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CAPÍTULO IV: GALLETAS CON MERMELADA

Los tortolos ya tenían bastantes días hablando por mensajes tanto por llamadas. Además, que compartían unos que otros desayunos cuando Theo no tenía que entregar trabajos y cuando Adén tenía turno desde temprano en el restaurant.

Una mañana que daba paso al mes de mayo Theo se apresuró con sus manos a hacer una caja de agradecimiento “por llenarlo de vitalidad” a su gran admirador. Desde tempranas horas se dio a la tarea de forrar una caja con distintos stickers que compartían a través del chat. Llenó la caja con jugo de naranja casero, además de sándwiches, fruta picada y galletas rellenas de mermeladas que el mismo untó. 

La emoción de Theo era tan latente en sus ojos brillosos y en el sudor de sus manos, que a cada momento las secaba con la parte superior de su pantalón de mezclilla negro. La ansiedad de días anteriores por ir a ver a su, tal vez, enamorado se había disipado luego de tantos desayunos compartidos. A pesar de llevar bastante tiempo intercambiando conversaciones, tanto como buenos platos de comida y bebidas, ninguno había hablado de amor, ni de relación; tampoco existía algún contacto físico más que abrazos en el momento que se despedían uno del otro.

Aquel cuerpo esquelético ahora intentaba mantener el orden de su hogar por si alguna vez se le presentaba la oportunidad de que Adén fuese hasta su casa. La ropa sucia que antes abordaba gran parte de su habitación ahora reposaba tranquila en la cesta de su closet. Mientras que de apoco iba comprando cosas para decorar su pequeña morada.

Tampoco es que la situación era limpieza extrema, pero mantenía o intentaba mantener un poco más el orden.

Por su parte, Adén también planeaba algo para Theo, solo que no tenía nada que ver con comida. Aunque era un amante empedernido de las exquisiteces culinarias, pensaba llenar de alegría a su pretendiente de otra manera.

Adén una vez más en ropa interior rodeado de sus prendas de vestir buscaba qué ponerse, pero antes metió en una bolsa de regalo un suéter gris tejido a ganchillo. Miró su Smartphone  y notó que estaba yendo tarde a su trabajo, por lo que se apresuró a vestirse. Se puso rápidamente la chemise roja, el uniforme de su trabajo, que pendía desde un clavo que sobresalía de una repisa donde reposaban sus trofeos de concursos bilingües.

De un momento a otro se agita porque el tiempo empezaba a correr de una manera abismal que no comprendía, pues había olvidado que perdió media mañana contemplando el suéter que le iba a regalar a su cita y otra gran parte buscando el oufit perfecto.

El joven moreno agarra un pan tostado que estaba sobre la mesa del comedor de su casa, mientras le da un beso en la frente a su mamá y le toca el hombro a su padre como señal de despido. Caminó por su casa con la bolsa de regalo en la mano y sobre el hombro su bolso deportivo.

Al momento en que se acercaba al ascensor sacó su celular del bolsillo del pantalón y le escribió un mensaje a Theo:

—¿Almorzamos juntos? Ya desayunar no me da tiempo. Voy tarde.

Theo con su torso desnudo al ver este mensaje se achicopaló momentáneamente. Se sentó sobre la banca de su cocina para pensar en mil y unas posibilidades de aquella situación que desconocía. Pues esperaba pasar poco tiempo de su mañana compartiendo uno de los tantos desayunos con Adén.

Luego de contemplar que era imposible una comida mañanera con su posible cita buscó en la nevera una barra de cereal que metió sobre su bolso y agarró una manzana que estaba en su encimera. Corrió hasta su cuarto para vestirse con suéter de algodón color vinotinto, el cual adoraba. Al verse vestido, listo para laborar, salió de su casa para repetir el proceso de todas sus mañanas. Sin responder el mensaje de Adén.

Al llegar a la oficina se dio cuenta que su amiga Anastasia no  estaba, cosa extraña en ella porque siempre era una de las primeras en llegar.

Pasaron varios minutos de los cuales Theo entregó  la mayor parte a su descontrolado trabajo en cual consistía en corregir las redacciones de sus empleados además de recibir correos de posibles clientes. Y ahí, en medio de la concentración de letras, signos y comas, llega agitada Anastasia y lo sacude agarrándolo de los hombros.

—¡Se me dio, amigue! ¡Se me dio!

—¿Qué es? Loca —responde Theo mientras voltea para ver a su amiga.

