2 - Fascinante

(Narrado por María)

Las palabras fluyeron entre nosotros como si fuese un grifo abierto después de que perdiésemos la sensación de incomodidad.

Me di cuenta en seguida de que él era distinto a lo que se veía a simple vista. Hablaba por los codos y se apasionaba tanto con las cosas que le gustaban, en especial con su trabajo. Quería contar tanto en tan poco tiempo que iba saltando de un tema a otro con rapidez. Quizás podía resultar confuso para cualquier otro ser humano, yo me acoplé y me fue fácil seguirle.

Antropología era el tema principal. Nunca antes me resultó tan fascinante como cuando él hablaba de ella. Sentía que podía pasarme horas escuchándole hablar sobre fósiles de todo tipo, antiguas culturas o pueblos perdidos del África central. Era todo un cerebrito.

No dejaba de dar vueltas al anillo que tenía en el meñique, como si se sintiese ansioso todo el tiempo y hacía bromas con una gran destreza. Lo cierto es que me olvidé de todo y me centré en esa conversación tan agradable, incluso consiguió hacerme reír en un par de ocasiones.

Sus ojos me observaban con una plenitud que a veces me cohibía, pero suponía que era algo normal para una persona que lleva dos años sin relacionarse con otras personas.

- Te estoy aburriendo ¿verdad? – negué con la cabeza, dejándome caer en la barandilla. Había refrescado, ya era bien entrada la noche. Pero era tan interesante hablar con él que ni siquiera me había percatado de ello con anterioridad – Ven, entremos – sus dedos se posaron levemente sobre mi cintura, creando en mí una sensación extraña. Había algo en él que me resultaba de lo más inquietante.

No me extrañó que André y Amélie estuviesen desaparecidos, ni siquiera me disgustó el ruido que había allí dentro, tan sólo podía fijarme en la forma en la que él me miraba. Se remangó la camisa y se apoyó en el mueble que había detrás de él, volviendo a sonreír.

- Me he emocionado un poco, siempre lo hago cuando hablo de mi trabajo, lo siento.

- Está bien – le calmé, mirando hacia las figuritas de barro que su primo tenía sobre la cómoda – nunca me había dado cuenta de lo fascinante que es la Antropología – sonrió, agradecido.

- Oye – me llamó, después de haber aceptado una nueva copa de agua y surtirme a mí con una de coca cola – ¿Llevas mucho tiempo en la ciudad?

- Dos años – contesté, con total naturalidad.

- Quizás podrías enseñarme la ciudad con más luz – bromeó. Parecía estar perdiendo la timidez, y yo no lograba entender por qué.

- Tengo clases – contesté. Eso le sorprendió, y se percató que apenas conocía nada sobre mí – doy clases en una academia de moda y ...

- ¿Moda? – eso le sorprendió. Asentí – Nunca lo hubiese imaginado – echó una leve ojeada a mi vestimenta y yo rompí a reír.

- Esto no cuenta.

- No... - volví a reír, tomándome el atrevimiento de darle un manotazo en el brazo. Eso le sorprendió, porque acabábamos de conocernos.

- Estaba trabajando en mi estudio cuando Amélie me ha arrastrado hasta aquí – expliqué.

- ¿Tu estudio? – asentí - ¿Está lejos de aquí?

- De hecho, está en la plaza, justo en frente – sonrió y bajó la cabeza un momento.

- ¿Sería una locura si quisiese ir allí ahora? – Ese hombre me hacía sentir bien, me olvidaba de todo con sus ocurrencias.

- ¿De verdad quieres? – asintió - ¿Podemos escaparnos de la fiesta sin más?

- No creo que a nadie le importe.

Caminar hacia el estudio en aquella noche cerrada junto a un completo desconocido se sentía bien. Había algo en él que llama especialmente mi atención... me fascinaba su forma de ser. Lucía tímido de primeras, pero una vez que cogía confianzas y empezaba a ser él mismo, era un hombre que se atrevía con todo. Dispuesto a hacer cualquier locura que se le ocurriese.

Quizás era lo que necesitaba en mi vida, esa pizca de locura que me devolviese las ganas de vivir, hacerme olvidar el pasado.

