La mañana siguiente Theo se apresuró por ser el primero en llegar al sitio donde tenía una cita con este chico que nunca había visto. Caminó rápidamente hasta llegar al local donde estaba Tequiloco y se sentó en las sillas de aluminio acompañadas de mesas altas.
—Genial. ¡Llegué primero! —se dice a sí mismo Theo.
El negocio donde vendían café, snacks u otras delicateces estaba poco concurrido aunque la parte de adentro tenía una fila de personas que esperaban hacer su orden. La mayoría de estos eran hombres de trajes con periódicos bajo el brazo.
Al costado de Theo estaba una pareja de sexagenarios hablando de los viajes de sus nietos y una futura reunión de los mismos.
Aquel agitado joven escucha la conversación de los abuelos mientras saca un pañuelo de su bolsa para limpiarse el sudor de la frente. Su situación convulsiva se debía a que prácticamente corrió desde la parada de autobuses para llegar antes al café, aunque no había hora estipulada ni mucho menos un contacto telefónico.
Por ende, mientras recobraba el aliento sacó del bolsillo de su pantalón un empaque de chicles para llevarse uno a la boca. Se sintió descansado, su respiración cobró la normalidad y su postura inquieta se fijó por un momento. Se peinó el cabello con los dedos, se levantó de la silla acomodando su pantalón beige de vestir que hacía juego con su suéter tejido verde aguamarina.
Entró al sitio, pidió un café negro y medio limón. El no desayunar le empezaba a pasar factura porque su estómago estaba a punto de dar un concierto. Así que también solicitó un pedazo de pastel que reposaba sobre el mostrador.
—Ahorita te lo llevo —dijo la señorita que le atendió.
—Gracias —soltó Theo tras guardas las monedas del cambio en su bolsillo y volverse hasta la mesa donde estaba sentado.
Alcanzó el envase de agua que tenía en su mochila, lo destapó y bebió gran cantidad. Lo dejó sobre la mesa y sacó su teléfono, esperando que ocurriera el milagro que Adén encontrara de la nada su número telefónico, pero nada, no había notificación ni señal alguna.
Por su parte, Adén estaban en su apartamento tratando de decidir qué ponerse. Sobre su cama había una montaña bestial de ropa. Él en calzoncillos quitándose una y otra vez las prendas de su cuerpo moreno. Revisó la hora y descubrió que se le había hecho tarde, pues sabía que aproximadamente a las nueve Theo estaría llegando al centro comercial.
No obstante, Theo tenía ya rato en el lugar acordado.
De la nada, Adén agarra el blue jean que estaba sobre una silla, mismo que tenía una abertura deshilachada en la rodilla. Se puso una franela sin estampado de color gris que hacía juego con sus botas deportivas. Sin decir una palabra sale de su casa, se despide de su madre con un gesto y agarra las llaves en conjunto a su teléfono tanto como su billetera.
Esperando el ascensor se metió los objetos en los bolsillos del pantalón, menos las llaves que agitaba de lado a lado con el dedo índice.
Al salir de su complejo alzó la mano para frenar en taxi y se montó en él, le dio la dirección al chófer. Este animado le empieza a contar la historia más triste e irrelevante sobre su esposa con ataques de ira. Adén, sin prestarle atención y respondiendo con monosílabos le muestra su cara de preocupación, y el chofer de vientre abultado decide dejar de contar sus desgracias.
Al llegar al Tequiloco ve que Theo ya estaba allí con un café terminado y un plato con restos de pastel.
—¡No me esperaste! —reprochó Adén.
—¡Por favor! No quites la cara de felicidad que traías al verme —indicó sarcástico Theo.
Ambos parecían niños jugando a tener la razón, eran tan adorables que se volvían torpes intentando ocultar la emoción que les producía aquello.
—La espera me produce ansiedad y la ansiedad me da hambre —dijo Theo.
—¡Espera! —vociferó Adén mientras se sentaba en las sillas de aluminio al frente de Theo—. Estás diciendo que… ¿Estabas nervioso por verme?
—Eh… —balbuceó Theo apenado.
—No tienes que aceptarlo, mi querido amigo. Pero creo que es muy temprano para que confieses que estás enamorado de mí.
Adén veía la incomodidad de Theo, aprovechando esto hacia comentarios sarcásticos mientras lo miraba de forma pícara que en vez de incomodarse la situación se convertiría en contrapunteo en cualquier momento. No obstante, el experto en redacción se perdió por un momento en sus pensamientos.
