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CAPÍTULO II: GALLETAS DE LA SUERTE

Theo llegó a su trabajo. Saludó con un beso a la recepcionista. Mientras paseaba por los cubículos saludó a sus no tan concentrados compañeros de labores en el mundo del marketing. La empresa era un local amplío, divido por unos sectores encerrados con imitación de madera blanca, que quedaban al nivel de la cintura estando parados.

—Sabía que te iba a encontrar aquí —exclamó Theo al ver a Anastasia en el comedor de la empresa.

El recinto era un cuarto pintado de azul cielo, con una mesa de doce puestos en el medio. Un microondas en la esquina, y al lado la respectiva cafetera acompañada de tazas, vasos e insumos culinarios.

—Cualquiera que te oye piensa que lo que hago es comer —respondió Anastasia.

—En parte es verdad, porque como tienes asistentes para que hagan tu trabajo —chilló Theo, mientras le entregaba en la mano el sobre manila.

Anastasia lo recibió con la mano izquierda, pues en la diestra tenía la taza de café.

—Gracias, mi amor —dijo con un tono insolente.

—De nada, amiga —soltó Theo al mismo tiempo que salía de la habitación y le daba la espalda.

A un lado del cuarto de comida estaba la oficina del director de la compañía. Theo toca la puerta y entra.

—Ya llegué, jefe.

El gerente estaba hablando por teléfono, por lo que le mostró el pulgar arriba a su empleado como gesto de aprobación a su notificación. Theo cerró la puerta y caminó hacia su cubículo.

Dejó caer su cuerpo sobre la silla reclinable de color azul marino con tonos negros. Cuando se dispuso a prender su laptop después de sacarla de su bolso llegó Anastasia, para interrogarlo un poco.

—¿Qué te dijo Cipriano? No me quiso dar la cara cuando llegué.

—Nada, solo me mostró el pulgar.

—¿Qué pasará?

—Ni idea, amigue.

—¿Qué pasó con Marianna?

—Eh, nada... Todo bien.

—Ya llegó Dionisio. Voy a darle el paquete para que lo mande a la revista con la que tenemos el contrato. Me urge de verdad que me arreglen la impresora... ¡Ah! Te felicitaron a ti porque la redacción de la campaña estaba muy pulcra.

—¿De verdad? Ojalá me den trabajo ahí —bromeó Theo.

—No te puedes ir de aquí. ¡Estás loco! Cipriano te mataría si lo dejas.

—Me cansa la incomunicación.

—Entiendo, pero eres un teso en lo que haces. Déjate de cuentos —susurró Anastasia.

—¡Epa! Antes de que se me olvide. Sabes que cuando te fui a buscar las fotos llegó un muchacho del restaurante de comida china. ¿Le conoces? Se puso medio intenso con las galletas de la suerte.

—¿Adén? Él es un picaflor.

—Me lo imaginé. Tiene esa actitud de "sabrosón”.

—Sí, no te hagas mucha ilusión porque no creo en su conducta.

—Te has paseado por todos los restaurantes de este centro comercial así que te tengo fe. Sabes de lo que hablas.

Sin hacerle mucho caso a aquella acusación intrépida, Anastasia le ignoró y cambió la conversación inmediatamente.

—Insinuando la comida ¿Trajiste comida? ¿Comemos juntos?

—No traje, tendré que salir a comer. ¿Vamos?

—Tampoco yo. Por supuesto, con eso nos ponemos al día. ¿Comida china?

—No delires. Claro que no. Odio esa comida y lo sabes.

Anastasia despega su pierna del escritorio de Theo, ya que la tenía apoyada mientras le hacía aquella entrevista imprevista. Se levanta de la mesa mientras ríe y le dice que se ven al mediodía.

—Tengo una reunión con los muchachos. Al terminar con ellos vamos a almorzar. Va a ser un tanto larga porque siguen cometiendo los errores de siempre. Parecen pasantes. Nadie pone la seriedad al asunto aquí.

—Cálmate un poco, abuela —refutó Anastasia y concluyó diciendo—. Pobrecitos Leo y Rossy.

—Eficacidad, amigue —responde satisfecho Theo.

Tras revisar su computadora durante unos treinta minutos y enviar un par de correos, sacó de la gaveta una carpeta con distintos papeles. Se dirigió hacia los puestos de trabajo de los empleados a su cargo. Les indicó que debía reunirse de momento en la sala de usos múltiples.

