–Señora Isabel, esto ha sido una verdadera sorpresa, la verdad no sé si estoy preparada, además…–Mi ahora suegra se cubrió los labios con el dedo y me sonrió. –…además Ensuan no parece estar muy contento.–Me volví a ver a Ensuan que caminaba entre la gente hacia otra casa.
–No lo conoces, ese está contentísimo aunque no lo diga.
– ¿Usted cree? –Justo entonces entré. Una deliciosa fragancia a limpio, pintura, comida, lavado y flores nos envolvió, ¿esta sería mi casa? Tres muebles de color crema con paños tejidos en los espaldones estaban en una salita con una mesa cuadrada de madera oscura con un jarrón de madera también y calas blancas resplandecientes de nuevas, a pesar de que me llevaba de la mano me dio tiempo para ver a pocos metros la mesa de cuatro puestos del comedor con cuatro sillas pinta
Creo que no fui un caballero.Boca arriba en la cama sudado y con el corazón galopando, la mente despierta y el resto de mi virilidad también, sentí a Yvonne respirando a prisa a mi lado. Quería decirle muchas cosas, quería decirle lo que me había fascinado estar con ella, tocarla, besarla, poseerla. En toda mi edad, mis años modernos, no pensé que me sucedería algo así. Estar justo donde quería estar y querer quedarme, que fuera mi decisión. Ayarit no cabía en ese momento simplemente porque este momento en mi mundo era perfecto. Giré a la derecha y la vi. Vi sus senos descubiertos, pequeños y redondos, subían y bajaban con los pezones adormecidos. Su piel ni tan blanca ni tan trigueña brillaba de sudor, el sudor del sexo, el sudor de nuestro primer encuentro. Sus ojos se encontraron con los míos, apenas si podía respirar pero sonrió rubo
–En todo pensó tu mamá ¿no?–Le dije sacando de la nevera jamón, queso y aderezos. –Bueno a mí me gustan los sándwich de desayuno ¿y a ti?–También. –Lo miré de reojo, estaba sentado en la mesa con las piernas abiertas y los brazos cruzados. – ¿Sí...cocinas?– ¡Claro que cocino!–Llevé todo a la mesa para armarlo frente a él.–Aunque esto no califica como cocinar, esto es solo…pan.–Cuando me iba a alejar me tomó por la mano y me atrajo, caí entre sus piernas atrapada por la cintura.– ¿De verdad estás feliz?–Me preguntó clavando sus ojos miel en mí.– ¿No se me nota? Bueno tú no me conoces pero así como estoy nunca había estado. –Acaricié su cara, esto era un sueño. – ¿Y t
Con gran agilidad fue al cuarto y comenzó a recoger los zapatos regados y luego mi ropa. La cabeza iba a estallarme, de pena, de miedo, de sospecha, de desconcierto, de pura impotencia, arruinar así nuestro día, nuestro primer día, lo bien que la pasamos desde que apareciera.–No se cuanta ropa tengas pero aquí perdiste una buena, por lo menos tus franelas.–Tengo más, es lo de menos. –Respondí tomando toda mi ropa y haciéndola un bollo. No dije nada más, no tenía comentarios posibles ante lo que encontrara. Fui a la sala y busqué donde tirar los vidrios de los dos jarrones que rompieran y restos de uno de madera.–Déjame ayudarte. –Se inclinó para hacerlo.–No Yvonne, yo lo hago, podrías cortarte. –Le detuve las manos y ella me miró sorprendida, también estaba confundida. –Estoy muy apenado.<
