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Capítulo 4 Un tiburoncito en el mar.

  A Belinda le encantaba la playa, el problema era que andaba con 2 hombres y Elena claro, era sin duda su hermana mayor,  Belinda no tuvo el corazón para hacerle ver que un paseo en plan de pareja no era conveniente, aunque no entendía cómo es que Dante no le causaba el pánico que le causaban todos los hombres, ella podía tolerar tratar a caballeros educados en compañía, Pablo le inspiraba confianza, pero él era un Larsson y Belinda apreciaba a Bernhard y a su hijo Sebasthian tío y primo de Pablo, más nunca había podido conversar de forma amena con un hombre a solas, hasta el dia de hoy, Dante la había hecho sentir algo, Belinda podía ser inocente, pero reconocía que lo que sintió al mirar los ojos felinos de Dante fue deseo, ahora debía ponerse un traje de baño de 2 piezas, ella seguro se desmayaría de terror.

   —Elena veamos en otra tienda si tienen trajes de baño enteros de mi talla, o me pongo un short de hombre y una franela oscura.

   —Belinda, te dije que nadie pensará mal de ti por andar en traje de baño en la playa —Elena puso los ojos en blanco—, este traje de baño amarillo te gustó y es precioso, te queda espectacular.

   Elena tenía un traje de baño naranja y azul celeste, se veía hermosa, ella era alta, elegante, con una abundante cabellera marrón y ojos marrones brillantes, Belinda se miró en el espejo, su traje de baño era muy bonito amarillo cítrico, con lindos dibujos de colores brillantes, en el corpiño, una mariposa en un pecho y flores en el otro, cubría bien sus grandes pechos, el biquini amarrado a cada lado de la cadera, el abdomen descubierto, su cintura era muy pequeña y ella creía tener un ombligo lindo, sabía que no se veía mal, pero la mirada de los hombres la asustaban.

   —Elena y si compramos un vestido de esos playeros…

   —Ya llego Pablo, apúrate Belinda este sombrero combina.

   Elena se puso su short de jean y su blusa y salió corriendo, ni siquiera la escuchó, pues ni modo, no se bañaría en el mar, era mejor no disfrutar de la playa a que tuvieran que llevarla a la emergencia con un ataque de ansiedad.

   Cuando Belinda salió del vestidor con su vestido encima del escandaloso traje de baño, Elena estaba acaramelada con Pablo y Dante la miraba con cara muy seria.

   Dante pensaba “esta será la anécdota más sorprendente de mi vida” miró por el retrovisor a Pablo besando a la linda Elena, “y a mi lado la chica traída del pueblo Amish de Lancaster Pensilvania”; maldijo su suerte una vez más, notó el traje de baño, era amarillo, eso se veía en una franja amarrada al cuello, “será que veré a la chica blanco y negro en technicolor”, no creía, “seguramente ni se quitará el vestido, al menos disfrutaré si lo moja en un peñero la muy mojigata”.

   —Pablo, podemos ir a Isla Larga, es buena, es cerca ¿Qué crees? —dijo Dante mirando por el espejo retrovisor.

   —Me parece bien.

    Dante no se dio el gusto de que Belinda mojara su vestido, tenía una toalla gigante amarrada bajo los brazos y la sostenía como a un salvavidas en medio del océano.

   —Me voy a dar un chapuzón —dijo Dante.

   —Espera a echarte protector solar —dijo Elena.

   —Después me echo no hay tanto sol.

   “Es que Pablo se salvó de que no lo dejara botado, porque Elena es una chica tan amable que es imposible ser odioso con ella”.

   Después de nadar un rato Dante aprovechó estar solo con Pablo, las chicas estaban en el mar, Dante miró la toalla extendida en la silla y la guindó junto a su franelilla, al menos disfrutaría de su incomodidad poniéndosela lejos.

    “Es que no la mojo porque sería algo demasiado infantil”.