Subimos en el ascensor hasta la boardilla y le sorprendió encontrar no sólo el estudio si no también una cama y una pequeña cocina.

- No me habías dicho que además de tu estudio es tu casa – me sentí algo acobardada en cuanto me di cuenta de que tenía razón – no habría propuesto venir de haberlo sabido, podría quedar como algo desesperado, ¿no crees? – le observé, sin comprender – Vamos, María, acabamos de conocernos y te pido venir a tu piso...

- ¡Oh no! – me tapé la cara con las manos y eso le hizo reír – Yo no soy así.

- Ya veo... - tragó saliva, algo incómodo, dando un paseo por el lugar. Se fijó en mi mesa de trabajo, acarició algunos de mis diseños, incluso se quedó embobado mirando hacia el maniquí en el que solía probarlos. En aquel momento había un vestido verde con corte asimétricas - ¿Qué tipo de tela es? – Lo acarició y se sorprendió al respecto.

- Es algo de mi invención. Estoy probando a mezclar distintos tipos de plantas para formar algo nuevo – se sorprendió al respecto – En este caso son hojas de bambú.

- Es del todo innovador – aseguró, siguiendo con su paseo, hasta detenerse en el mural que había junto al espejo – Tu familia, supongo.

- Mi familia y mis amigas – aseguré. Asintió hasta detenerse en un recorte de periódico que había más abajo.

- Darío Espier. He oído hablar de él – tragué saliva. Aún no estaba preparada para hablar con él sobre eso – hemos coincido alguna vez en Ibiza, pero claro, un tipo como él... nunca se fijaría en una hormiga como yo – me observó y me vio demasiado contraída – No quieres en absoluto hablar de él y estoy aquí haciendo esta situación de lo más incómoda ¿no? – sonreí, sin decir nada – Vale, lo entiendo. Te enseñaría mi taller de trabajo para que estuviésemos en paz, pero ... creo que te coge un poco lejos ahora mismo - Me apoyé en la chimenea de mentira y le observé con detenimiento – Me he puesto a hablar de mí como un loco y ahora te pareceré un narcisista de m****a – rompí a reír.

- No es el caso.

- ¿No?

- No – aseguré.

- Bueno... te sugeriría acompañarte a casa dado que querrás irte a dormir – ensanché la sonrisa – pero en este caso creo que no aplicaría.

- ¿Quieres algo para beber? – pregunté, dando por sentado solo con eso que no quería terminar la noche aún.

- No bebo – contestó.

- ¿Ni siquiera un vaso de agua? – sonrió, agradecido, asintiendo sin más.

- Agua estaría bien.

Se sentó en el sillón con vistas al mar y se quedó mirando hacia ese punto, sin intención alguna de encender la pequeña televisión que apenas se usaba. No tenía tiempo para eso. Siempre estaba ocupada.

- Me gusta este lugar – aseguró, mientras yo sacaba un vaso de la alacena y agarraba una de las botellas para llenarlo – tiene un estilo retro muy interesante – dejé el vaso a su alcance y me senté junto a él. Se lo bebió todo de una sola vez, parecía tener sed – Y dime, ¿qué es lo que ha llevado a una talentosa mujer como tú a instalarse en Mónaco durante dos años? – perdí el ánimo de pronto, al pensar en la razón por la que estaba allí – Cielos. He vuelto a meter la pata ¿no? – tragué saliva y sonreí tenuemente. Él era muy expresivo. Era divertido a pesar de lo que parecía en una primera impresión. Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa y entonces me di cuenta de que era más guapo de lo que me había parecido de primeras. Era tremendamente sexy - ¿qué? – se quejó al verme tan fascinada.

- Nada – dije con rapidez, bajando la mirada, avergonzada. Él sonrió y se fijó en el vaso vacío.

- Voy a aprovecharme de tu hospitalidad un poco más – le miré sin comprender – necesito usar el baño. Creo que he bebido demasiada agua esta noche – rompí a reír, él era del todo un caso, y jamás se relajaba. Era demasiado activo.

- Está detrás de la cortina – eso le sorprendió, miró hacia las cortinas con margaritas y luego hacia mí.

