04.

Ella levanta su cabeza para poder mirarme. De inmediato me pongo nervioso; sé que mi rostro no es mi fuerte. No sé qué haré si ella me rechaza.

Pero de algo estoy seguro: yo no aceptaré su rechazo y mucho menos mi puma. Si con solo su olor es suficiente para desquiciar a mi puma y a mí, no me imagino dejándola libre, aceptando que no esté a mi lado. Lucharé si es necesario. Le mostraré que soy un macho digno de ella a pesar de mi mala apariencia. Haré lo que pueda para seducirla.

Salgo de mi pequeño delirio mental cuando noto sus ojos brillosos, el olor agrio de su temor, el dolor ligero en mi pecho, pero tan devastador como ningún otro que haya experimentado antes.

«Mi compañera me teme».

—Beta, ¿los dejo solos? Tengo órdenes de la Líder de...—. La voz del delta me hace voltear el rostro.

—Vete. Ni una palabra de esto a nadie.— Él asiente y se retira. Toda la conversación fue por nuestro enlace mental, por eso mi compañero no puede escuchar lo que decimos.

Pero, por el descuido, ella me logra empujar. Aunque solo me mueve unos centímetros, es suficiente espacio para que salga disparada a una buena velocidad. Hubiera tenido oportunidad de huir si no fuera porque la supero en rango. Es tan rápida como una gamma.

—Me encanta este juego—, dice Zah, moviendo la cola en lo oscuro de mi mente.

Dejo que tome control parcial de mi cuerpo. Zah no debe pedirlo; a pesar de algunas actitudes que a veces tiene, se controla muy bien. Y ahora que su pequeño ataque de euforia y desespero por encontrar a nuestra compañera ha disminuido, es seguro dejarlo tener el primer contacto con ella.

Corremos tras ella, pero no para atraparla. Zah es juguetón; el juego terminaría demasiado rápido si hace eso. Nos aseguramos de estar cerca de ella para desviarla, impedir que intente salir fuera de la manada. Ella, por su desespero, no entiende que solo se está metiendo más a fondo en nuestro territorio. Mi pobre compañera empieza a cansarse. No pasan ni dos minutos cuando su cuerpo comienza a pasarle factura. Ella no posee ningún entrenamiento y, por ende, su resistencia es nula, a pesar de lo veloz que es. No queremos que se desmaye o que sus piernas flaqueen y caiga, por eso le hacemos creer que logró perdernos mientras corría en forma de "Z". Baja la velocidad y eventualmente termina escondiéndose dentro de un arbusto. No parece molestarle la suciedad ni que todas sus extremidades se estén mojando con el barro. Llovío hace unos días y el cielo se mantiene nublado la mayor parte del tiempo, lo que provoca que la tierra no logre secarse.

Me acerco lento. Ella no me nota. Obviamente oculté mi olor desde que empezó la persecución. Aunque Zah es quien tiene más control ahora, yo puedo arrebatárselo. Sin embargo, confío en él.

Cuando estamos a menos de dos metros, escuchamos a la perfección su respiración, la manera torpe en que inhala y exhala. Me tenso al ver los temblores de su frágil cuerpo. No es una hembra muy grande, al menos no en altura. Me atrevo a suponer que pasa del metro sesenta por unos míseros centímetros. No posee mucho músculo; su cuerpo es más suave, pero no llega a ser obeso. Tengo que tragar el ronroneo de Zah. Simplemente verla lo vuelve loco. Pero cuando intenta acostarse en medio de todo el barro, sin importarle que las ramas e incluso las hojas del arbusto dañen su piel, es suficiente para que ambos decidamos acabar el juego. Nuestra compañera no va a acostarse ahí en el suelo como un animal desprotegido.

En un solo movimiento que toma menos de un segundo, ya está en nuestros brazos. Ella tarda en reaccionar, pero cuando lo hace, intenta zafarse de nuestro agarre. Es difícil para ambos, mi puma y yo, centrarnos en mantenerla retenida cuando estamos teniendo contacto piel a piel por primera vez. El hormigueo en cada centímetro de nuestras pieles es tan fascinante y satisfactorio como abrumador. Sé que ella puede sentirlo por la manera en que intenta evitar que las partes de su cuerpo que no están cubiertas por ropa se alejen de mí.

—No te haremos daño, compañera—, le asegura Zah, pero utilizando mi boca. Me extraña que no use el enlace mental.

Ella deja de forcejear y nos mira por primera vez desde que está en nuestros brazos. Vuelvo a quedar pasmado, esta vez por sus ojos. Ese color creo que nunca lo he visto en mi vida. Es un celeste tan claro, pero a la vez tan brillante, casi irreal, como si de una película de ficción se tratase.

—Déjenme ir, prometo no volver. No quería causar problemas—. Su hermosa voz sale rota. Está a nada de perder la batalla por no llorar. Pero no pasa desapercibido el acento. Aunque no estoy seguro, no sé si es de otra parte de Alemania, lejos de aquí, o si es extranjera, ya que maneja bien el idioma.

—No. Eres nuestra compañera. Tu lugar es aquí, a nuestro lado, y te atraparemos las veces que sean necesarias si intentas huir—. Zah ni siquiera le da tiempo de responder, ya que comienza a caminar hacia nuestra casa.

Para mi sorpresa, ella no vuelve a forcejear. Se rinde. Pero lo que nos parte el alma a ambos es escucharla llorar. No quiero ni mirarla. Si lo hago, la dejaré ir solo para que deje de llorar y sea feliz. Me siento el compañero más patético, más mezquino, por no hacer lo que ella desea, por no soltarla y dejarla libre.

Ella es una hembra adulta. A pesar de ser una pícara, no se ve desnutrida ni tiene señales de golpes o maltratos por parte de otros. Parece que, a pesar de no tener una manada o clan que le brinde seguridad, encontró la manera de sobrevivir y poder llevar una vida digna. Y yo se lo estoy arrebatando. Sé que esto no está bien, pero es la compañera que he esperado por tanto tiempo, por la que he suplicado al cielo cada noche, por la que me he preparado. Esta es mi única oportunidad de tener una familia, de ser feliz y estar completo. Aunque me duela en el alma, no voy a dejarla ir.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP