De repente Juan Carlos la miró fijamente con rabia y se puso de pie, colocó las manos en el escritorio e inclinándose hacia adelante, le espetó. — ¡Mi padre te pagó para que me convencieras de aceptar el puesto de director de este canal! ¿Verdad? ¡O te ofreció convencerme de que me casara contigo! Camila se puso pálida y nerviosa. Y respondió llorando. —No sé de qué estás hablando... —¡No te hagas la tonta que ya te descubrí! Eres un ser despreciable que se aprovechó de mi vulnerabilidad para ayudar a mi padre y quizás lograr tener una relación conmigo.—la miró de arriba abajo y agregó— Lo siento, pero no eres mi tipo… ¡Así que quiero que salgas por esa puerta, y no regreses nunca más! ¡Si te vuelves a cruzar en mi camino, voy a utilizar todo mi dinero e influencias para hundirte y desprestigiarte públicamente cómo psicóloga! Al ver que Camila no se movía, rodeó el escritorio, la tomó bruscamente del brazo, la arrastró hasta la puerta, la abrió y la empujó sin compasión y le gritó
—Por supuesto que no va a suceder porque no quiero tener nada que ver con un bruto y ordinario como él… Me vas a perdonar, Santiago se portó como una chusma... —Sí, conozco el carácter de mi hijo y ya sé lo irónico, ofensivo e irrespetuoso que se comporta cuando está enojado. Ahora solo te aconsejo que esperemos a que se calme. —¿Si me escuchaste? No me interesa tener nada que ver con tu hijo. —Querida, lamento mucho el comportamiento de Juan Carlos y no te culpo. Ese hijo mío me ha dado muchos dolores de cabeza... ¡No sabes cuánto lamento no tenerte como nuera! Camila se puso de pie y le dijo. —Bueno, ya cumplí con avisarte. Me retiro. Santiago se puso de pie, rodeó el escritorio y se acercó a ella. La tomó de las manos y le dijo. —Mi querida niña, me imagino que no tengo que decirte que tu padre no tiene por qué enterarse de esto. No debemos preocuparlo. —¿Crees que soy tonta? Si se entera me desheredaría. —Por supuesto que no, él te adora. Pero es mejor no preocuparlo. ¿En
Daniela se volteó con sorpresa hacia Tulio al escuchar ese nombre y luego vio a Raúl con el rostro congestionado de rabia. — ¿Qué diablos hace aquí? —preguntó él entre dientes. —No lo sé.—dijo ella incómoda por la presencia de Julio. — ¡Raúl! —exclamó Tulio García, haciéndoles señas para que se acercaran al nuevo invitado—. Trae a Daniela a para que conozca a Julio Fernández. —Nos conocemos —informó Raúl en tono agrio y agregó a propósito—. Es amigo de la hermana de Daniela. Julio los miró a los dos con los ojos entrecerrados y dijo. —Sí, conozco muy bien a la señora Castillo —Julio vestía de manera impecable, atrayendo la atención de todas las damas, con el consiguiente resentimiento de Raúl. —Quiere decir que es una brillante diseñadora de interiores —dijo Raúl, apretando los dientes. —El señor Fernández me encargó un trabajo en su casa —indicó Daniela sin pensar. —No hablemos de trabajo —intervino otro de los colegas solteros de Raúl y se dirigió a Daniela Tomándola del bra
La rabia que Julio irradiaba la obligó a guardar silencio durante todo el trayecto. Luego él se volvió a mirarla y ella se quedó como una estatua, soportando la lenta inspección de Julio.No necesitaba un espejo para imaginar su deplorable aspecto. Ella alzó una mano de manera instintiva hacia el escote del vestido para tocar la desgarradura sobre sus senos, y como si el movimiento lo hubiera liberado de un hechizo. Encendió la luz del auto.—¿Qué ha pasado, Daniela? —inquirió, sus ojos brillaban frente al vestido roto y las manchas de sangre en las piernas arañadas—. ¿Qué te ha hecho ese desgraciado? Ahora que estaba a salvo y relativamente cómoda, ella solo quería descansar sobre su pecho y dormir.—No me violó —estaba demasiado cansada para escoger las palabras.—A juzgar por tu apariencia... ¡Lo intentó! Él buscó en su guantera y sacó un pote de agua mineral.Daniela bebió un poco de agua, con una sonrisa de agradecimiento, le devolvió el pote.—Gracias. Ahora me siento mejor...
