Bajo las Estrellas (2)
Bajo las Estrellas (2)
Por: kesii87
Prefacio

(Narrado por Darío)

El sonido de aquella botella al vaciarse, mientras mi garganta tragaba ese embriagador mejunje que me hacía desconectar de la realidad, con las lágrimas inundando mi rostro, sin cese, escuchando de fondo esa canción, en bucle, era Numbs de Tom Odell, la única que me recordaba a ella.

¿A quién quiero engañar?

Todo. Absolutamente todo me recordaba a ella.

Dejé caer la botella al suelo, moviendo la cabeza al ritmo de la música, dejando escapar mi cálido aliento, en aquella fría noche, mirando hacia la chimenea apagada de mi mansión en Ibiza. Aún podía recordar la última vez que estuve allí, con ella, en como hicimos el amor en aquella misma alfombra en la que ese momento estaba sentado. Los gemidos de ambos estaban atrapados en las paredes de aquella casa, aún podía escucharlo a lo lejos.

Sonreí, sin ganas, volviendo a dar un largo sorbo de mi compañera en esos últimos dos años, una botella de ginebra.

Toda mi vida se detuvo cuando ella se fue, pero no podía reprocharle absolutamente nada, más después de que fue mi propia decisión. Al final, mi padre consiguió lo que quería, atacándome con lo único que sabía que no podría abandonar.

Recordaba como lo hacía antes, sacarla de mi mente por unas horas, recurriendo al calor corporal de otras mujeres, al ardiente sexo, borrándola de mi organismo, pero todo se iba a la m****a al terminar, al tumbarme en mi cama y recordar a esa preciosa chica que ya no estaba a mi lado.

Odiaba sentirme así, supongo que por eso dejé de usar a aquellas chicas, porque no quería convertirme en uno de aquellos tipos que hacen daño a los demás por estar hechos m****a. Nadie, absolutamente nadie, más que yo mismo tenía la culpa de todo aquello.

Un nuevo sorbo a aquella vacía botella me hizo comprender que lo estaba, así que la dejé rodar por el suelo, observándola allí, en aquella extraña posición.

Pensé en la vida de m****a que llevaba, en los negocios. Era el puto amo en el trabajo, me volqué en cuerpo y alma, y no había absolutamente nada que se me resistiese. Quizás era lo único que me hacía sentir vivo en aquellos días, que me alejaba de mis propios autodestructivos pensamientos. Pero... sabía que todos a mi alrededor se habían dado cuenta de que había cambiado.

Tragué saliva, dejándome caer hacia atrás, sobre la alfombra en la que una vez tomé a esa chica, sintiendo las lágrimas en mi sien, hundiéndose en mis cabellos.

La familia. Al menos había conseguido proteger eso, aunque una parte de mí siempre culparía a mi madre de lo sucedido, de no haber podido quedarme al lado de esa chica. ¿Por qué tenía que pagar yo los pecados de otros? ¿por qué no podía seguir adelante con mi vida y dejar de preocuparme de los demás? Seguía siendo el único pegamento que mantenía unida a esa desquiciada familia.

Mi padre, ese al que no volví a dirigirme desde que ella se marchó de la ciudad. Y lo sabía, joder, sabía perfectamente dónde estaba, pero era demasiado cobarde para correr a buscarla... porque... llegados a ese punto... ¿qué cojones iba a decirle?

Ni siquiera me buscó antes de irse, no pidió explicaciones ni una sola vez, y lo agradecí, pero ... me hizo sentir tan imbécil. ¿Por qué? ¿Tan poco signifiqué para ella como para no querer aferrarse a mi lado aquella vez?

Una parte de mí lo esperó, que se quedase a mi lado, que pidiese explicaciones, que me obligase a elegirla a ella. Pero las cosas no siempre suceden como uno quiere.

Yvonne era lo único que me quedaba, y la única a la que no quería recurrir. La evitaba, los negocios con su familia, y todo lo que tuviese que ver con Francia. Quizás esa era una de las razones por las que no quería ir a Mónaco. Pero... la más importante era otra.

No estaba preparado.

Dos putos años y mi mundo seguía detenido en el pasado, incapaz de avanzar en mi puta vida sentimental.

El teléfono comenzó a sonar, pero ni siquiera lo descolgué, solo miré hacia la pantalla, observando el nombre de mi madre reflejado en la pantalla. No iba a responder, y ella lo sabía.

Era difícil para mí hablar sobre lo que me sucedía, más cuando aún la culpaba por lo sucedido. Sus malas decisiones me habían obligado a dejar lo único que podía hacerme feliz en aquella vida.

Mi mente se fue lejos al pensar en ello, al día en el que mi padre descubrió el secreto de mi madre, cogiéndome a mí en medio de toda aquella m****a.

Los sonidos de sus zapatos resonaban por su despacho, mientras yo le observaba desde mi asiento, sin comprender su actitud, ¿por qué me había hecho venir si no iba a hablar de nada?

- Tengo trabajo que hacer – me quejé, cansado de aquella situación – si no es importante... - me puse en pie, dejándole claro que iba a abandonar su despacho, su edificio, a marcharme.

- Sé lo de Marsella – aseguró. Le miré, sin comprender – lo de Diego y tu madre – me quedé rígido, sin poder avanzar ni un ápice – ahora comprendo tantas cosas... su repentino interés por abrir un estudio en el centro, con tu mejor amigo como socio.

- Las cosas no son como tú piensas – le dije, intentando calmar los humos del patriarca. Él lucía molesto con mi posición en todo aquello – ellos ya eran socios antes de lo que sucedió en Marsella, además, sólo fue una vez, sólo...

- Eres tan iluso, hijo – añadió, dejándome sin aliento, ante la mirada de desaprobación que me echó – siempre guardando los secretos de los demás, protegiéndolos, sin obtener nada a cambio. ¿Acaso no has aprendido de los negocios que, en esta vida, las cosas no se hacen gratis?

- ¿Qué quieres a cambio de mantener todo este asunto en secreto? – pregunté, aterrado, pues no quería que Neus se enterase jamás de la clase de mujer que era nuestra madre. Yo había sufrido suficiente por los dos. Sonrió, como si todo aquello le hiciese gracia.

- Que aceptes el trato con los franceses – contestó, dejándome tan sorprendido, que incluso llegué a pensar que llevaba tiempo estudiando hasta el último detalle, como si todo aquello fuese algo planeado, piezas de un puzle que mover a su antojo – si Yvonne quiere que seas su novio de pega, lo serás – mi cara era un poema, jamás esperé algo así de él – aprovéchate de la situación, Darío. Esa niña está obsesionada contigo, y podremos sacar tajada de ello – tragué saliva, porque yo odiaba usar a las personas para mi propio beneficio.

- No pienso hacerlo – me quejé, molesto. Sonrió, como si esperase aquella respuesta, y fuese a rebatir en seguida.

- Por supuesto, tú tienes la última palabra en este asunto – aceptó – pero... piensa en todo el daño que podrás evitar si aceptas, piensa en Neuss, en lo desamparada que quedará tu madre cuando le corte el grifo y no pueda seguir invirtiendo mi dinero en su pequeño negocio.

¿Por qué tenía que seguir pagando por los errores demi propia madre, una y otra vez?

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