No sé qué estoy haciendo con mi vida.
Estudié para ser licenciada en letras y ahora, después de seis meses de recibirme, me doy cuenta de que un título no vale ni sirve para nada. No conseguí trabajo de lo que amo, y mi primer empleo es pasarme el año nuevo atendiendo borrachos y ver felices a las parejas. Me maté estudiando, para terminar así.
Suspiro mientras subo el cuello de mi abrigo y me abro paso entre la multitud que se encuentra congregada en las calles. A pesar del frío, la gente está haciendo compras de última hora, también hay niños haciendo bailes para invocar a la nieve y, claro, no pueden faltar los grupos de villancicos, aunque están cantando hace días.
Esto es demasiado para mí, es el primer año nuevo que voy a pasar sola, mi madre falleció después de haberme visto recibirme y era lo único que tenía. Me aclaro la garganta mientras contengo mis lágrimas y entro al bar en el cual tengo que comenzar a trabajar en media hora.
—¡Ahí estás! —exclama el hombre que considero como mi nuevo jefe, un señor de mediana edad con aspecto demacrado—. ¡Te estaba esperando hace rato!
—Esta es la hora que usted me dijo que viniera, señor —replico con voz temblorosa.
—¡Silencio! Póngase a trabajar ya que tenemos mucho movimiento —me interrumpe antes de volver a la cocina azotando la puerta.
Miro a mi alrededor con las cejas arqueadas, apenas hay dos hombres durmiendo sobre las mesas, y los demás empleados están sentados mirando sus celulares con expresión aburrida.
Suspiro y voy a colocarme el delantal de trabajo, luego me acerco a mis compañeros para intentar presentarme. Se ven bastante jóvenes, ninguno debe pasar de los veintiún años.
—Hola, chicos, me llamo Maia —digo esbozando una pequeña sonrisa. Ambos me miran y hacen un asentimiento con la cabeza.
—Hola, Maia, bienvenida a la tortura —contesta uno de ellos—. Yo me llamo Leonel y él es…
—Max —lo interrumpe a quien señala—. Suerte en tu primer día, la vas a necesitar.
Eso no me ayuda para nada, por el contrario, me empieza a dar miedo de lo que puede llegar a pasar y me hacen preguntarme porqué odian tanto este trabajo.
A medida que pasa el tiempo, me respondo a esa pregunta. Es horrible, la mayor parte del día hay que limpiar vómitos, no dan propina, te tratan como una esclava y el jefe es un tipo asqueroso al que solo le importa el dinero.
La noche comienza a caer, y con ello, se va llenando de gente para festejar el año nuevo. El trabajo se incrementa al doble, y los pocos empleados que somos no damos más abasto, y todo por unos pocos dólares.
Resoplo mientras me dirijo a una mesa, pero en el camino alguien me agarra del brazo y me hace saltar del susto.
—Perdón, no quería asustarte —murmura un hombre muy apuesto, de aproximadamente treinta y dos años.
Alto, esbelto, de tez blanca y unos ojos tan azules que pareciera que estoy mirando al cielo. Trago saliva y trato de volver a la tierra, lo miro de arriba abajo y hago una mueca, está tan impecable que no creo que pertenezca a este sitio.
—No hay problema, tengo que seguir trabajando —replico acomodando mi delantal y dándole la espalda.
—¿Cuánto te pagan? —inquiere, volviendo a captar mi atención.
—Poco, pero al menos me sirve para comer —contesto con voz apagada.
—Te ofrezco lo que te pagarían en un mes multiplicado por diez —manifiesta.
Suelto una carcajada y continúo con mi camino. Este hombre está loco.
—¿Ah, sí? —cuestiono con sarcasmo—. ¿Y qué tengo que hacer?
—Fingir ser mi prometida —expresa con firmeza, algo que me hace detenerme de golpe y él, que va detrás de mí, choca contra mi cuerpo—. Escúchame, no te conozco, ni tú a mí, pero eres la única opción que tengo. Eres bonita, se nota que eres trabajadora y yo estoy desesperado. Necesito una mujer para esta noche, y no estoy pidiendo sexo. Solo necesito que finjas que eres mi prometida por un par de horas. ¿Cuánto ganarías al mes en este trabajo?
No respondo, sigo atendiendo mesas mientras él me sigue por todos lados, algo que me hace poner bastante nerviosa, sobre todo porque mi jefe me está mirando a través del mostrador.
—Por favor, déjame sola, vas a hacer que me echen del único trabajo que tengo —le pido en voz baja.
—¡Maia, trabaja! —exclama el señor que me observa desde lejos.
—¿En serio, Maia? —pregunta el desconocido arqueando una ceja—. ¿Vas a permitir que ese tipo te trate así, como una esclava, cuando en una noche podrías ganar diez mil dólares sin hacer nada?