   —No puedo creer este día Pablo, de todas las locuras que hemos hecho desde que nos conocemos, que me arrastraras a la playa con una monjita, jamás creí este escenario posible.

   —Puede que no te decepciones tanto después de todo, el día está empezando.

   Belinda estaba con Elena en el agua, menos mal se metió cuando Dante y Pablo no estaban, en verdad ella disfrutaba de la playa. Elena le avisó que Pablo las llamaba, al decirle a Elena sus temores Elena solo pensó que era baja autoestima, como explicar algo que ni siquiera ella entendía, su timidez ante la mirada de los hombres no era vergüenza, ella sentía que la iban a agarrar y a lastimar, se repitió una y otra vez, que no pasaba nada, que estaba con Elena, que esos hombres eran decentes y que estaban en una playa llena de gente, mientras caminaban de regreso, Belinda trataba de cubrirse con Elena, pero esta no se lo permitió, entrelazó su brazo al de ella ignorante de la mortificación enfermiza de Belinda, como Belinda lo predijo, causó que Dante no solo la mirara de forma perversa, se quedó atravesado tapando el acceso a la toalla, también fue muy elocuente.

   —Podrías alcanzarme la toalla por favor.

   Dante no lo podía creer, como con su entrenado ojo no había notado ese cuerpo, la monjita resultó ser despampanante.

   —Ah… disculpa, me acabas de dejar idiotizado ¿Qué le dan de comer en ese orfanato niñas? Ahora estoy bastante interesado en dar un donativo.

   Eso cortó de raíz la vergüenza de Belinda, aunque se cubrió.

   —Espero que lo digas en broma, si va a colaborar con el orfanato es por una obra de caridad noble, no me gusta el tono de insinuación con el que habla.

   — ¿Cómo haces para transformarte de sirena a tiburón? —respondió Dante haciendo mímica de una gran mordida con las manos.

   Belinda se calmó, Dante solo jugaba.

   Todos entraron al mar, Belinda procuró quedar lejos de los tres y del resto de la gente.

   —No trajimos ni un balón para jugar —dijo Elena y Pablo sonrió.

   —Nena sabes cómo me gusta jugar contigo.

   —Horario supervisado Pablo Larsson, Belinda, juguemos a las luchas.

   Belinda la miró retirada de ellos.

   — ¿Nosotras encima de los hombros de ellos a ver quién cae más veces?

   —Sé que te encanta jugar, pero bueno, yo siempre te vencía.

   —Claro que no me vencías siempre.

   —Cuando jugábamos éramos niñas y yo soy mayor que tú, incluso ahora Pablo es más alto que Dante y yo sigo siendo más grande que tú, les ganaríamos sin problema.

   —Ah sí, pues Dante y yo no somos pequeños, Pablo es alto como una casa, pero nosotros la vamos a demoler, verdad que sí genio arquitecto.

   Dante la miró sorprendido.

   —Pues empecemos tiburoncito.

   Belinda fue a la espalda de Dante y se impulsó para quedar sentada en su nuca, en la primera ronda en verdad Dante no quería perder, Belinda era en extremo competitiva y se defendía con mucha determinación de Elena que reía, cuando no pudo mantenerse balanceado, le haló el pie a Pablo para que también cayera, los cuatro cayeron al agua, pero Belinda regresó a escalarlo, diciendo otra vez…

   Después de eso Belinda se relajó con Dante, fueron a caminar por la isla para dar un rato de intimidad a Elena y Pablo, Dante llevó su cámara fotográfica resistente al agua, cuando Belinda se distraía le tomaba una foto.

   — ¿Por qué me tomas las fotos sin que la espere?

   —Prefiero que sea así, natural te ves más bella, sin la tensión de posar para una foto.

   —Aja, ¿cuántas han caído con esa frase?

   —Ninguna que se quejara.

