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Capítulo 4: Es ella, la mujer de mi vida.

Me voy con la encargada, quien me acompaña hasta la recepción y me renueva la suscripción de los libros, diciendo que esa la última oportunidad y que tengo quince días. Le agradezco, mientras coloco los libros en su protección, salgo de la biblioteca hacia el auditorio con más tranquilidad, pero sin dejar de pensar en esos bellos ojos azules.

Al llegar al auditorio me cambio el abrigo por uno seco que guardaba en mi mochila, busco un asiento cerca de la ventana y a media altura, todavía hay muy pocos compañeros en el lugar, por lo que decido seguir hojeando el libro de procedimientos quirúrgicos, que me mantiene ocupada, pero esta vez no consigo concentrarme del todo, porque esos ojos no me dejan en paz.

He visto cientos de ellos desde pequeña, de todos los tonos y formas, pero estos son los primeros que me perturban o más bien me invitan a la calma. Cierro los ojos un momento, respiro profundo y dejo que ese recuerdo ayude a relajarme después de tres semanas de estrés, preparando exámenes.

Dejo que la lectura vuelva a absorberme y me pierdo entre las páginas de los libros. Estoy tan inmersa en la lectura, que no me doy cuenta que mis compañeros comienzan a llenar la sala, los oradores toman sus posiciones adelante, en el sector del podio, el rector da inicio a la jornada.

Sigo así, concentrada leyendo, marcando con post-it lo más relevante, tomando notas de algunas cosas y de lo que debo investigar más a fondo, eso significa preguntarle a mamá. Nada es capaz de sacarme de mi mundo de procedimientos, medicina y más información, no soy capaz de darme cuenta de que inicia ya la tercera exposición, pero ante las primeras palabras del expositor levanto la cabeza con los ojos muy abiertos, esa voz no la podría olvidar, al mirar hacia el pódium, veo al chico que me ayudó. “Mi Alex”, me digo en mi mente y me confundo por las palabras que mi conciencia dice para identificar a un chico que apenas sé su nombre, pero que sin embargo me ha afectado de tal manera, que no quito más la vista de él.

Todo lo que habla demuestra la preparación que hay detrás, no es solo una cara bonita, además es inteligente, porque tengo entendido que en estas conferencias solo participan los mejores alumnos, los más destacados y que solo se les asigna el tema, pero ellos son quienes deben buscar toda la información para desarrollarlo.

Estoy embobada y agradezco que las luces no iluminen lo suficiente, al quedarme en una zona donde no están encendidas.

Lo veo observar la sala, como buscando algo o a alguien. “A ti no, eso es obvio” me dice mi subconsciente, debe estar buscando a su novia y ese pensamiento me hace sentir algo que jamás experimenté, una rabia profunda de saber que otra más pueda ocupar su corazón.

“Que bruta eres, ese bombón es obvio que tiene pareja, míralo esta buenísimo”.

Pero en un segundo sus ojos llegan a los míos, esboza una sonrisa que me desarma, y no aparta más sus ojos de los míos. Es como si la presentación fuese para mí, como si no existiese nadie más en el auditorio, solo nosotros dos.

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Detrás del escenario me siento nervioso, todos creen que es por tener que exponer delante de decenas de compañeros de las facultades de ciencias y humanidades, perola verdad es que es porque no dejo de pensar en esos ojitos de miel tan bellos, que me van a estar observando.

Ya es la hora, nos anuncian que el auditorio está lleno y salimos a tomar nuestras posiciones. De inmediato comienzo a buscarla, pero allí sentado no tengo toda la visión del enorme salón.

Cuando es mi turno, me esfuerzo por no perder el hilo de mi presentación, sin embargo, no dejo de buscarla.

Hasta que, a la altura media de la sala, cerca de la ventana y donde uno de los focos no funciona, la encuentro mirándome atenta, fijamente y, de vez en cuando tomando apuntes.

Veo que se ha cambiado el abrigo que llevaba en la biblioteca y por eso me costó tanto encontrarla.

Mientras expongo mi tema, no aparto la mirada de ella en el resto de mi exposición, como si le hablara solo a ella, como si con la mirada pudiera ser posible decirle cuanto deseo besarla y no apartarme nunca más de ella, de amortiguar todas las caídas que tenga en el futuro y cargar todos los libros que quiera.

Cuando termino, mi profesor da el espacio para preguntas y opiniones, como luego de una de las presentaciones. La primera en levantar la mano es ella, el asistente se dirige a ella con el micrófono, se pone de pie arreglando su abrigo corto y habla con decisión.

