijas bien. Me agarro con fuerza a sus brazos para no caerme y también para retenerlo cerca de mí. Creo que empieza a darse cuenta de que lo estoy mirando más de lo necesario, porque su cara empieza a adquirir un color rosado.

Aparto la mirada y sonrío para hacerle sentir más cómodo, pero no consigo el efecto deseado, sino que se pone aún más rojo. No sé por qué, pero me resulta adorable.

Antes de que piense lo suelto tal como viene.

—¿Sabes que tienes unos ojos muy bonitos? —confieso con una risita de borracha.

—Ya se te ha subido a la cabeza y todo —ironiza con una carcajada divertida. Tuerce el gesto con una mueca fruncida y suspira, abatido—. ¿Tienes a alguien que pueda venir a buscarte? —me pregunta.

—No tengo a nadie —balbuceo con un infantil puchero.

Los ojos se me llenan de lágrimas y agacho la mirada, avergonzada por reconocer que ni siquiera cuento con la ayuda de nadie para que venga a recogerme a un maldito bar. Antes al menos podía contar con Carter y Natalie para que me echaran una mano después de mis borracheras... Ahora no tengo nada.

Tyler traga saliva con dificultad al percibir mi cambio de ánimo y se pasa la mano por el cabello con exasperación.

—Mi turno se acaba en cinco minutos. ¿Quieres que te acompañe a casa? —me pregunta con dulzura.

Asiento débilmente con la cabeza y Tyler me sonríe con ternura. No lo conozco demasiado, pero parece bueno, demasiado bueno para tratar tan bien a una completa desconocida.

Se aparta y me mira una última vez antes de desaparecer por lo que creo que es la cocina. Lo he incomodado, y no sólo un poco. El alcohol se me ha subido a la cabeza más de lo que pensaba, y me hace pensar y decir tonterías.

Desde cuándo pienso que un tío tiene unos ojos bonitos y aún peor, decírselo mientras lo miro como una tonta, si lo único que me interesa en un chico es el sexo y lo que pueda llegar a proporcionarme. Tengo amigos con los que no he mantenido ninguna relación sexual, pocos, pero los tengo, y Tyler quiero que de momento sea un amigo y nada más. Así que voy a cerrar el pico y no decir una palabra más.

No quiero estropear mi nueva y única amistad en este sitio.

Sigo parada donde me dejo y no me muevo por miedo a caerme. Tyler reaparece pocos minutos después mientras observo mis uñas negras y como se mueven. O, mejor dicho, como muevo yo las manos.

Debo de estar mucho peor de lo que imaginaba.

—Vámonos ya.

Pero sigo parada en el mismo sitio y sin hacer caso de nada. El suelo da vueltas y no quiero caerme, es en lo único que puedo pensar. Le tiendo mi teléfono y él me mira sin comprender nada.

Al principio no entiende nada, hasta que le indico que detenga la música.

—No puedo moverme: Si camino me voy a caer —afirmo.

Pone los ojos en blanco y me mira como si fuera un experimento de la NASA, pero no. Soy una chica borracha que utiliza el alcohol como vía de escape de sus problemas y distracción de sus pensamientos.

Me rodea la cintura con el brazo y consigue sacarme sin que me caiga. Sé que no soy nada fácil de tratar cuando estoy borracha, pero Tyler lo hace de maravilla. Tiene paciencia conmigo y es capaz de encajar todas mis tonterías.

A lo mejor no soy la primera que tiene que llevar a su casa, ni seré la última.

—¿Dónde vives? —me pregunta mientras caminamos.

El aire fresco me despeja un poco y puedo pensar mejor, también puedo caminar sola, aunque no digo nada. Quiero que siga tocándome, en realidad, creo que se ha dado cuenta que puedo caminar por mí misma, pero no me suelta ni me lo propone.

—Pues no me acuerdo —bromeo.

—Pues si quieres te puedes quedar aquí, porque adivino no soy —se burla.

Me río entre dientes y lo miro. Pongo los ojos en blanco y le doy un manotazo en el brazo de manera amistosa. Le indico mi dirección y me fijo por donde caminamos, porque para ser sinceros, es de lo único que estoy completamente segura.

Cuando llegamos a mi casa ya sé un poco de la vida de este chico de ojos hipnotizantes, como que por ejemplo que lleva trabajando desde los dieciséis años porque no le gusta que sus padres le paguen las cosas, o que por desgracia no vamos a la misma universidad, pero están muy cerca, aunque me saca casi dos años. No obstante, lo mejor es que me ha dado su número.