—¡Sí! Se me dio.

—Barájamela más despacio... —murmuró Theo—. ¿Qué pasó?

Theo no entendía nada de lo que estaba sucediendo, pero concebía la energizante vibra de su amiga que destellaba la alegría por sus ojos. Casi que si fuese una caricatura su mirada extraería estrellas. Anastasia sin poder decir palabra alguna más que sonreír. Su sonrisa era tan alargada que casi podía verse que nacía desde el final de un ojo a otro. En sí sonreía más que con su boca.

—¡Voy a ser mamá!

Al escuchar esta expresión el joven se levantó de la silla de un salto y abrazó a su amiga mientras saltaban sin cesar; omitiendo que todos los presentes los miraban extrañados.

—No puede ser, Ani —suelta por fin Theo.

—Sí, nos enteramos hoy.

—Cuéntame todos los detalles. ¡Felicidades! —grita para abrazarla de nuevo.

—Fuimos esta mañana a la reunión con el ginecólogo y el especialista de inseminación. Estaba muy nerviosa porque después de tres intentos dicen que se vuelve imposible—hace una pausa y se pasa las manos por el muslo—me sudaba todo. Entonces los doctores al unísono dijeron: —¡Van a tener un bebé!

Los ojos de Anastasia se llenaron de lágrimas al momento de narrar la historia.

—Verónica y yo nos abrazamos de inmediato. Casi que saltábamos como tú y yo, pero mantuvimos la postura porque nos dio pena con los doctores. No cabíamos de felicidad.

—Qué emoción tan grande, Anastasia—repite una y otra vez Theo abrazándola.

—Sí, entonces… Vero toda emocionada me dice en el carro cuando vino a dejarme: “Gorda gracias por hacerme tan feliz” —tragó saliva, tomó una pausa y continuó—No te imaginas cuánto adoro a esa mujer, Theo.

—Lo sé, ustedes se ven demasiado cuchi juntas.

—Y este es el inicio de algo maravilloso, amigue—dice Anastasia limpiándose las lágrimas que recorrían sus mejillas.

—Una muestra más de que la felicidad siempre llega, aunque se te pase la vida intentándolo en algún momento lograrás lo que te propongas y ustedes han luchado demasiado por ser madres.

—Sí —jipió.

—¿Cuántos meses tienen? —dice Theo intentando desviar las lágrimas de su amiga.

—A penas terminando el primer trimestre, pero Vero no sienta nada. Ni síntomas, ni pataditas, nada.

—Deja el apuro mujer—refuta Theo.

—Es que no me quiero perder ningún detalle. ¿Sabes?

—Entiendo, pero tampoco nos pongamos paranoicos, conmigo basta.

Y sacando las galletas con mermelada de su caja le dice: —Vamos a comernos estas galletas que de seguro no has comida nada—afirma Theo.

Caminaron hacia el comedor con la caja en las manos de Theo y el empaque de las galletas en las manos de la ahora futura mamá que se iba comiendo una de las exquisiteces hecha (o untada) por su amigo.

Al sentarse en la mesa grande del recinto Anastasia pregunta con cara confundida que si Adén le había hecho llegar otro paquete y este negó con la cabeza e inmediatamente enterró la cabeza en señal de tristeza.

—¿Qué pasó? —dijo tajante Anastasia.

—Supuestamente, íbamos a desayunar, pero me canceló a última hora porque iba a tarde al trabajo. Aunque me escribió para cambiarlo por el almuerzo, pero no le he contestado el mensaje. Tenía la esperanza de darle esta cajita, pero ahora los planes cambiaron porque tenemos que celebrar

Un silencio inundó la habitación. Anastasia sobó el brazo de su amigo que reposaba sobre la mesa y le regaló una media sonrisa para continuar degustando los sándwiches.

Tras comer aquella apetecible merienda cada uno caminó hasta su cubículo correspondiente, pero antes Anastasia le dijo: —“Lo que a va a ser, será” —y le guiñó el ojo a su entrañable amigo.

Theo se dejó caer en su silla mientras en el gabinete inferior de su escritorio metió la caja que había decorado parte de la noche y la mañana.

Al prender el monitor de su computador se dio cuenta que habían pasado diez minutos de la hora de almuerzo de Adén. Se levantó de su silla y caminó hacia el pasillo de los restaurantes del centro comercial. Su compañero aún no se había desocupado y le hacía señas incesantes a su amigo desde el stand de su trabajo.