Daniela suspiró resignada porque se habían prometido el uno al otro, que jamás se iban a ocultar nada. Decidió contarlo todo desde el principio y como fue rescatada por su amigo Julio Fernández. Mientras le iba contando, ella vio como Juan pasó de la incredulidad a la indignación y la rabia —¡Ese maldito me las va a pagar! ¡¿Cómo se atrevió a tocarte?! —¡No, por favor Juan! Estoy bien, no pasó nada porque le partí la nariz... — ¿No ocurrió nada? ¡Te quiso violar! Juan Carlos, al ver la angustia y los ojos llorosos de ella, decidió calmarse, respiró profundo y le dijo. —Está bien amor, voy a curarte. —Gracias, vamos al baño para que me cures—le dirigió una sonrisa. —Al único lugar al que irás esta noche es a la cama. Prepararé un poco de té de manzanilla después de curarte esa herida. Daniela bajó la mirada hacia la pequeña cortadura que había en su pecho, y después hizo un esfuerzo por permanecer inmóvil cuando Juan se la cubrió con una gasa, con manos temblorosas. Daniela s
—En realidad es una celebración doble —tomó un trago de su ginebra—. La primera parte de mi libro que dejé abandonado hace dos años encontró una cálida y sorprendente aprobación de los editores, así que estoy terminando el resto a toda prisa, antes de empezar mi nuevo trabajo. — ¡Felicidades! —los ojos de Daniela resplandecieron—. ¡Es una noticia estupenda, Juan! Los ojos de él, se iluminaron con repentino calor y se inclinó para tomar la mano de Daniela. —Daniela… —se interrumpió, sofocando una maldición, mientras colocaban los menús frente a ellos. El momento pasó y empezaron a discutir qué iban a cenar. Daniela estaba francamente hambrienta. —No he comido mucho el día de hoy. —Pues, escoge lo que quieras —declaró, divertido—. Si ese vestido te lo permite. — ¿Crees que está muy ceñido? —Solo en lo concerniente a mi presión sanguínea —comentó mirándola con deseo y se dedicó a estudiar el menú. Daniela expresó su deseo de comer algo típico. —Sin embargo, no demasiado ave
—Lo siento, Daniela —sonrió Juan con tristeza, mientras se entretenían viendo la luz de la luna que iluminaba al mar de la bella “Playa Grande”—. ¿Te duelen los pies? —Me sorprendes —respondió burlona—. Todo este deslumbrante paisaje que se extiende frente a ti, Juan Quintana, ¿Y en todo lo que se te ocurre pensar, es en pies adoloridos? —Por supuesto que no —retiró el cabello de su cara y miró hacia el mar—. Solo me preocupo porque mi hermosa nena, esté cómoda. —Muy bien Juan Carlos, sigue así, que ya casi te perdono. —¿Todavía no me has perdonado? —¿Qué esperabas? Me hiciste enojar mucho. Pero no te preocupes, ya estoy a punto de perdonarte. —¡Gracias a dios! —dijo él con ironía. Y ella se rio. Hubo silencio por un rato. Caminaron a lo largo de la playa embelesados por la belleza de las olas rompiendo y el ruido del mar. —La luna brilla de nuevo, es como si siempre fuera testigo de nuestros mejores momentos —expresó Daniela al fin. Juan la miró. — ¿Eres hija de la l
Juan Carlos se entretuvo hablando con el dueño de la casa. De súbito, Daniela recordó que no llamó a sus padres para avisarle que iban en camino, luego le dijo a Juan Carlos que iría al auto a buscar su teléfono. Sacó las llaves de su bolsillo del pantalón y él asintió con la cabeza. Ella abrió el auto y llamó a su madre. Pero cuando cerró la puerta y antes de que pudiera insertarla en la cerradura, se percató con horror que el coche se movía lentamente hacia atrás. —¡Oh, Dios mío! —jadeó y tiró del picaporte. Su instinto la urgía a tratar de alcanzar el freno de mano, pero el impulso del coche la venció haciéndola caer a un lado y cuando pudo ponerse de pie, todo lo que pudo hacer fue observar con ansiedad cómo, en graciosa cámara lenta, el coche se deslizó hacia atrás por el precipicio y desapareció de su vista. Gritó y corrió hacia la orilla, a tiempo de ver el auto dar un vuelco en su caída hacia las rocas, abajo, aterrizando con las ruedas hacia arriba con un horrible impacto