—¿Se me notará mucho que me gusta? O al menos me llama la atención. No sé cómo tratar estas situaciones. ¿Qué debo hacer? —pensó.
—Tierra llamando a Theo —dijo Adén chasqueando sus dedos en el rostro de su compañero.
—Disculpa —asintió Theo.
—Descuida. ¿Te pasa algo?
—Ehh… No
—Si te ofende alguno de mis comentarios lo puedes decir.
—No, no es eso —repuso Theo mirando hacia abajo.
—Entonces… ¿Qué es?
—No sé, es extraña esta situación. Ayer a esta hora no te conocía y hoy estamos desayunando juntos, o bueno, eso vamos hacer.
—¡Verdad! —exclamó Adén parándose de la silla—. Voy por dos cafés, el mío con leche ¿Tú lo quieres con limón no?
Yendo al umbral del local se regresó, volvió para decirle: “No creas que esta conversación ha terminado”.
Después de hacer una fila de dos personas y pedir sus cosas, él mismo se encargó de llevar la bandeja con las dos tazas de café, además de dos pedazos de torta y un sándwich. Sentándose dijo lo siguiente:
—Ya sabemos que tu café ideal es con limón, ahora te digo que el de mi preferencia es con leche. Más leche que café —contó Adén mientras hacía una mueca y susurrándole en la cara, muy cerca, continuó diciendo—. Porque sabes que no me gusta el café.
—¡Ah! Te traje torta y pan porque no sé qué querías. Tú no me das más pistas —confesó Adén volviéndose al espaldar de su silla.
—¡Oye! Yo te invité, yo debía pagar —confiesa Theo
—Descuida. De hecho hice que anotaran en un cuaderno para que pagaras tú, porque obvio que vas a pagar—se echó a reír y entre carcajadas deja claro que es broma.
Tras lanzar el chiste que sólo causó gracia en él, Adén continua diciendo:
—No debes pagar nada, con tu presencia me basta.
No obstante, Theo permanecía tan callado como pensativo. De momento agarraba las bromas de su acompañante y las refutaba de la nada, pero parecía no estar en aquel sitio. Su cuerpo yacía sobre la silla de aluminio, aunque sus pensamientos estaban en una invariable lucha para no perderse de sí.
Así se fue consumiendo el café, entre risas migajas de pan y de pastel.
Existía poca conversa, si bien había espacios blancos en cuanto a la ausencia del habla, existía un contacto visual arraigado. Risas, gestos y señas.
Transcurrió casi media hora desde que había llegado Adén, ninguno se atrevía a profundizar la conversación. Tanto los pensamientos del uno como del otro eran —¿Será qué dije algo mal? —¿Qué estará pensando?.
Sin embargo, nadie se atrevía a manifestar sus reflexiones.
Fue ahí, en ese lapso de ansiedad, cuando llega Marianna hasta su mesa.
Una joven curvilínea acomodándose el delantal negro, al mismo tiempo que acomodaba su enorme cabellera castaña con puntas onduladas haciéndose una cola de caballo, sorprendida exclamó:
—Adén ¿Qué haces aquí? Si tú no tienes turno hoy —dijo extrañada Marianna.
—Vine a desayunar, amor—respondió Adén mirando fijamente los ojos verdes de su inquietante amiga.
—Sí, ya veo. En muy buena compañía ¿No?...
—Sí, Marianna él es Theo; Theo ella es Marianna.
—De hecho ya nos conocemos —dijo Theo un poco apenado.
—Así mismo es —confiesa Marianna.
La muchacha seguía parada entre los dos jóvenes, la mirada de sospecha no la podía ocultar, menos cuando despedía de sus ojos un intenso recelo como si un águila estuviera cazando su presa. Por lo que, apoyó sus codos sobre la mesa mientras esperaba “una explicación” de su mejor amigo con su intensa vista puesta en el chico del pantalón rasgado.
Al ver que nadie decía nada, Marianna tomó la taza de café que estaba cerca de Adén, la llevó hasta sus labios y bebió un sorbo.
—Está muy rico tu café con leche, amigo.
—Gracias, amiga—respondió Adén moviendo la cabeza a un lado en señal de que debía irse.
—Bueno, ya que nadie quiere compartir conmigo lo que está pasando yo me voy—repuso dramática Marianna—. Chao.
