—Sam, necesito que rastrees de dónde fueron enviados todos estos archivos.—Sí, jefe —respondió Sam, pero esta vez su expresión era pensativa, lo que no pasó desapercibido para Adams.—¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando? —preguntó Adams.—Jefe, hace un mes Frank salió de prisión. Ese hombre se volvió más peligroso dentro.—¿Y por qué me entero de esto hasta ahora? —preguntó Adams, cada vez más molesto. —Aunque no creo que sea solo él, no obstante, empecemos por ahí. Quiero que lo vigiles y conozcas cada uno de sus movimientos, incluso con quién vive y quiénes lo visitaron en la cárcel.El doctor Isaac, que había estado escuchando la conversación, intervino con algo que en su momento no le había parecido relevante, ya que aparentemente no había tenido consecuencias.—Hace dos años, tuve una enfermera en el hospital que era muy atenta y eficiente. Se ganó la confianza de todos y fue asignada a mi área. Se encargaba de las historias clínicas de los pacientes y tenía acceso a los archivos.
Cerca de las cuatro de la tarde, Morgan llegó a la casa de Adams. Este ya lo estaba esperando y, por más que había intentado evitarlo, no logró mantener a Glenda al margen de la situación.—¡Hola, Morgan! Qué gusto verte —saludó Glenda con una sonrisa al verlo entrar al despacho junto a su esposo.—Hola, Glen. ¿Cómo estás?... Pero espera, ¿qué pasó? ¿Cómo es que ya estás así? —preguntó Morgan, asombrado al notar que, a pesar del poco tiempo de embarazo, su barriga ya era notable.—¿Qué te puedo decir? Son dos —respondió ella riendo—. Ya sabes, tu primo no hace nada sencillo.Su comentario alivió un poco la tensión que flotaba en el ambiente, pero no por mucho tiempo. Unos minutos después, Sam entró al despacho con una laptop y un portafolios negro de cuero. Todos tomaron asiento.—Morgan, ¿Qué te dijo Jorge? —preguntó Adams de inmediato.—No está aquí. Me comuniqué con él y está en España. Me dijo que se conectará por videollamada, nos está esperando.—Ok, Sam, usa una línea que no se
—Bueno, pero volviendo al tema —dijo Morgan, desviando la atención de sí mismo y regresando a lo realmente importante—. ¿Por qué mencionas este asunto? No creo que tenga que ver con esto.—No estoy seguro —respondió Adams con tono pensativo—, pero tal vez, si encausamos la investigación de otra manera, podríamos llevarnos una sorpresa. Estoy casi seguro de quién está detrás de todo esto, pero mejor investiguemos.—¿Y qué propone, jefe? —preguntó Sam, sabiendo que su superior ya tenía un plan en mente.Adams se pasó las manos por el cabello, ya despeinado, y luego de un silencio dijo:—Sam quiero, que revises todos los movimientos de nuestro querido amigo Zac Preston durante ese año. Como estábamos en pandemia, no debe ser difícil rastrearlo. Además, comunícate con el mismo número que hizo la llamada y diles que estamos de acuerdo con hacer el pago, pero que necesitamos cinco días para reunir el dinero en efectivo.—¡No! ¿Cómo vas a pagar? —exclamó Glenda—. Tú no hiciste nada.—Cariño,
Los días pasaron con cierta lentitud, no por falta de trabajo, sino porque las jornadas se extendieron al máximo. Adams decidió mover las reuniones al departamento en el que anteriormente vivía Glenda, evitando así la atención que sus movimientos podrían generar en el Corporativo. No sabía cuántos ojos lo vigilaban, ni cuántos espías podía tener cerca. Además, salir de casa también era una estrategia para proteger a su esposa. Aunque Glenda hacía un esfuerzo genuino por mantenerse al margen, su naturaleza inquieta y analítica la llevaba a estar más involucrada de lo que él quería. Adams conocía demasiado bien a su mujer, y sabía que la única forma de ayudarla a cumplir su promesa era alejándola del fuego cruzado.Por su parte, Elizabeth tenía casi todo listo para la Gala de Navidad. La eficiencia con la que se había encargado de cada detalle le ganó puntos con Adams, pero lo que realmente lo hizo considerar la idea de unas disculpas públicas fue la intervención de Morgan y el impecabl