- Eso debe de ser todo un problema cuando un visitante quiere hacer de vientre – me mordí los labios evitando romper a reír nuevamente – Ya sabes, por el olor...

- No suelo tener invitados – le dije. Asintió, pasó las manos por sus piernas algo nervioso y se levantó de un salto.

- Para tu tranquilidad te diré que no pienso hacer de vientre – volví a reír, era imposible no hacerlo con ese hombre.

Se marchó al baño. Y yo puse algo de música, pues sabía que lo escucharía absolutamente todo y sería de lo más incómodo.

Mientras escuchaba Remember that Night de Sara Kays pensaba en la noche que marcó un antes y un después en mi vida. La noche en que todo acabó entre Darío y yo. Recoger mis cosas de su casa fue lo más difícil a lo que me he enfrentado.

- ¿No crees que la música está muy alta? – Preguntó justo cuando empezó Hurricane. Suelo escuchar canciones ñoñas cuando estoy triste. Bajé un poco el volumen y me fijé en él que se detenía y miraba hacia la puerta – Debería irme, ¿no?

- ¿Tan pronto? – pregunté sin apenas darme cuenta. Él sonrió y volvió a caminar hacia mí, sentándose en el sofá – Lo que quiero decir es...

- Tranquila – me calmó – Tampoco me disgusta la idea de pasarme la noche en vela hablando con una plena desconocida – bromeó. Sonreí y él dijo algo más – Prometo evitar los temas peliagudos que te hacen sentir incómoda.

- Háblame de ti – pedí. Sonrió y miró hacia el vaso de agua - ¿quieres algo más? ¿más agua?

- No sé si te habrás dado cuenta, pero soy hiperactivo – me dijo. Justo lo que había sospechado – no puedo tomar bebidas energéticas, alcohol o azúcar. El agua está bien para mí.

- En ese caso, iré a por la botella – sonrió, agradecido. Caminé hasta la cocina, agarré la botella y la deposité en la mesita.

- También soy un apasionado de las cosas que me gustan, por eso no paro de hablar de mí como un loro – os prometo que su forma de ser me gustaba mucho – Mi primo dice que estoy obsesionado con mi trabajo, para mí es algo distinto, es pasión, María. Le dedico más horas de lo normal porque es lo que realmente me gusta.

- Lo entiendo, a mí me pasa lo mismo – asintió, interesado al respecto.

- Mis alumnos ya están acostumbrados a mi forma de manejar las clases y el rector está harto de mí – volví a reír, mientras él no hacía otra cosa más que mirarme – Me da la sensación de que necesitabas esto – le observé, sin comprender - ¿Hacía cuánto que no te reías de verdad?

- Me has pillado – contesté algo abatida.

- Puedes usarme – me dijo – Estaré poco tiempo por aquí porque odio quedarme en el mismo lugar sin hacer nada, pero ... el tiempo que esté... puedo ser como la medicina que necesitas, ya sabes... igual hablo demasiado... pero ...

- Se me ocurre una idea para que no te aburras – me observó, sin comprender – quizás un poco de turismo por la ciudad te calme.

- Eso sería fantástico – aseguró – pero tú tienes responsabilidades, ¿no? – asentí.

- No todo el tiempo – ensanchó la sonrisa.

- Me cuesta bastante relacionarme con la gente, porque no todo el mundo aguanta mi ritmo, así que está bien si sientes que soy demasiado intenso y quieres parar.

- Está bien.

- Lo digo en serio. Soy diferente al resto de personas, María.

- Yo también hablo en serio – prometí. Bastó una sola mirada para hacerme sentir bien. Rompimos a reír con cierta complicidad – cuéntame que tan interesante es la vida de un profesor universitario de antropología – sonrió al darse cuenta de que quería conocer más sobre él.

- Para la mayoría de la gente puede resultar aburrida – aseguró – pero para mí... es del todo apasionante – me gustaba cuando hablaba sobre lo que le fascinaba. Le ponía tantas ganas que hacía que cualquier persona pudiese interesarse al respecto.

Os podéis imaginar por qué no dormí nada esa noche, ¿verdad? Fue una noche distinta en muchos sentidos. Y me enteré de muchas cosas sobre su persona.

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