A pesar de poseer un nombre que indicaba una extremada latitud, la oficina no era muy amplia. Esta sala era la que mayormente se usaba para las reuniones generales, aunque no cabían sentados todos los practicantes, por lo que siempre unos dos o tres permanecían de pie durante los sermones de Cipriano.

Sin embargo, esta vez solo eran Leonardo y Rossy, los dos redactores que supervisaba Theo. Estos se encargaban de elaborar todo lo textual que salía de la empresa como agencia publicitaria de otras compañías.

—¿Quieren café u otra cosa de tomar? —preguntó Theo para apaciguar la reunión.

—Ya tengo agua —respondió Rossy.

—Yo sí te acepto el café —informó Leo sin tapujo.

El jefe de redacción y ortografía agarró el teléfono directo para marcarle a Anastasia, ya que esta era la del arranque para m****r a otras personas y le hicieran el favor de llevarle las bebidas hasta la reunión, pero no obtuvo respuesta alguna.

—Espérenme voy a buscar el café —aseguró Theo.

Rápidamente se dirigió hacia el comedor para buscar las bebidas. Buscó la ayuda de una bandeja para así llevar las tres tazas con café en ella. De momento, llegó a la sala, colocó la bandeja sobre la mesa y después de soltar un suspiro dice:

—Rossy te traje uno a ti también, porque las buenas conversaciones siempre deben estar acompañadas por esta maravillosa bebida—le guiña el ojo.

Su empleada asintió, recibió la taza y la puso al lado de su envase de agua que reposaba al lazo izquierdo del cuaderno que llevaba consigo. Mientras que Leo agarró la de él sin que le dijeran nada. Se la llevó hacia sus labios para saborear el líquido oscuro viscoso.

—La reunión de hoy no va a estar muy apretada, solamente quiero dejar unos puntos claros —declaró sin preámbulo—. Me siguen cometiendo los mismos errores. Siguen usando palabras y modismos que aquí, en esta empresa, no están permitidos. Se los recalqué e hice que les imprimieran esas palabras "prohibidas" —continuó—. El trabajo que se debe entregar y que sale desde nosotros debe estar pulcro, porque en sí, nuestra labor es vista por todos los gerentes y en parte es cada palabra que ponemos la que hace al cliente aceptar nuestras propuestas —siguió diciendo Theo.

La reunión se mantuvo en ese tono de reproche y llena de correcciones durante varias horas.

—Espero no corregir lo mismo la próxima vez. Con esto damos por terminada esta sesión. Ustedes tienen más talento del que piensan que tienen—concluyó el jefe de la redacción.

En el momento en que se estaban levantando de la silla llega la recepcionista con una caja y dice:

—Theo, un muchacho te trajo este paquete. ¿Pediste domicilio?

Lo que hace que Theo mire hacia atrás extrañado y antes de que balbuceara entró a la habitación Anastasia.

—Sí, pedimos domicilio —dice la otra jefa encargada. Theo se queda mirándola.

—Ok. Les dejo. ¡Provecho! —declara la recepcionista. Una mujer exuberante, la cual vestía un jean prelavado, una blusa que mostraba su escote y movía sus caderas al andar.

Cuando se quedaron completamente solos, Theo y Anastasia, él se dirige a ella: "Yo no pedí nada", declara.

—Sé muy bien que no porque no te gusta la comida china. La caja es de ese restaurante. El que la entregó fue el muchacho misterioso de esta mañana; tu nuevo amigo Adén.

—¿Qué? —cantó Theo.

—Sí, lo vi cuando salió de la empresa.

—¡Tienes ojo clínico, mujer!

—No pierdes una conmigo—respondió Anastasia—. Mejor revisa el paquete.

La caja, aunque era del servicio delivery del restaurante estaba bien ordenada. Al abrirla se podía observar dos cilindros trasparentes de plástico (uno sobre el otro). Dos vasitos pequeños con sus respectivas tapas. Un refresco de botella de vidrio sellada y una bolsa plástica transparente en las que se veían cinco galletas de la suerte. A un lado de todo esto estaba una hoja blanca doblada, en el reverso tenía escrito lo siguiente:

"Hola, señor 'me gusta el café agrío'.