Cuando ya se vio que la muchacha se alejaba del local Theo retomó la conversación y con asombro e ingenuidad preguntó:
—¿No tenías que venir al centro comercial y aceptaste venir a desayunar? Me acabas de dejar anonadado.
—No te emociones, café agrío—dijo Adén.
—Sabes que pasa… —contó Theo.
—Lo que pasa es que me atraes de una manera que no sé describir, pero existe. Había pasado mucho tiempo desde que tenía algún tipo “de cita” —hace la señal de las comillas con los dedos—. Al llegar estaba muy nervioso porque no entendía mucho la situación. Esto, lo que ha dicho tu amiga me ha dado muchas respuestas y quiero saber más.
Adén miraba como Theo intentaba traquear sus dedos mientras relataba todo aquello.
—Hay cosas a las que no les tengo respuesta, pero no me gusta “no saber” —prosiguió Theo—. Y la verdad me gustaría estar al corriente más a detalle que te gusta, cómo estás y cómo eres, aparte de que te gusta el café con mucha leche.
—Hay muchas cosas por saber de mí—reflexionó Adén.
—Bueno, eso quiero saber.
—Primero debes tener mi número—cantó Adén en tono burlón.
Theo sacó su smartphone del bolsillo de su pantalón, lo desbloqueó deslizando sus dedos y se lo pasó resbalándolo por la mesa. Adén anotó su número con mucha paciencia, con el brillo en los ojos que tenía cuando llegó.
Acto seguido, pasó el celular de la misma manera en la que lo recibió.
La pantalla del aparato móvil brillaba, por lo tanto Theo se dio cuenta de la hora, observando que tenía casi una hora y media de retraso a su trabajo.
—Me tengo que ir —informó Theo—. Es demasiado tarde.
—Te acompaño—dijo Adén al mismo tiempo que se paraba de la silla—. ¿Te ayudo con el bolso?
Theo ríe con aquella preposición. La inconsciencia de Adén no lo había hecho entender que su propuesta era extraña para su acompañante.
Hacían su caminar cada vez más lento a medida que se iban acercando hasta la oficina en donde estaba la empresa en la que laboraba Theo. Su conversación se volvió espesa, pues intentaban alargar cada vez más el tiempo para estar juntos. Lo que no fue posible porque las obligaciones de la vida adulta, que estaban descubriendo, les llamaban.
—Tengo que entrar —reprocha Theo.
Los dos se miraron fijamente por casi treinta segundos estando parados en la fachada de la empresa. Adén hace un gesto tonto con la mano, la mueve como cuando alguien no se quiere despedir, pero lo hace de una forma infantil. Por su parte, Theo también se veía un poco congelado, aunque sonreía ante aquella situación que no sabía cómo llevar.
—¿Será que lo beso? —pensó agitado Theo—. ¿No me vas a dar un abrazo de despedida? —soltó sin más aunque su pensamiento era otro.
—Claro—dijo Adén quien se volvía hacía el cuerpo esquelético de su casi enamorado compañero; rodeó sus manos sobre la espalda de él, sintió el olor que expedía el cuello transportándolo a otro universo. Contempló además el olor natural del mismo sin opacar el perfume de aquel muchacho.
Por otra parte, Theo sintió la fornida espalda de su acompañante que no tenía colonia encima, sino más bien un olor natural que le producía paz. La situación parecía sacada de una película, porque aunque sucedió por unos segundos para ellos ese lapso fue eterno, maravilloso, aunque fugaz.
Tras recibir aquella muestra de cariño, ambos se despidieron, Theo entró a su trabajo mientras Adén caminaba hacia la salida del centro comercial.
—Debí besarlo—pensó Adén.
La lucha de Theo era otra, ya que Cipriano estaba sentado en su cubículo sobre su silla espiando su computadora de mesa.
—Buenas—dijo en tono oscuro el jefe de redacción.
—Buenas tardes, Theo —. ¿Qué te pasó? —continuó Cipriano.
—Estaba en una reunión.
—Necesito que me pases los últimos proyectos.
—Se lo pudiste pedir a Rossy, ella también los maneja.
—No recordaba eso —dijo Cipriano levantándose de la silla para caminar hasta el escritorio de su otra empleada con la información.
Tras despedir a su afanoso director, minutos más tarde llega Anastasia hasta la mesa de su gran amigo.
