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Año nuevo, vida nueva

Alexander me deja sola en la mesa, con todos sus familiares mirándome con interés, mientras él se va a ayudar a su madre a lavar los platos —o eso es lo que dice que va a hacer—. A pesar de que estoy tratando de hacer lo posible para no escaparme de la situación, me siento cada vez más incómoda y estresada, ya se me acabaron las ideas para seguir aguantando esto y, por más que necesito el dinero, creo que no lo vale.

—¿Ya pusieron una fecha de casamiento? —me pregunta la tía de él, quien se presentó como Hannah.

Para ganar algo de tiempo y pensar en una buena respuesta, le doy un trago a mi jugo de naranja y me aclaro la garganta antes de hablar.

—Bueno… la verdad es que todavía no pensamos en eso —expreso rascándome la nuca con nerviosismo.

—Yo sí —me interrumpe Alex apareciendo de la nada misma, y me dedica una sonrisa tensa. Arqueo las cejas a modo de interrogación—. Ya tengo la fecha, pero es sorpresa.

—¿Cómo que sorpresa? —inquiere Hannah—. ¡Eso no puede ser! Ella tiene que hacer sus cosas, querido, tiene que diseñar el vestido, elegir a las damas de honor, bajar un poco de peso, entre otras cosas…

Me muerdo la lengua para no soltar un insulto. ¿Bajar un poco de peso? ¿Acaso ella no se vio en el espejo? Alexander nota mi expresión y le dedica una mirada de regaño a la mujer.

—Tía, Maia está perfecta aún con esos mínimos kilitos de más, a mí me gusta —dice. Hago una mueca, era ayudarme, no tirarme abajo—. En fin, mi amor, ¿podemos hablar un momento a solas?

Suspiro con pesadez y hago un asentimiento con la cabeza mientras me pongo de pie, con la autoestima un poco más baja que hace unos minutos atrás, teniendo en cuenta que comí bastante y el vestido es ajustado, estoy segura de que su tía me está mirando como si fuera obesa. Me gustaría tirarle un pan por la cabeza y preguntarle qué tiene de malo tener unos kilos de más, si ella misma los tiene.

Alex me toma del brazo con suavidad y me lleva hasta una habitación apartada y vacía, con motas de polvo flotando en el ambiente.

—Uf, esto solía ser mi habitación —pronuncia arrugando su nariz—. En fin, perdón, sé que te estoy metiendo en un aprieto enorme, pero necesito que sigas fingiendo un poco más.

—Esto es difícil, Alex, ¿cómo vamos a hacer para terminar con esto y hacer de cuenta que no pasó nada?

—¡Ese es el problema! No podemos terminar esto, ¡te necesito para más que una noche! —exclama en un cuchicheo—. Te prometí que iba a ser solo por hoy, pero mi mamá sospechó, se dio cuenta de que lo nuestro no es real, entonces dobló la apuesta y yo no pienso perder —agrega un poco más calmado. Me cruzo de brazos y arqueo una ceja—. Te pago el doble, te lo juro.

—¡No se trata del dinero! —expreso—. Se trata de que no quiero estar ilusionando a gente inocente, que no tiene la culpa de tus problemas.

—Esa “gente inocente” es mi familia, los conozco, y no son tan buenas personas como aparentan. Mira mi tía, es el ejemplo perfecto, te dijo que debes bajar de peso, ¡pero estás…! —Me recorre el cuerpo con sus ojos y sacude la cabeza, tirándose el cabello hacia atrás—. No importa, solo quédate tranquila, estás muy bien y no lo necesitas.

Debo admitir que, gracias a su mirada, mi seguridad volvió a elevarse. Nunca ningún hombre tan apuesto y elegante me había observado de esa manera, y también tengo que decirlo, provocó que la temperatura de mi piel se elevara bastante. Espero que mis mejillas no se vean tan rojas como las siento, aunque cuando empieza a sonreír, me doy cuenta de que se deben estar notando.

—¿Cuánto tiempo hay que seguir fingiendo? —cuestiono para cambiar de tema. Su sonrisa se ensancha aún más—. No te ilusiones, solo quiero saber.

—Al menos… dos meses. —Se encoge de hombros.

—¿¡Dos meses!? —pregunto en un grito y me hace un gesto para que baje la voz—. Estás loco.

—Por favor, Maia, si no van a hacer que herede la empresa de mi papá y no quiero, ¡por favor, por favor! —Se pone de rodillas sin parar de implorar, chasqueo la lengua y le doy un pequeño empujón para que se ponga de pie otra vez, cosa que hace—. Vas a tener muchos beneficios en modo de agradecimiento.

—¿Cómo cuáles? —interrogo.

—Bueno… ¿tienes casa propia? —Niego con la cabeza—. Apuesto a que rentas un pequeño apartamento con paredes llenas de humedad —agrega, y frunzo el ceño, ¿cómo lo supo?

—Sí, pero igual es un lugar acogedor —miento. Pone los ojos en blanco—. ¿Qué tiene que ver eso con mis beneficios?

—Ya no vas a tener que alquilar más, te vas a mudar a… —Hace redobles de tambores con sus manos—. ¡Mi casa! Lugar donde vas a tener todas las comodidades posibles, ni siquiera vas a tener que preocuparte en lavar los platos o planchar la ropa.

—Ni soñando —murmuro.

—Maia, se supone que estamos comprometidos, debemos convivir juntos por un tiempo… y después de que mi hermano se haga mayor de edad y firme, podemos separarnos.

—¿Y para eso faltan dos meses?

