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Cuando vi que se hicieron las dos y nadie llegó ni con comida, ni café, ni ayuda, decidí regresar a la casa, algo tenía que haber pasado, estaba a  siete minutos en moto esquivando los charquitos de las lluvias de octubre y los restos rezagados  de noviembre. Las siembras lucían de un verde hermoso, todo parecía una creación frondosa ahora que había salido el sol y no solo floreaban los arboles sino que las aves hacían sus nidos tranquilas. Justo hacía tres días tuvimos que armar de nuevo los hombres de madera con cabezas de jojoto y una ropa vieja de papá porque algunos pájaros picoteaban las caraotas y otras guacharacas comían a placer las hojas del brócoli. Hasta el olor era perfecto, a tierra húmeda todavía, a veces a limón cuando la brisa alborotaba las matas. Creo que papá estaría feliz si viera como el agua del pozo fluía

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