Me tomo la molestia de hacerle llegar este almuerzo porque me di cuenta que iba al trabajo sin una lonchera, por lo que deduje que no tenía almuerzo. El contenido de la caja es: Arroz chino con lumpias. Tallarines con algas. Salsa agría. Salsa de soya. Aparte de las galletas de la suerte para que comparta y sepa QUE NO SE COMEN CON CAFÉ.

Disculpe el atrevimiento y ojalá que no me haya equivocado.

Por cierto, al recibir esto se ve en la obligación de ahora mostrarme lo que a usted le gusta: el café.

Con cariño y apenado.

Adén

XOXO"

—¿Qué significa XOXO? —pregunta extrañada Anastasia.

—Besos y abrazos —responde confundido Theo.

—Ahora tienes que invitarlo a salir.

—¿Qué? ¡¿Estás loca?! —grita.

—Ahí dice que tienes que mostrarle el café, que por cierto dice que te gusta el café agrío. Que yo sepa y si mis pobres neuronas no me fallan, a ti te gusta el café es con limón.

—Bueno, boba. Sin detalles —ríe.

—Vamos a degustar este hermoso platillo, mejor.

—A mí no me gusta la comida china.

—Pero te la vas a comer por él —refutó Anastasia.

—Vamos al comedor —dijo risueño Theo.

Mientras caminaban hacia el merendero, Theo tenía una avalancha de pensamiento revoloteando sus palpitantes sienes.

—¿Y ahora? ¿Debo invitarle un café? ¿Algo tan cliché? No entiendo —pensó.

Llegaron hasta la habitación de las comidas y estaba uno de los fotógrafos de la empresa sentado comiendo lasaña con pan de ajo.

—Buenas —dijo Anastasia—. ¿Cómo estás? —prosiguió. El experto asintió, pero siguió comiendo.

Theo en su extrañeza empezó a sacar todo de la caja para ponerlo sobre la mesa. Los dedos se deslizaron sobre los envases plásticos para contemplar su temperatura.

—Están tibias. ¡Recién hecho! —exclamó Theo haciéndole señas con los ojos a su compañera.

— ¡100 puntos para nuestro delivery! —respondió con ironía Anastasia.

—¿Mitad y mitad? —preguntó Theo.

—No, dame los tallarines, pero me dejas arroz. Soy tan buena amiga que no te voy a obligar a comer lo que no te gusta, como el arrocito lo soportas te lo dejo con la condición de que me dejes un poco de sobras porque sabes que me encanta.

—No te voy a dejar sobras, boba. —refutó Theo.

—Bueno, buen provecho muchachones —enfatizó el fotógrafo levantándose de la silla y se fue.

Anastasia dijo gracias con la boca llena de comida, mientras que su compañero se inmutó.

Después de un largo silencio Theo se pronunció: —Creo que voy a empezar con la galleta de la suerte para ver qué me depara el futuro. Sacó la bolsa transparente de la caja, luego agarró la galleta y la partió dejando caer el papel con el mensaje sobre la mesa de madera.

"La felicidad llega sin ser buscada. Todo a su tiempo"

Una carcajada que pudo ser oída en toda la empresa, casi que en todo el centro comercial acompañó aquella habitación medio vacía. Theo no terminaba de salir de su asombro, por lo tanto lo cubrió con ataques de risas nerviosas.

Terminaron de comer, al salir del comedor Theo repartió sin decoro las otras tres galletas que le sobraban, una para Rosy, otra para Leo y la última se la dio a Anastasia para que se la llevara a su pareja.

Al transcurrir la tarde solamente podía pensar en el detalle que había tenido consigo un completo desconocido. Además, de la intuición inigualable de aquel joven con quién había compartido solo sarcasmo y medianas sonrisas.

De este modo, la gran interrogante de qué hacer después de tal gesto inundó aquel cuerpo delgado hasta el último hueso, no solo su mente, sino todo su ser estaba repleto de incógnitas que se multiplicaban en diferentes voces para descubrir que paso seguir. Por consiguiente, al no tener a quien acudir y sin poder concentrarse de lleno en el trabajo se levantó de la silla de su espacio laboral para caminar hasta el cubículo de Anastasia que estaba en la esquina más recóndita de la empresa.

—Ahora dime cuál es el paso a seguir —soltó Theo sin mucho preámbulo ni titubear un segundo, mientras que miraba fijamente a Anastasia, la cual estaba entregada a su computador tecleando sin parar.