-Entiendo que tu enfoque es para que los alumnos aquí presentes puedan motivarse y montar sus propias empresas, sin embargo creo que eso no es del todo posible, mucho menos justo. ¿Dónde dejas el principio de ayudar a la población más vulnerable?

-Disculpe – interrumpe mi profesor -. No ha dicho su nombre ni su carrera – y se lo agradezco mentalmente, porque sabré dónde encontrarla -.

-Aurora Russo, Medicina.

-Bueno, Aurora – le digo tratando de calmarme, es imposible dejar pensar que esa chica tiene el mejor nombre del mundo -. Sabemos que no todos se gradúan, y también sabemos que algunos pocos ya tienen lugares en donde trabajar. Pero a esos que aún no saben sobre su futuro laboral una vez graduados, los incentivamos a que formen sus propios proyectos.

-Me parece más bien una utopía que una realidad, sin embargo la realidad que presentas no carece de sentido. Aunque sería mejor enfocarla a la ayuda social, a dirigirla a aquellos que no tienen libre acceso por sus recursos. Eso es todo.

Bella, inteligente y con consciencia social. Esto último me hace pensar que es una de esas chicas endeudadas hasta la próxima vida por estudiar en una universidad como esta, por eso habla de esa manera.

Solo una pregunta más, para nada interesante porque es apenas para pedir un dato que no consiguió entender. El rector nos anuncia un receso de hora y media, y yo salgo lo más rápido posible para ir a buscar a esa bella chica, pero debo hacerlo por la parte trasera del escenario.

Salgo justo cuando la veo salir del auditorio, peleando con los libros, su mochila y el abrigo mojado.

-¿Te ayudo? – se voltea asustada y no puedo más que sonreír -. Te ves bastante liada con todo eso.

-Gra-gracias – me dice nerviosa, pero antes de escuchar una negación, tomo su mochila y sus libros -.

-¿Almuerzas aquí?

-No, demasiada gente para mí. Iré a un restaurante a unas cuadras de aquí.

-Te acompaño.

-N-no es necesario, tengo quien me ayude – sus palabras me causan escozor, pero una chica tan bella es obvio que debe tener novio -.

-Señorita Aurora – un hombre mayor, de traje negro se nos acerca -. Estoy estacionado dentro del campus.

Se acerca a mí y me pide silenciosamente las cosas de Aurora.

-Él es Anthony, mi guardaespaldas – me dice con una sonrisa, seguro por mi ceño fruncido-.

-Ah – así que no es una chica endeudada, más admiración siento por ella, porque defiende en lo que cree es lo correcto -.

Le entrego las cosas al hombre y él camina rumbo al estacionamiento. La lluvia a menguado bastante, solo una leve y fina llovizna se ve más adelante.

-Supongo que nos veremos más tarde – le digo con decepción -.

-O tal vez no. En realidad eres el primer chico con el que cruzo palabras desde… toda la vida.

-¿Te dan miedo los chicos? – bromeo con ella -.

-No, es solo que trato de no entablar amistades con nadie, para mis metas son una distracción.

-Suena muy solitario.

-Para eso tengo a mi familia – se encoge de hombros y sonríe, Dios me derrito sin poder hacer nada para evitarlo-. Bueno, me tengo que ir, tenemos el tiempo contando para comer algo. Suerte y felicidades, esa exposición estuvo bastante buena.

Se va caminando y yo me quedo embobado mirándola, hasta que siento un par de palmadas en la espalda.

-Mirando a la chica solitaria, ¿eh?

-¿Quién? Le pregunto a Agustín-.

-La chica solitaria, la que vimos el otro día en la biblioteca. Ella siempre está sola, ¿recuerdas?

-Pero ya no más, me tendrá a mí para acompañarla.

-Wow, en serio esto es un milagro, al fin una chica que le interesa a Alex Castelli. Esto hay que celebrarlo, con unas papas fritas y un jugo de fresa, yo invito, vamos.

Sigo a mi primo, mientras me habla de miles de cosas, pero yo solo puedo pensar en esos ojitos bellos, esa sonrisa y ese cuerpo menudo que pude abrazar por escasos segundos.

-Es ella – le digo a Agustín, interrumpiendo su análisis de las chicas que pasan por nuestro lado -.

-¿Quién?

-Aurora, la chica solitaria, ella es la mujer de mi vida.

-Te pegaste en la cabeza o la exposición te fundió el cerebro.

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