Y mientras en Miami sucedía todo eso, un tranquilo Adams llegaba más temprano a su casa ese mismo viernes.—¡Papiiii, mamiiii, papi está aquí! —gritó Adri, saltando sobre Adams, quien la atrapó para darle un beso.—¿Cómo me llamaste, florecita? —la niña dudó ante la pregunta de su padre, pues si bien es cierto que él era su padre, desde que ella lo supo solo le decía Dam.—Papi, ¿no te gusta? —preguntó algo tímida.Adams la volvió a besar.—Claro que me gusta, es más, hubiera querido que me llamaras así desde el primer día, pero me tocó esperar.—Bueno papi, es que los niños de mi aula me molestaron cuando les dije que mi papá era campeón nacional de equitación. Se rieron y dijeron que era mentira, y yo me molesté más y les dije que Dam era campeón nacional del dos mil quince y se rieron más porque no te decía papá y mi apellido era otro.—Y terminaron llamándome a mí, porque tu linda florecita fue suspendida por tres días por halarle los moños a otra niña —interrumpió Glenda poniéndo
Ese sábado, Nueva York despertó en caos mediático. Adams Smith era el protagonista de todos los titulares. La opinión pública se encontraba dividida: unos dudaban de la veracidad de las noticias, mientras otros disfrutaban de la caída del magnate arrogante.No solo se hablaba del supuesto delito y el soborno para silenciar el escándalo, sino que la ciudad amaneció con unas hermosas fotos del magnate acompañado de una radiante Glenda, con su evidente embarazo y como si eso no fuera suficiente para avivar el fuego. La presencia de una niña entre los seis y siete años de edad, fue la cereza del pastel, ya que el parecido con el empresario era imposible de ignorar. Una copia en miniatura del magnate, con sus mismos ojos azules y expresión altiva.Las alarmas sonaron en todos los medios. ¿Quién era la niña? ¿Desde cuándo existía? ¿Qué había estado ocultando Adams Smith todos esos años? Nadie lo sabía con certeza, pero lo que sí estaba claro es que la vida privada del poderoso empresario er
Llegó la noche y el gran salón de baile que ocupaba todo el último piso del edificio del Corporativo Smith brillaba con lujo y motivos navideños. En la terraza se instaló un gran árbol de Navidad, cuya nieve no era artificial, sino la propia que caía por esos días en la ciudad de Nueva York.Gladys y Carlos Smith, junto a la mayor de sus nietos y nueva integrante de la familia, la señorita Adriana Smith, estaban haciendo de anfitriones recibiendo a todos los invitados. Como era de esperarse, la prensa se dio gusto haciendo fotos de la nueva princesa del imperio Smith. La niña, un poco temerosa al principio, posó con sus abuelos, quienes nunca la dejaron sola ni permitieron a la prensa hacer preguntas. Tampoco se atrevieron, ninguno quería exponerse a la furia de los padres de la recién llegada a la familia.Sobre las nueve de la noche llegaron Adams y Glenda. Esta vez, Glenda optó por un vestido de lentejuelas verde botella, con escote barco y mangas largas ajustado a su cuerpo, recto
Luego de iniciar el baile, todo se relajó y las personas continuaron disfrutando de la noche. Elizabeth bailó con Morgan, llamando la atención de todos, con la complicidad y la química que irradiaban juntos. Morgan no apartó la vista de su chiquitita ni un solo segundo, como si quisiera grabar cada instante en su memoria. Pero justo cuando la música se detuvo, el teléfono de Morgan sonó. Él se excusó con delicadeza, dejando a Elizabeth en compañía de Lara, que había llegado a pesar de haber dado a luz recientemente.—Lara, ¿no se suponía que no venías hoy? —dijo Lili, saludando a su amiga y al esposo de esta.—Sí, pero no me podía quedar en casa—respondió Lara con una sonrisa radiante—. De hecho, Russel está en mi oficina con la niñera, yo solo vine un ratito.La sonrisa de Lara escondía algo, pero Lili no alcanzó a descifrar qué era hasta que las luces del salón bajaron inesperadamente. El murmullo se apagó y una gran pantalla descendió en el fondo del salón. La música cambió, y todo