—¿Qué quieres que haga? ¡Ni siquiera te conozco! —mascullo.
—De este lugar a mi casa hay diez minutos. En esos diez minutos, te aseguro que te cuento mi vida entera, ¡pero debes irte conmigo ya! Se me agota el tiempo.
Bufo. No puedo creer que esté pensando en hacerle caso a este tipo, puede ser un criminal… ¿Pero diez mil dólares en una noche? Es más de lo que podría ganar en un año.
—Por cierto, me llamo Alexander Byrton —agrega el ojiazul extendiendo su mano.
—¡Maia, trabaja o no te pagaré un centavo! —repite mi jefe, dejándome en ridículo frente a todos.
—A la m****a —suelto, quitándome el delantal y tirándolo al piso—. Vámonos, Alexander Byrton.
Estoy segura de que me voy a arrepentir más tarde, pero ahora solo quiero escapar de este lugar y este desconocido, por ahora, parece ser mi salvador.
Aunque algo me dice que será mi perdición…
El automóvil de Alexander se ve más caro que todas las ganancias de mi vida, por lo que entro con suavidad, incluso saco mis zapatos por miedo a ensuciar ya que hasta el interior está reluciente, a lo que él reacciona con una sonrisa que ilumina sus ojos. —Bueno, no todas hacen eso, te lo agradezco —dice antes de cerrar la puerta del acompañante. Frunzo el ceño. ¿No todas hacen eso? ¿Pero cuántas mujeres habrán subido a este coche? No me sorprende, la verdad, teniendo en cuenta la pinta de este hombre, es bastante irresistible y seguro que lo sabe, y lo usa a su favor. —Bueno, Maia, espero que nos llevemos bien —expresa entrando al auto y arranca el motor—. En fin, muchas gracias por aceptar mi propuesta. Sé que es extraño, pero estoy desesperado.—Quiero que me cuentes todo sobre ti ya mismo o me tiro del auto, sin importarme que esté en movimiento —manifiesto con seriedad. Él asiente y se aclara la garganta sin dejar de mirar al frente.—Tengo treinta y dos años, ya te dije que m
El interior de la casa está impecable, incluso hay un aroma a vainilla exquisito flotando en el ambiente, y la chimenea encendida le da al lugar un aspecto hogareño y familiar.A unos metros, detrás de una puerta doble de madera, se pueden escuchar risas y cánticos divertidos. Trato de prestar un poco más de atención a la casa para lograr ver todos los detalles, pero el cuerpo de Alexander me obstaculiza la visión, y para qué negarlo, también me deja sin aliento.—¿Estás lista? —me pregunta aproximándose un poco más a mí, a tan solo unos centímetros de mi rostro. Puedo sentir su cálido aliento con aroma a menta, por suerte, y una leve fragancia a nueces.En un suave y fugaz movimiento, me quita el abrigo, dejando una caricia a medida que va desnudando mi piel. ¿Cómo un gesto tan imperceptible puede provocarme un cosquilleo tan intenso? Se aleja para colgar el saco en una percha y luego regresa, mirándome con una pequeña sonrisa.—No me contestaste —dice—, ¿estás lista o no?Asiento rá
Alexander me deja sola en la mesa, con todos sus familiares mirándome con interés, mientras él se va a ayudar a su madre a lavar los platos —o eso es lo que dice que va a hacer—. A pesar de que estoy tratando de hacer lo posible para no escaparme de la situación, me siento cada vez más incómoda y estresada, ya se me acabaron las ideas para seguir aguantando esto y, por más que necesito el dinero, creo que no lo vale.—¿Ya pusieron una fecha de casamiento? —me pregunta la tía de él, quien se presentó como Hannah.Para ganar algo de tiempo y pensar en una buena respuesta, le doy un trago a mi jugo de naranja y me aclaro la garganta antes de hablar.—Bueno… la verdad es que todavía no pensamos en eso —expreso rascándome la nuca con nerviosismo.—Yo sí —me interrumpe Alex apareciendo de la nada misma, y me dedica una sonrisa tensa. Arqueo las cejas a modo de interrogación—. Ya tengo la fecha, pero es sorpresa.—¿Cómo que sorpresa? —inquiere Hannah—. ¡Eso no puede ser! Ella tiene que hacer
Suspiro con desgana mientras observo cómo el cierre de mi valija se rompe debido a la carga de ropa que le metí, o quizás porque ya estaba demasiado vieja. —No te preocupes —dice Alex, haciéndome saltar del susto, no me había dado cuenta de que estaba detrás de mí—. Voy a buscar cajas y guardamos tus cosas ahí.—Está bien, gracias.—Dame cinco minutos, ya regreso.Asiento con la cabeza y él desaparece por la puerta. Me golpeo la cabeza contra la pared repetidas veces, tratando de contener el impulso tan estúpido de volver a besarlo. Anoche, cuando salimos de esa antigua habitación con la respiración agitada y desalineados, terminamos de convencer a su familia de nuestro romance, aunque su madre sí nos miraba con los ojos un poco entrecerrados. De todos modos, eso era lo que menos me importaba, si no que, de repente, le empecé a prestar un poco más de atención a Alex, tratando de descubrir qué era lo que tenía que tanto me hechizaba. Supuse que eran sus ojos azules tan atrayentes o e