—Amigue —dijo Anastasia sin quitarle la mirada a su monitor—. Creo que lo que debes hacer es lo que está escrito en la galleta —continuó diciendo luego de una pausa.

—Pero si la galleta no dice nada, solo es un pasaje sacado de algún libro de poemas. ¿Qué quieres decir? Pocas son las veces que vengo a molestarte y no puedes dejar la ironía para después —reprochó Theo con el ceño fruncido sin quitarle la mirada a aquella mujer.

—¡Oye! ¡Oye! ¡Oye! No soy el enemigo —gritó a media voz Anastasia para continuar diciendo —. Recuerda que no soy el enemigo. Sé que tienes bastante tiempo sin verte en estos tapujos, pero no es para que pagues tu frustración con la única amiga que tienes.

Ambos se rieron después de esta declaración que cortó la tensión.

—Lo único que puedes hacer es dejarte llevar. No puedo saber cuáles son tus pasos a seguir si no conozco esa faceta tuya de romance. Eres amargado. Eres introvertido. Sobre todo, eres de esos que despotrica cualquier muestra de amor. Me parece curioso que tengas tanto miedo a esta situación, porque sí, se te ve en la cara. Por mi parte, lo que te puedo aconsejar es que le agradezcas, y hazlo pronto porque han pasado más de tres horas desde que recibiste el paquete. ¿Lo siguiente? Pues tan simple como pagar tu deuda...

—Pero ¿Qué le debo? ¿Tengo que pagarle el almuerzo? —interrumpió Theo a su aconsejable amiga.

—No, bobo —dijo con brillo en los ojos Anastasia—. Es algo retórico —continuó diciendo—. Debes invitarle a salir. Además, no sé por qué te complicas tanto él ya te dio la idea de que lo invites a tomar un café. Esta es la hora perfecta para eso.

—Él debe estar trabajando, Anastasia —repuso Theo al momento que se apoyaba sobre el escritorio de su amiga quien lo miraba fijamente ahora a él y no a su computador.

—Sí, pero yo te cubro con Cipriano. Puede que te robes a Adén en tu caballo blanco y cabalguen por todo el centro comercial como cuan príncipes de cuentos de hadas fuesen.

—Sin exagerar, por favor —balbuceó Theo—. ¡Solo quiero tu ayuda! —chilló mientras cruzaba los brazos.

—Mi ayuda la has recibido, amigo mío. Solamente tú puedes ser el protagonista de esta historia porque es tu historia y de nadie más. Tal parece que tu manía de sobre pensar las cosas la están arruinando antes de que empiece. Tienes que agradecerle, ser cortés, paciente y amigable —informó Anastasia para seguir tecleando su aparato electrónico, al mismo tiempo que manipulaba unos documentos que tenía sobre su regazo.

—Casi tres años que no tengo una relación con alguien, mucho menos que trato de involucrarme sentimentalmente con una persona. El pasado ha sido duro.

—No por eso vas a perder nuevas oportunidades o juzgar a nuevos personajes por los antiguos ­—dijo su compañera mirando los ojos café de Theo, los cuales dibujaban un pánico infantil.

—Entiendo, Anastasia. Sin embargo, es algo que no puedo controlar. Lo sabes muy bien. Trato de no hacerle daño a la gente y siempre me pasa lo mismo. De momento alguien saldrá herido.

—¿Y si no? —repuso su amiga a un desconsolado Theo.

—No soy quién para saber —soltó Theo agachando su cabeza para mirar sus zapatos.

—¡Exactamente! —gritó Anastasia mientras se paraba de la silla y golpeaba con sus manos sus muslos rodeados por su ajustado pantalón de mezclilla que hacía juego con su chaqueta del mismo material —. Esto es lo que vas a hacer ahorita. Vas a ir directo hasta el restaurante de comida china, sin importar a quién esté atendiendo. Le harás saber que estás ahí, lo agarras de los hombros, le plantas un beso, seguidamente de expresar tu gratitud te vienes y ya—impuso Anastasia.

—Bueno, puede ser que los besos estén de más —dijo arrepentida—. Pero ve dale las gracias. Pídele su número e invítale a desayunar mañana. Puede ser aquí mismo en el centro comercial —puntualizó decidida.

—Me muero de los nervios —reprochó Theo.

—Nada de eso —dijo Anastasia.