—CUENTAMELO TODO —dijo entusiasmada.
—Creo que lo eché a perder, amigue.
—¡¿QUÉ?! ¿POR QUÉ? —chilló Anastasia.
La silla de Theo rodó hasta ponerse al frente de su amiga para relatarle lo acontecido. En su mente, había una escena distinta a todo la situación y fue aquello lo que contó a su compañera. Ella trató de alentar a su amigo apaciguando la situación melancólica del caballero abarrotado.
El teléfono celular de Theo vibró desde adentro del bolsillo del pantalón, era un mensaje de Adén.
«—Ya que no te tomaste la molestia de escribirme, pues lo hago yo.
—Me gustaría volver a repetir lo de hoy.
—Posdata: Me costó poco conseguir tu número, pero una amiga de una amiga (hablo de Marianna) me lo consiguió. XOXO»
Anastasia al ver aquellos mensajes instantáneos, confundida le pregunta: —¿Me perdí de algo? ¿Me contaste la historia real?
—Eh… ya va —respondió Theo.
—Por lo visto le agradas. No te hagas más películas.
—Yo pensé que quería que lo besara, pero no lo besé. Sentí que la embarré porque además casi no hablé.
—Bueno, ahí ya tienes tu respuesta —puntualizó Anastasia.
Los tortolos ya tenían bastantes días hablando por mensajes tanto por llamadas. Además, que compartían unos que otros desayunos cuando Theo no tenía que entregar trabajos y cuando Adén tenía turno desde temprano en el restaurant. Una mañana que daba paso al mes de mayo Theo se apresuró con sus manos a hacer una caja de agradecimiento “por llenarlo de vitalidad” a su gran admirador. Desde tempranas horas se dio a la tarea de forrar una caja con distintos stickers que compartían a través del chat. Llenó la caja con jugo de naranja casero, además de sándwiches, fruta picada y galletas rellenas de mermeladas que el mismo untó. La emoción de Theo era tan latente en sus ojos brillosos y en el sudor de sus manos, que a cada momento las secaba con la parte superior de su pantalón de mezclilla negro. La ansiedad de días anteriores por ir a ver a su, tal vez, enamorado se había disipado luego de tantos desayunos compartidos. A pesar de llevar bastante tiempo int
Pasaron dos días desde que Theo volvió a hablar con Adén. Un par de días en el que Theo dejó de ir a trabajar para no ver a Adén y se hundió literalmente entre sus almohadas. Ni Anastasia sabía qué pasaba con él, pues solo había dado una notificación de que faltaría porque estaba enfermo. No obstante, ambos días, Adén se paseó por la oficina del joven pálido y atractivo sin conseguir si quiera verle de reojo. Tampoco se encontró ni de casualidad a Anastasia porque ella estaba concentrada en su trabajo y llegaba tarde a la oficina, tanto así que era la última en irse. Desde que se enteró que su esposa estaba encinta se distrajo con la llegada del nuevo miembro a su familia, aunque se entregaba de más en su labor por el futuro permiso largo para cuidar a su bebé. Theo pasó dos días pensando en sí mismo, a veces caía por un abismo y otras veces se hallaba corriendo situaciones peligrosas en sus sueños que pudieran convertirse en pesadillas. Pasó dos días la mayor parte
La felicidad que inundaba cada hueso de Theo se notaba con solo verlo andar, como si estuviera en la nebulosa. Todos en la oficina lo miraban estupefactos porque pocas veces podían ver a aquel joven tan sonriente.Sin embargo, las obligaciones llamaban y tenía que descubrir lo que estaba pasando con sus proyectos que constaban como rechazados. Hasta el presente, como era costumbre se sentó una vez más en la silla de su cubículo para hacer sus labores. Entre correos y comunicaciones con fuentes cercanas de los altos mandos, a los que le trabajaba, descubrió que Cipriano estaba siendo acusado por malversaciones de fondos.Theo no entendía nada, seguía leyendo portales de noticias donde expresaban detalladamente los desfalcos que supuestamente estaba haciendo su jefe a otras empresas a través de la publicidad que ofrecía.La felicidad que pudiese tener aquel joven en ese momento se vio opacada le