—Sí. Son dos meses conviviendo conmigo, aunque en realidad casi nunca estoy en casa, así que vas a estar tranquila, y te aumento el pago. En vez de diez mil dólares, serán treinta mil.

—¡Ja, ja! —Me rio con ironía—.  No jodas, Alex, ni siquiera sé si tienes ese dinero…

—Múdate conmigo, y lo averiguarás —me interrumpe con expresión misteriosa, la cual se corta en cuanto me guiña un ojo.

La oferta es irresistible, no puedo decirle que no, y no es por el monto que promete, sino por él. Esa aura de magnetismo, caballerosidad y erotismo que desprende…

Suelto un suspiro de resignación y asiento.

—Está bien, me voy a mudar, pero voy a poner mis condiciones —digo.

—Me parece perfecto, lo que tú quieras…

—Voy a mudarme con mi gato, una vez por semana van a ir mis amigas a comer y…

—Ay, es que tengo tres perros y no se aguantan a los gatos —me interrumpe.

—Entonces no me mudo —manifiesto con tono tajante—. Mi gato es como mi hijo, no puedo dejarlo en la calle.

—Voy a ver qué puedo hacer, llévalo, pero no me hago cargo si mis perros se lo comen —dice con expresión disgustada. Esbozo una sonrisa triunfal—. Con respecto a lo de tus amigas, no hay problema con eso, yo también llevo a los míos a jugar al póker una vez por semana.

—Genial. Y tengo una última condición, más bien, una orden.

—Eso suena serio, soy todo oídos.

—No quiero que hablemos sobre mi vida, si es necesario, voy a inventar una nueva.

—Mmm… ¿qué secretos ocultas?

—No tengo secretos, solo hay cosas que prefiero callar… ya sabes, año nuevo, vida nueva.

Esboza una sonrisa torcida, y un destello travieso brilla en sus ojos antes de estirar su mano y estrecharla con la mía.

—Trato hecho, misteriosa Maia. Año nuevo, vida nueva.

Comienza a abrir lentamente la puerta para salir, pero luego vuelve a cerrar y me mira como si se hubiera olvidado de algo.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Yo también quiero que cumplas una condición, si quieres… —comenta con lentitud—. Quiero que duermas conmigo. —Abro la boca para protestar, pero me calla antes de que salga la palabra de mi garganta—. No me refiero a que tengamos relaciones, simplemente… dormir. Quiero compartir mi cama contigo.

—¿Y eso por qué?

—Quiero que te sientas cómoda a mi lado, si vamos a fingir ser pareja durante dos meses, tenemos que tener algún tipo de conexión, ¿o no? No deberíamos sentirnos tensos ni incómodos al estar cerca, debemos mostrarnos seguros y eso solo se logra compartiendo el mismo espacio. —Nota la duda en mi rostro—. La primera semana puedes dormir aparte, hasta que me conozcas mejor, si tu miedo es que yo haga… algo.

Sostengo su mirada, en sus ojos puedo apreciar su sinceridad, pero sé que los hombres disfrazados de corderos son los peores.

—Está bien —termino diciendo—. Una semana duermo sola, y si todo va bien, dormimos juntos.

—¡Genial, eres la mejor! —Me abraza con tanta fuerza que me quedo sin aire y suelta una risa.

—¡Chicos, ya casi es año nuevo! —grita alguien desde el otro lado de la puerta—. ¡Salgan de ahí!

—Tenemos que hacer de cuenta que nos estábamos besando —manifiesta de repente.

—¿Qué?

—¿Por qué una pareja joven y recién comprometida estaría a solas en una habitación abandonada? —pregunta—. ¿Para hablar? Obvio que no.

El maldito tiene razón, todos deben estar imaginando que estamos haciendo cosas acá adentro, lo mínimo que esperan es que salgamos despeinados.

—¿Tienes tu labial acá? —continúa, niego con la cabeza—. M****a… voy a tener que besarte de verdad.

—¿Es necesario? —cuestiono entre resignada y sorprendida por su propuesta.

—Si queremos hacer que esto sea creíble, sí —replica.

—Está bien, hagámoslo —contesto encogiéndome de hombros. Tampoco es que hago un sacrificio al besarlo.

—Va a ser algo rápido y cortito, solo para que tu labial se quede en mi boca —es lo último que pronuncia antes de tomarme de la cintura, atraerme hacia él y estampar sus labios sobre los míos sin aviso.

La intensidad con la que comienza a besarme me hace sentir que floto, un cosquilleo me recorre por completo y no puedo evitar cerrar los ojos para experimentar esa sensación tan increíble. Se nota que sabe besar, y aquello que supuestamente iba a ser un beso “cortito” se prolonga durante tanto tiempo que hasta podemos escuchar el brindis que su familia está haciendo por el año nuevo, pero no se detiene.

Mis piernas se vuelven gelatina, sus manos me aferran más contra su cuerpo y no me quejo, se siente demasiado bien estar entre sus brazos.

En cuanto nos separamos para tomar aire, yo bastante avergonzada de haberme dejado llevar, él sonríe con picardía y se relame los labios.

—Bueno, creo que ahora sí nos vemos como si hubiéramos estado besándonos… Feliz año nuevo —dice con expresión divertida antes de abrir la puerta y hacerme un gesto para que salga primero.

Apenas puedo caminar. Si me dejó con las piernas temblando con tan solo un beso, no quiero imaginarme qué podría llegar a hacer si fuera un poco más allá.

Aunque me gustaría descubrirlo.

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