Mientras indagaba en su cerebro para encontrar palabras de aliento, Anastasia le puso las manos en los hombros a Theo para empujarlo y hacerlo caminar hasta el pasillo fuera de la empresa en la que ambos laboraban.

—Vas a subir hasta el nivel de restaurantes y vas a buscar a Adén para agradecerle. Lo que pase después lo conoceremos en breve. No te abrumes por lo que no ha pasado aún. Haz frente a esta situación, que puede ser decisiva para que encuentres al fin el amor —informó una Anastasia madura.

Luego de recibir la reprensión de su amiga, Theo fue andando con sus piernas medio temblorosas, de a poco recorrió el pasillo antes de llegar a las escaleras pensando en qué le iba a decir a su amigable desconocido por su encantador regalo.

En la puerta para transitar por las escaleras se quedó pensando en un discurso improvisado, al mismo tiempo que daba vueltas en el espacio que había de un escalón a otro. Decidió no tomar el ascensor porque quería posponer lo más que pudiera aquella acción bochornosa, a su pensar. 

Caminó escaleras arriba sin dejar de pensar en las palabras que iba a decir. Cuando se estaba acercando al puesto de comida desde lejos vio a un Adén pensativo apoyado con sus codos sobre la barra. Al percatarse que se le acercaba Theo cambió su rostro. Dibujó una media sonrisa y dobló su cara mostrando extrañeza.

—Eh... eh... Hola —balbuceó Theo.

—Señor, café agrío. Esta mañana no hubiera pensando que se le trababa la lengua —dijo con sarcasmo Adén.

—Menos yo me hubiese imaginado que alguien tan arrogante tuviera un gesto tan cortés —soltó Theo acomodando su postura y levantando la ceja.

—¡Uy! ¡Qué sensible! —exclamó con insolencia Adén.

—No me busques la lengua —insistió Theo.

—¡¿QUÉ?! —gritó Adén—. ¿Cómo dices?

Ignorando aquella esa escena de doble sentido en la que se vio involucrado por un momento Theo declaró:

—Solo vine a darte las gracias por el gesto que tuviste conmigo en el almuerzo. Ha sido muy simpático, amable e inquietamente curioso el detalle.

—No hay de qué —murmuró un Adén abatido.

—Por lo que, como me veo en la obligación, he venido a invitarte mañana a desayunar para que ahora pruebes mi exquisitez.

—¿En tu casa? —preguntó rápidamente Adén.

—No te emociones, compañero —soltó un divertido Theo.

—Puede ser en Tequiloco porque me gusta el café de ahí —continuó Theo.

—¿Aquí en el centro comercial? Que descortés de tu parte llevarme a un lugar tan informal en la primera cita.

La cara de Theo se ruborizó de inmediato al escuchar aquellas afirmaciones de su presunto enamorado.

—Yo no te he acosado en secreto durante tanto para que termines invitándome a tal lugar. Te he visto pasar por aquí unos cuantos meses, y eso que llevo trabajando en este sitio casi que dos años. Entonces vienes tú a decirme que desayunemos en Tequiloco —dijo en tono burlista Adén.

—Tampoco te voy a llevar a mi casa—respondió con insolencia Theo.

—No dije que a tu casa es a donde quiero ir.

—¿Entonces a dónde?

—No te molestes, Theo. Solo estoy jugando contigo. Acepto tu cita en Tequiloco para probar un café que jamás he probado—repuso Adén y susurró —. No me gusta el café.

—A mí tampoco la comida china y me la comí —dijo inconscientemente Theo.

—¡Vaya, vaya! ¡Oh sorpresa!

—Nuevos descubrimientos —pautó Theo.

Aquella pequeña disputa se vio interrumpida por una señora que empezó a solicitarle el platillo del menú al entretenido Adén. Asimismo, el hijo de la señora, de unos diez años, recordaba a su madre que tenía que pedir galletas de la suerte. Adén, cuando vio la insistencia del infante le picó el ojo a Theo de forma rápida, y este se echó a reír.

—En 10 minutos está su orden —finalizó el trabajador Adén que manejaba la caja registradora y hacía pasar el papel con el pedido de la señora por una ventanilla que tenía detrás.

—¿Te veo mañana en la mañana, entonces? —pregunta Theo después de que la señora y el hijo se fueran a sentar en el pasillo repleto de mesas.

—Ahí estaré —dijo Adén entusiasmado.

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