Adén llegó hasta la mesa donde lo estaba esperando Theo, pues tenía que ir a buscar sus objetos personales dentro del restaurante de comida china rápida. Como era costumbre él estaba entretenido con su libro cuando el chico con la mochila a cuesta suelta:—Así te ves tan atractivo—espeta Adén—. Con razón el muchacho de la otra vez se enamoró… ¿Cómo es que se llamaba? ¿Dalmi?—Dani—dice Theo quitándole la vista al libro y guardándolo en su bolso—. Se llama porque aún no se ha muerto.—¡Ah! Es que tienen contacto.—No—ríe Theo—. Pero supongo que no ha fallecido.—¿Para dónde vamos, señor? —cambia drásticamente la conversación Adén.—A mí casa ¿No? —dice Theo mirándolo a los oj
Theo se despojó de toda su ropa, a pesar de que tenía los ojos de Adén clavados en su cuerpo esquelético. Se quedó solo con el bóxer blanco puesto y cuando fue a agarrar un short que estaba sobre un banco cerca de la cama, su compañero se le abalanzó para besarlo como un animal devora a su presa. No obstante, el muchacho pausó aquella escena fogosa y se puso rápidamente el short. Al mismo tiempo que empezó a buscar un suéter holgado entre sus prendas usadas para encimárselo. Por su parte, Adén se hizo a un lado pensando en lo que acababa de pasar. Donde los labios pasearon entre melodías inexistentes, pero que hacían juego con una tonada armoniosa y fructífera para aquel momento en que ambos cuerpos se apretujaron rozando sus lenguas. Uniéndose pecho a pecho en medio de agarradas de brazos y espalda. Momento mágico frenado por el miedo de Theo. Al ver la reacción de su compañero Adén decide salir de la habitación y se sienta sobre el sofá. —Disculpa—d
La mañana siguiente Theo despierta un poco tarde a lo acostumbrado. Estira sus brazos mirando a la ventana. En medio de un bostezo se da cuenta que Adén ya se había levantado. Se quita las sábanas de encima para caminar hasta la sala para indagar si su enamorado había huido o simplemente no estaba haciendo ruido. Desde el marco de la puerta de su habitación, somnoliento, mira hacia la sala, aunque se da cuenta que su invitado estaba en la cocina sonriente tostando panes. —Buenos días, dormilón—dice Adén dejando entre ver sus dientes. —Buenos días—canta Theo con un bostezo. —¿Huevo revuelto o entero? —Revueltos —¿Y mermelada? —Qué extraño eres. ¿Quién come huevos con mermelada? —Pues tu novio. —No tengo novio—suelta sarcástico Theo. —¿Lo hacemos oficial? —Espera que me lave los dientes, al menos. —¿Te vas a poner guapo para mí? —Ya quisieras…—suelta Theo mientras camina hasta el ba
Adén se fue tarde de la casa de su novio. Luego de pasar un maravilloso día, además de hacer oficial su relación y compartir partes de sus vivencias Theo se sentía campante por todo lo obtenido de su amado. A pesar de que la situación en la empresa le preocupaba. De modo, que cuando Adén iba camino a su casa, Theo se dio a la tarea de indagar las actualizaciones del caso legal de su jefe. Por lo que se entregó de lleno a sus aparatos electrónicos digitales conectados a Internet para leer portales web y preguntar a sus conocidos qué noticias tenían de Cipriano. Por otra parte, Anastasia también estaba entregada a su computadora y celular, pues de alguna manera había quedado encargada en conjunto con Eulalia de Strumarketing, y en la sala de su casa con portátil en mano tecleaba veloz para informar a los clientes la situación. No había resultados positivos, pues el señor Struve estaba en graves problemas. Se le había confirmado a detalle cada acusación
Pasaron unos cuatro días hasta que Theo recibió una llamada, luego de pasear por el centro comercial que trabajaba u otros locales que conocía entregando la síntesis curricular. Lo llamaron del lugar del que se despedía Marianna. La cita estaba pautada para el mediodía.Adén se había levantado insistente ese día en que fueran a cenar, y aunque Theo estaba renuente al principio, luego de recibir la llamada de la entrevista laboral acepta. Por lo tanto, el somnoliento se baña y se viste rápido para agarrar el bus próximo rápidamente. Debía llegar temprano al lugar, porque la puntualidad era todo para él.Llegó al centro comercial con media hora de anticipación por lo que caminó hasta el pasillo de comida, saludó a su novio y le dijo que lo habían llamado del trabajo que dejaba Marianna. Este sonriente lo felicita, pero se ven interru