Me despido en cuanto llego a la entrada de casa.

—Ahora ya sabes dónde encontrarme —digo señalando la verja principal con el pulgar.

—Sí, nunca viene mal saber dónde vive la hija de un senador para poder secuestrarla —bromea.

Sonrío y le saco el corte de manga de manera juguetona mientras lo veo marcharse, riéndose entre dientes.

Después de haber cogido un taxi y haberme perdido por un par de calles, al fin encuentro Dearborn Street. No puedo evitar quedarme embobada mirando el bloque de edificios que se cierne sobre mí.

La gente que camina a mí alrededor sigue con el mismo movimiento frenético, como si, aunque para mí todo fuera nuevo e impresionante, para ellos fuera el común de sus días. Obviamente, así es, sin embargo, es como si los viandantes no se detuvieran, no paran y se centraran en admirar lo que tienen, que es increíble.

Me muerdo el labio inferior con fuerza y agarro el asa del bolso con ambas manos mientras busco entre la multitud la cara de Sonya. Tan sólo con una foto es complicado distinguir a una persona.

Miro en todas direcciones hasta que una mujer de mediana edad viene hacia mí, el pelo oscuro recogido en un moño en la coronilla, un traje de americana y pantalón con una gabardina y una sonrisa capaz de deslumbrar a cualquiera que se le ponga por delante.

Me quito las gafas de sol y sonrío cuando me saluda con un gesto de la mano.

—Tú debes de ser Rebecca, ¿cierto? —interviene con una ceja enarcada.

—La misma —le contesto, tendiéndole la mano.

Ella acepta mi mano y la aprieta con la fuerza justa como para ser un saludo firme y lleno de seguridad. Me hace un gesto con la cabeza para que la siga, obedezco y espero mientras mete el código de la puerta principal.

En cuanto entramos en el vestíbulo no puedo evitar mirarlo todo maravillada. La recepción tiene un toque muy elegante, decorado en colores blancos y negros, con sofás de cuero negros y un impoluto suelo de adoquines, simulando un tablero de ajedrez. Detrás de la recepción se encuentran dos mujeres con traje que conversan con una pareja que parece tener mi edad.

Sonya me sonríe con amabilidad al ver mi cara de shock.

—Aquí la gran mayoría son estudiantes universitarios, por cierto, ¿Qué estudias? Claro, si no es indiscreción —comenta mientras esperamos el ascensor.

¿Estudiar? Yo no sé nada sobre estudiar, pero supongo que tengo que hacer el mayor esfuerzo por sonreír e intentar parecerle simpática; cosa que va a ser increíblemente dura.

Me cuadro de hombros y le dedico la sonrisa de los hoyuelos.

—Derecho, es mi primer año. Estoy en la Northwestern School of Law —abrevio, apretando con más fuerza el asa del bolso.

—Oh, es una muy buena universidad. De ahí salen abogados y fiscales realmente magníficos y con mucha preparación —responde, impresionada.

Sonya me mira con una amplia sonrisa mientras asiente con la cabeza. Creo que la he impresionado con mi respuesta. Aunque lo que realmente se preguntara es cómo una chica que estudia en semejante universidad está alquilando un piso como este en vez de vivir con sus padres, que deben estar forrados en billetes y yo debo ser la típica niñata tonta que no debería ser capaz de mascar chicle y caminar.

Sin embargo, son sólo suposiciones.

Nos adentramos en el ascensor, pero, en el último segundo, un chico se cuela a un par de segundos de cerrarse. Sonya no le presta mucha atención mientras escribe algo en el móvil. No obstante, mi mirada va directa al chico que parece tener mi edad.

Exuda arrogancia en su postura, apoyado en la pared, con los brazos cruzados al igual que sus pies. Su cabello tiene un tono rubio ceniza, su piel un color cremoso y ojos azul cielo, grandes y expresivos. Sin embargo, parecen fríos e indiferentes. Su ropa es toda negra y a pesar de que fuera debe haber treinta y cinco grados a la sombra, lleva una chaqueta de cuero.

Es sexy, sexy y no me ha mirado ni una puñetera vez, lo que me resulta de lo más extraño; suelo llamar la atención cuando estoy en un lugar.

Mis ojos se pierden en sus labios carnosos y perfilados a la perfección, en la mueca de aburrimiento que muestran, curvados de medio lado, atractivos. Es jodidamente guapo, pero él no me ha mirado y yo no pienso perder mi tiempo. Además, es un maleducado; ni siquiera me ha dado los buenos días.