Se lanzó sobre mí, me rodeó con sus fuertes brazos, su enorme cuerpo me arropó y quedé frágil ante lo que deseaba, bajó sus labios con sabor a él y me besó devorador sin que su agarre variara. Yo me dejé poseer por el momento, rendida por su hermosura y virilidad, por el aroma que despedía su cuerpo, el sabor de su boca, su lengua buscando la mía haciéndome sentir tan deseada y mujer.–Tu regalo me encanta. –Me hablo junto al oído, besando mi cuello.– ¿Dices la verdad o solo eres amable?–No tienes por qué dudarlo Yvonne. –Me miraba con devoción, ya no quería dudarlo. –Tenerte aquí en nuestra casa a ti, no a cualquier mujer que se bajara del avión ese día… yo quiero confesarte algo. –Aflojó un poco el brazo, yo estaba perdida en sus ojos, en lo mucho que me atra
Vi cuando se fue en el asiento. La cabeza quedó al vaivén del movimiento del auto y su palidez nos asustó a mamá y a mí.– ¡Yvonne! ¡Yvonne!–Le grité pero nada. Estacioné como pude y corrí hacia ella, la bajé en brazos y coloqué mi oído en su pecho, respiraba pero muy débil estaba completamente inconsciente. –Yvonne mi amor, despierta. –Miré su brazo, horrible.– ¡Dios ayuda a Yvonne, que no le corten el brazo por favor Dios!– ¡Mamá por favor!Seguimos dentro el hospital y apareció un doctor.–Doctor mi esposa fue mordida por una serpiente.– ¡Venga!–Lo seguí, la tendí sobre la camilla que me indicó.– ¡Yvonne, Yvonne, despierta Yvonne.–No la llame, es…inútil ahora. –Busc&oacu
Cuando lo vi acelerar en la moto seguido de Liborio y tres más a caballo fingí que me reponía y me disculpé con Isabel para irme al baño. Ahí, a solas me cubrí la cara con una toalla, o mejor dicho su toalla, y lloré. Lloré fuerte abrí la llave del lavamanos y descargué ese dolor que se habría estacionado en mi pecho desde que lo escuchara hablar con el doctor Rubén.Dijo que la quería pero no podía estar con ella. Siempre sospechó que ella había hecho lo de la casa y a pesar de que se lo pregunté tantas veces lo negó.– ¿Estas bien Yvonne?–Mi suegra me habló desde afuera.–Sí, ya salgo.–Voy a la casa un momento y regreso enseguida.–Claro. –Raspé la garganta para que no sospechara. Cuando escuché sus pasos perderse cerré el agua y limpi&ea
Volví a despertar de golpe. Ella estaba dormida a mi lado pero no me tocaba. La sábana se había corrido y quedé sin abrigo, a esa hora ya hacía frío, la ventana había quedado abierta. La miré por unos segundos, reposaba. Sus labios tenían buen color, me incorporé hasta sentarme y rocé su frente, no tenía fiebre, el brazo podía verlo por la posición en que estaba, la venda bien puesta y el color verde se presentaba a ambos extremos. Respiraba tranquila, como si fuese un ángel que habían enviado para mí y que cambiara todo lo que hacía anteriormente, todo lo que me movía anteriormente. Me levanté y cerré la ventana y luego prácticamente metí el cuerpo dentro de la ropa interior y la braga que había dejado en el piso la noche anterior, ya estaba vestido. Volví a verla, todos estos años y había llegad
Escuché la moto. Corrí a la ventana envuelta en la sábana, se iba. Regresé a la cama y el cansancio me venció a pesar de que no podía dejar de pensar en él y lo feliz, que a pesar de todo lo que había escuchado, me sentía de estar ahí con él.No sé qué horas eran cuando la mano de Isabel se posó en mi frente.–No tiene fiebre –Dijo y abrí los ojos. Andrea estaba con ella. – Oh cariño te desperté, ya es hora de tu medicina.–No quiero tomarlas más. –Le dije sentándome en la cama tapándome con la sábana.–Pero el doctor dijo…–Me siento mejor Isabel y tengo miedo de lo que el doctor advirtiera.–Bueno eso sí. –Miró a Andrea y luego a mí.–Quisiera quitarme la venda, el brazo me pica.–No