Alex no me deja de mirar mientras desayunamos y siento que quiere decirme algo, pero no sabe cómo.Arqueo las cejas en su dirección y se remueve en el asiento con incomodidad, aunque sigue sin hablar. Hace de cuenta que toma su jugo de naranja y come un tostado de jamón y queso con lentitud, saboreándolo tanto que se nota cómo está estirando el tiempo lo más posible.De todos modos, aprovecho ese instante para admirar cómo se ve en su pijama de cuadrillé azul, es la primera vez que lo veo sin traje y hay que decir que se ve muy bien, incluso recién levantado.Suspira y deja su vaso vacío a un lado, junta las migas con su meñique y vuelve a mirarme.—¿Dormiste bien? —me pregunta.—La verdad que sí, el colchón es muy cómodo —respondo untando mantequilla en una tostada con desinterés.—Mi cama es mucho más cómoda —comenta esbozando una pequeña sonrisa—. En fin, ¿ya terminaste de desempacar?—Todavía no, me faltan la mitad de las cosas. Seguro hoy termino.Se queda en silencio y asiente c
—Necesito una ducha caliente ya mismo —dice cerrando la puerta de casa—. Creo que tengo las manos congeladas. —Menos mal que tenía guantes puestos —comento con tono divertido mientras voy sacándome cada prenda y colgándola en el perchero del recibidor. —Fue mala idea quedarnos jugando en la nieve, ahora solo tenemos media hora para prepararnos, van a empezar a venir los de catering, y la organizadora y todo… —¿Contrataste a una organizadora? —lo interrumpo. —Claro, yo no sé hacer fiestas, le dejo la presión a otra persona. —Se ríe—. No te preocupes, va a salir todo bien. Me da un beso en la frente antes de subir corriendo las escaleras y dejarme sola en medio de la sala. ¿Un beso en la frente? ¿Qué le pasa a este hombre? ¿Será que quiere acostarse conmigo? Bueno, creo que no tengo dudas sobre eso, pero voy a tener que resistir. Si llega a pasar, no va a haber vuelta atrás, voy a terminar de enamorarme y eso sería muy malo. —¡Los voy a matar! —grita Alex desde su habitación. F
Bajamos hasta la sala principal, y casi trastabillo al final al notar que hay, por lo menos, cien personas más de las que dijo.Él también se muestra bastante desconcertado, y toma mi mano con más fuerza al darse cuenta de que casi me caigo. Los invitados nos aplauden y comienzan a felicitarnos a medida que pasamos a través de ellos, pero me siento aturdida y lo único que puedo hacer es seguir a Alex y no sacarle la vista de encima.Se detiene frente a todos y se aclara la voz. Me toma de la cintura para pegarme más a su cuerpo y comienza a hablar.—Guau… la verdad que no me esperaba tanta repercusión —dice riendo con incomodidad—. Dije que iba a ser algo íntimo, con familiares y amigos más cercanos, pero veo que alguien se tomó la libertad de mandar más invitaciones por mí. —Mira directo a su madre—. Obviamente que son todos bienvenidos, pero me podrían haber avisado, así preparaba algo mejor… En fin, de todos modos, gracias por venir.—Lo que pasa es que Alex Byrton no se casa tan f
Me da risa la manera en la que Alex no me saca la vista de encima, con tal de que no tome ni una copa.Cada paso que doy, él me sigue, hasta tal punto que en un momento lo siento tan pegado a mí que casi me caigo. Esto puede ser divertido, pero al mismo tiempo, un tanto molesto. ¿Me seguirá hasta el baño? De todos modos, ni siquiera sé por qué dije eso. Estoy segura de que podría besarlo aún más estando borracha, así que, dentro de todo, me ayuda bastante estar sobria. Si intenta besarme, pensaré alguna excusa para que no lo haga, aunque ni yo me lo creería. —¿En qué estás pensando tanto? —pregunta en mi oído, haciéndome saltar del susto.—En nada —replico encogiéndome de hombros.—¿No te estás divirtiendo? —quiere saber con tono irónico. Giro para mirarlo y le dedico una sonrisa forzada.—La verdad que no… —Hago puchero con la boca y arquea una ceja—. Me dijiste que tenemos que disfrutar la fiesta, pero estoy demasiado aburrida.—Bueno, yo conozco una manera en la que podemos diver