Desvío la mirada hacia el panel del ascensor y espero que llegue al número quince, tal y como ha marcado. Los tres nos quedamos en silencio durante el trayecto, lo que me da tiempo para pensar en si realmente estoy haciendo lo correcto con todo esto o si en cambio, es una metedura de pata.

Pero no es un error. Esto es precisamente lo que necesitaba: independizarme. Y mucho más que eso, necesito estar alejada de Elizabeth y su nueva familia. No quiero estar continuamente en el punto de mira mediático, mucho menos pertenecer a la órbita política a la que ellos pertenecen.

Sonrío en mi fuero interno y miro hacia abajo para que Sonya y el chico sexy y maleducado no puedan ver mi cara de satisfacción.

Las puertas al fin se abren y nos da la bienvenida un vestíbulo de un color crema con suelos de moqueta de color similar. Todo parece limpio y en orden, lo que me resulta extraño; para ser un sitio tan barato, tiene buena presencia.

El chico ni siquiera se digna a mirarnos cuando sale del ascensor el primero, dándole vueltas a las llaves en el índice mientras camina con paso seguro hacia el lado contrario que el nuestro. No aparto la mirada hasta que abre la puerta del que debe ser su piso y desaparece dentro.

Como todos los americanos sean así de maleducados, creo que prefiero diez mil veces a los ingleses. Al menos allí se disculpan hasta cuando no lo sienten.

Sonya camina por delante de mí mientras me informa de todas las comodidades que presenta el edificio, como WiFi veinticuatro horas por cable, sala de fiestas, piscina y espacio para tomar el sol, también gimnasio y panorámicas de la ciudad. Incluyendo supermercados y restaurantes muy cerca. Incluso puedo ir caminando hasta Oak Street Beach.

—Querida, estás en el epicentro de la ciudad, así que lo tienes todo a mano —me informa mientras encaja la llave en la cerradura y abre la puerta.

Lo primero que me encuentro cuando me adentro en el apartamento es un amplio vestíbulo de paredes blancas y luminosas. A la derecha hay un pequeño hueco con una mesa de comedor y de frente unas puertas francesas que dan a una terraza.

Posa la chaqueta, el bolso y las carpetas sobre la mesa y entrelaza los dedos a la altura del pecho, adoptando una postura profesional.

Alzo ambas cejas y la miro expectante.

—Bueno, no es especialmente grande, como podrás haber comprobado —anuncia, señalando con la mano hacia el salón. Toma una profunda bocanada de aire y se muerde el labio con indecisión ante mi seria expresión. Mueve los hombros para relajarse y asiente para sí misma—. Bueno, pues allá vamos —suspira.

Su voz mientras habla es serena y segura de sí misma, dejando a la vista sus largos años de experiencia y un buen estudio de sus clientes. La escucho atentamente mientras la sigo por el acogedor apartamento. El salón está abierto a la cocina, las paredes son grandes ventanales de suelo a techo. A la izquierda se encuentra una cocina de estilo americano.

Pasa por delante de mí y abre las puertas de la terraza, grande y amplia, con sillones y sofás. No hago más que mirarlo todo con los ojos abiertos con atención... Y cómo no imaginarme mi vida en este sitio, en esta nueva ciudad y frente a un nuevo año lleno de retos me resulta imposible.

Francamente, creo que me ganó en el mismo instante en el que me sonrío.

Pasamos hacia las habitaciones, una a cada lado del pasillo y otra de frente. Nos dirigimos hacia esa precisamente.

Es grande y luminosa, la pared central enfrente de la cama es de cristal, las paredes blancas. La cama es amplia y con cabecero acolchado y de color gris. A la derecha hay un amplio baño y en una estancia más, un vestidor rodeado de estantes y un par de armarios y un módulo central.

Lo quiero.

Sonya se da la vuelta con soltura y sonríe enseñando los dientes.

—Bueno, hasta aquí la visita guiada. —Se humedece los labios mientras se encoge de hombros.

Hago lo propio y me encojo de hombros mientras barro la estancia con la mirada. Francamente, me ha encantado. Es todo lo que necesito: pequeño, acogedor y con pleno acceso a todo lo que necesito.

Frunzo los labios con parsimonia y me balanceo sobre los talones.

—¿Los muebles vienen incluidos? —inquiero.

—Por lo que tengo entendido, sí —contesta.

Otro punto a favor.

Sonrío y miro el lugar con expresión soñadora mientras digo:

—Me lo quedo.

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