   Dante trajo su cámara para distraerse ya que su acompañante no le daría entretenimiento, pero al decírselo a Belinda esta tuvo la osadía de reírse, esta chica sí que era única, él trató de incomodarla y resultó siendo él quien se sintiera incomodo hablando de cosas reales.

   —Te gusta la fotografía. Creo que es un gusto a tu espíritu.

   —No lo había visto así —respondió Dante riendo—, pero supongo que puede ser, me gusta la fotografía de paisajes, pero prefiero la de personas en el paisaje, cuando están perdidos en lo que hacen o piensan, siempre persigo esa fotografía que exprese más que una imagen.

   Dante paró, Belinda lo miró haciendo visera con la mano y arrugando el ceño, no tenía lentes de sol y él sí, Dante la vio tan linda, un rostro de ángel, ojos del más lindo color miel, tan pura y distinta a cualquier chica que hubiera conocido, continuó.

   —Ya no sé ni de que hablo, eres tú con tu influencia espiritual que me tiene medio tonto.

   —Claro que no eres tonto, estás acostumbrado a mostrar muy poco de ti, con esa actitud de villano, pero creo que hay más de ti que vale la pena que muestres, ojala no me equivoque.

   Dante vio un vendedor ambulante con lentes de sol, Belinda necesitaba unos para que no arrugara contra el sol su lindo rostro, escogió  y le dijo al vendedor donde estaba instalado, él le pagaría al regresar, el comerciante le tuvo confianza, él siempre lograba que le tuvieran confianza, no era sorprendente.

   —Tiburoncito ven.

   Dante le colocó los lentes y la vio enrojecer como una cereza, bajó el rostro y jugó con sus manos.

   —Gracias no te hubieras molestado, en la playa lo venden todo al doble del precio, pero están muy lindos, los guardaré como un recuerdo.

   —De verdad que eres una mujer diferente, es la primera vez que regalo algo que al ser tan insignificante y de mala calidad es tan apreciado, y de paso lamentas que hayan sido más costosos de lo que deberían, vaya, si cambias de opinión y no te haces monja te casas conmigo, sería un alivio tener una mujer ahorrativa y considerada en mi vida, y con ese cuerpazo que tienes, eres todo un sueño tiburoncito.

   —Y de dónde sacas que si cambiara de opinión querría casarme contigo para que lo des por hecho, sin siquiera preguntarme, estás loco.

   —Vamos tiburoncito, estás enamorada de mí, se te olvidaron mis encantos y mi profundidad de espíritu.

   —Que insolente eres. Y no me digas tiburoncito, ni monjita, mi nombre es Belinda ni que fuera tan difícil.

   —No puedo llamarte hermana, ya tengo una y no me recuerdas a ella, para mi eres mi monjita.

   —Es menor que tú —declaró Belinda—, es como lo dijiste, yo soy una hermana menor, conozco la actitud protectora del hermano mayor.

   —Sí claro que soy muy protector con ella —Dante calló un instante sumergido en sus pensamientos y continuó sin mirarla—. Mi padre murió de cáncer, lo tuvo algunos años, hasta que finalmente se lo llevó, mi hermana era la luz de sus ojos y mi madre su reina, él las complació en todo y debía asegurarse que yo hiciera lo mismo, en todo le llevé la contraria menos en eso, no pude; mi madre sigue creyéndose una reina y mi hermana es la luz de mis ojos, le doy todo igual que él.

—Mi hermana me ha cuidado toda la vida, incluso cuando ella también era una niña, tú tuviste un padre severo, digamos que el mío era algo más severo, de mi mamá casi no me acuerdo, murió cuando era muy pequeña, mi hermana me protegió y cuando llegamos al orfanato fuimos libres, Dios nos puso allí donde todo mejoró, pero mi hermana no ha cambiado algunas cosas que aprendió siendo muy niña —“como sobreprotegerme” pensó Belinda—, todos debemos llevar una cruz.

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