Capítulo 40

El lunes por la mañana, Adams encontró a Elizabeth sentada en la antesala de su oficina, esperándolo. Ángel, su asistente, le hizo una señal discreta, preguntándole si debía deshacerse de ella, pero Adams negó con la cabeza. Elizabeth se puso de pie de inmediato cuando él abrió la puerta y, sin pronunciar palabra, lo siguió hacia el interior. Adams, cerró la puerta tras ellos, y avanzó hasta quedar peligrosamente cerca de ella.

—Hola, cariño —murmuró, su voz baja, casi burlona.

Lili se estremeció, pero no por deseo, sino por una repulsión helada que se enredó en su estómago.

—Buenos días, Adams —susurró, obligándose a responder.

Él sonrió con suficiencia llevando su mano al cabello de Lili, para jugar con uno de sus mechones sueltos.

—¿Qué pasa, mi querida Lili? ¿Desde cuándo una prometida es tan distante?

El pánico se apoderó de ella. No quería que la tocara. No quería que estuviera tan cerca. Con ambas manos, empujó su pecho para apartarlo, cuando Adams aparentó querer besarla, pero
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