De este modo, como Theo llevaba un libro bajo el brazo contempló las letras de su adorable obra en manos. En lo que estaba limpiando su pulgar con el índice para pasar la página de su texto llegó un joven y le dice:

—Me encanta ese libro, creo que la única obra de Margaret ha sido esplendida. —miró a Theo para que este le devolviera la mirada.

—¿Te parece? —indica Theo sin quitar la vista de su libro.

—Sí, creo que Lo que el viento se llevó es una biblia histórica. Predecesor de lo que hoy día es un hito, además la película es majestuosa.

—No la he visto—comenta Theo sin dejar de leer.

 —Bueno, te lo dejo de tarea—responde el desconocido.

Y antes que se volteara para irse Theo lo miró para decirle: —Está bien.

El joven pálido con apariencia juvenil, el cual tenía un flequillo oscuro que chocaba con sus anteojos de pasta negros como su cabello le miró e hizo una mueca. Este estaba vestido con un suéter azul marino que casi llegaba a sus rodillas y lucía unos pantalones entubados.  Extendió su mano y dijo: —Mucho gusto, Dani… —balbuceó—en realidad me llamo Damásio pero me dicen Dani.

—Mucho gusto, Theo—dice con una cara sonriente.

—¿Lees grandes novelas, no?

—A veces—confiesa Theo medio confundido.

En ese momento de compartir miradas el uno al otro llega Adén.

—Hola—dice confundido meneando la mano a los presentes.

—Heu—indicó Theo cabizbajo.

—Mucho gusto, soy Dani—se presenta sin más el joven.

Adén ignoró la declaración del desconocido y miró a Theo extrañado; Damásio notó aquella escena y soltó sin pensar: —Bueno, los dejo en su cuestión—y se fue.

—¿Quién era él? —espetó Adén con la ceja levantada.

—Dani… se presentó—suelta con sarcasmo Theo.

—Sí, pero ¿Quién era? ¿De dónde lo conoces?

—Se me acercó para preguntarme por el libro y ya.

—Ah, pensé que te estaba acortejando.

—Ojalá—dice Theo mientras acomoda su postura en la silla de plástico.

—Muy gracioso—suelta Adén—. Ya vengo, se me quedó algo.

Theo se quedó en la silla leyendo su libro mientras que Adén buscaba lo que había olvidado, cuando regresa dibuja una larga sonrisa porque sostiene una bolsa color barro sobre sus manos. “Te traje esto” —expresó Adén.

—¡Oh! —hizo Theo al mismo tiempo que hacía una pausa—. ¿Qué es?

—Revisa.

—¡Adén no te hubieras molestado! —exclama al ver el contenido.

—Claro que sí —canta Adén con el pecho inflado.

—Muchas gracias—declara Theo mientras que se levanta de la silla y lo abraza. Por un momento se quedaron mirando fijamente el uno al otro, y en un suspiro cortado Theo le dice: —Tengo que ir a trabajar.

—¿No vas a comer? —pregunta confundido Adén.

—Ya no me da tiempo.

—¿Me estás pagando con la misma moneda? —revira Adén.

—No, de verdad ya no me da tiempo llevo mucho tiempo fuera. Disculpa y muchas gracias.

Adén se queda sentado al frente de su trabajo mientras ve cómo se va Theo hacia el ascensor del centro comercial.

Hey bitch! —susurra Marianna a su amigo que le daba la espalda.

—Cuéntalo —comenta Adén desanimado.

—¿Qué pasó?

—Nada

—Dime ¿Qué pasó?

—No sé, la verdad es que ni yo entiendo—confiesa Adén mientras agacha la cabeza y revisa su celular.

Luego de poner al día a su amiga se disponen a comer desde sus tazas tapadas sus almuerzos.

—Deberíamos tener una cita doble—lanza Marianna.

—Mi novio es súper relajado con el tema ¿Sabes?

—¿Cuál tema? —pregunta con extrañeza Adén—. ¿Las infidelidades?

—No, ridículo. Las relaciones homosexuales.

—Como si me importara lo que pensara las personas como tu novio—declara Adén.

—Bueno, que digo—dice apenada Marianna.

—Déjame ver si Theo me responde porque esta mañana no me respondió y cuando lo vi hace rato me trató indiferente. La verdad a veces no lo entiendo.

—Igual dile. Con decirle tienes.

—Bueno—dice Adén levantándose de la silla—. Voy a trabajar, amor.

Adén camina sin almorzar hasta el stand del local en el que afana.

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