Nathan

Me levanté en medio de la noche sin poder reconciliar el sueño. Nathan, el nuevo guardaespaldas, aséptico e impasible, eran los adjetivos que mejor lo describían. Me ponía nerviosa cada vez que compartíamos el mismo espacio, algo en su aspecto y su mirada me desestabilizaba. Los últimos días que habían transcurrido resultaron ser los más castigadores para mí, el nuevo empleoque me había designado Jaime consistía en acompañarlo durante las audiciones de las nuevas candidatas que se presentaban ante él como en un certamen de belleza, y me obligaba a ser lo más críptica posible, no quería convertirme en el monstruo que era él, pero esta lascivia me estaba consumiendo. Bajé a la cocina sin que Jaime o Lupe pudieran oírme.

—Señorita Adriana, ¿qué hace despierta? —preguntó Nathan.

—¡Dios!, ¿acaso no duermes?

—Es mi deber cuidar de usted.

—Si no descansas lo suficiente cómo te asegurarás de que me podrás cuidar…

—Aunque tenga razón, no puedo arriesgarme.

—Nathan, debes descansar.

—Solo si
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