—En realidad es una celebración doble —tomó un trago de su ginebra—. La primera parte de mi libro que dejé abandonado hace dos años encontró una cálida y sorprendente aprobación de los editores, así que estoy terminando el resto a toda prisa, antes de empezar mi nuevo trabajo. — ¡Felicidades! —los ojos de Daniela resplandecieron—. ¡Es una noticia estupenda, Juan! Los ojos de él, se iluminaron con repentino calor y se inclinó para tomar la mano de Daniela. —Daniela… —se interrumpió, sofocando una maldición, mientras colocaban los menús frente a ellos. El momento pasó y empezaron a discutir qué iban a cenar. Daniela estaba francamente hambrienta. —No he comido mucho el día de hoy. —Pues, escoge lo que quieras —declaró, divertido—. Si ese vestido te lo permite. — ¿Crees que está muy ceñido? —Solo en lo concerniente a mi presión sanguínea —comentó mirándola con deseo y se dedicó a estudiar el menú. Daniela expresó su deseo de comer algo típico. —Sin embargo, no demasiado ave
—Lo siento, Daniela —sonrió Juan con tristeza, mientras se entretenían viendo la luz de la luna que iluminaba al mar de la bella “Playa Grande”—. ¿Te duelen los pies? —Me sorprendes —respondió burlona—. Todo este deslumbrante paisaje que se extiende frente a ti, Juan Quintana, ¿Y en todo lo que se te ocurre pensar, es en pies adoloridos? —Por supuesto que no —retiró el cabello de su cara y miró hacia el mar—. Solo me preocupo porque mi hermosa nena, esté cómoda. —Muy bien Juan Carlos, sigue así, que ya casi te perdono. —¿Todavía no me has perdonado? —¿Qué esperabas? Me hiciste enojar mucho. Pero no te preocupes, ya estoy a punto de perdonarte. —¡Gracias a dios! —dijo él con ironía. Y ella se rio. Hubo silencio por un rato. Caminaron a lo largo de la playa embelesados por la belleza de las olas rompiendo y el ruido del mar. —La luna brilla de nuevo, es como si siempre fuera testigo de nuestros mejores momentos —expresó Daniela al fin. Juan la miró. — ¿Eres hija de la l
Juan Carlos se entretuvo hablando con el dueño de la casa. De súbito, Daniela recordó que no llamó a sus padres para avisarle que iban en camino, luego le dijo a Juan Carlos que iría al auto a buscar su teléfono. Sacó las llaves de su bolsillo del pantalón y él asintió con la cabeza. Ella abrió el auto y llamó a su madre. Pero cuando cerró la puerta y antes de que pudiera insertarla en la cerradura, se percató con horror que el coche se movía lentamente hacia atrás. —¡Oh, Dios mío! —jadeó y tiró del picaporte. Su instinto la urgía a tratar de alcanzar el freno de mano, pero el impulso del coche la venció haciéndola caer a un lado y cuando pudo ponerse de pie, todo lo que pudo hacer fue observar con ansiedad cómo, en graciosa cámara lenta, el coche se deslizó hacia atrás por el precipicio y desapareció de su vista. Gritó y corrió hacia la orilla, a tiempo de ver el auto dar un vuelco en su caída hacia las rocas, abajo, aterrizando con las ruedas hacia arriba con un horrible impacto
— ¿Oh, por qué? —Daniela entrecerró los ojos, riendo. —Como un acto de fe. Para probar que no quiero solo tu tentador cuerpo, sino tu compañía, tu conversación y lo que es más importante. — ¿Qué? —Será mejor que redecoremos el pent-house o compramos una casa, ¿No te parece? —los ojos de Juan danzaban—. A menos que te guste mi pent-house, Además de que tengo motivos muy sentimentales asociados con mi dormitorio. Dani estaba tan complacida por la declaración de intención, que lo estrechó, dejando caer una lluvia de besos sobre su rostro. — ¡Eso es lo más bonito que me ha dicho alguna vez un hombre! — ¡Lo contrario, supongo, de algunas proposiciones que recibiste! —Me parece recordar una singular y única proposición tuya, Juan Carlos Quintana, la noche que me viste en la inocente compañía de mi hermano Óscar. Juan cerró los ojos. —La peor parte de ello fue que era verdad. Me dejé llevar por la posibilidad de compartirte con otros hombres, siempre y cuando me incluyeras
—No, Gabriela —dijo quitando sus manos de abajo de las suyas. Ella alzó las cejas y deslizó su labio inferior debajo de sus dientes con una sutileza magistral. La seducción le venía tan natural que nadie jamás se imaginaría que alguien de apariencia tan inocente fuera tan diabólica. —Bueno, hablemos ahora mismo. Juan Carlos, no importa el lugar, sino la compañía. En cuanto sintió su pie, rozar su pantorrilla se deslizó un poco lejos de ella. —¿Qué estás haciendo, Gabriela? —le preguntó, él y en voz baja. Ella no contestó. Solo dio un vistazo alrededor y se acercó más a él, y trató de darle un beso en los labios. —No, Gabriela. —le dijo cuando percibió su aliento cerca de su boca. Ella se detuvo, y Juan Carlos se levantó para dar un largo trago a su vaso—. Será mejor que me… —Entonces regresaste con Daniela —dijo entre risas. —Eso no es asunto tuyo —contestó de golpe. Ella arqueó su espalda y echó su cabello para atrás. —Cariño, relájate —dijo con una sonrisa, tomando su marg
Gabriela llevaba días vigilando a su gemela y sabía que todas las tardes, Daniela y a Juan Carlos se reunían al final de la tarde en casa de sus padres. —La verdad es que sí, necesito más cariño. — Juan Carlos la miraba atónito, su voz dulce era igual a la de Daniela, si no hubiera sido por su mirada él hubiera caído redondito. No cabía duda que había practicado mucho. Con sobrada razón lo había, lo pudo engañar la primera vez. Cuando Gabriela se acercó, Juan Carlos retrocedió y ella supo que él la había descubierto. —¿Por qué tienes que rechazarme? —¡¿Por qué te gusta hacer estas estupideces Gabriela?! ¡Hacerte pasar por Daniela!—le contestó. Ella revisó su bolso y sacó el arma y lo apuntó con ella. —Porque esta es mi venganza, o me das lo que quiero o desaparece Daniela de este mundo. Juan Carlos la miró sorprendido —¡No te atreverías!, ¡Por Dios, es tu hermana!. —Pruébame. —Gabriela se acercó él, y le dijo que se sentara, justo detrás de él había una pequeña
—¡Detente, mira lo que le has hecho a papá! ¡¿Acaso no lo quieres m*****a loca?! —Cuando ella iba a volver a disparar, otro sonido de disparo se oyó, Gabriela los miró con la mirada pérdida, y de su boca empezó a salir sangre, cuando hizo todo el esfuerzo de volver a levantar el arma y matar a Daniela, otro disparo retumbó y ella cayó, y detrás de la ventana de la cocina estaba Gerónimo apuntando. —¡¡GABRIELA!! —gritó la señora Elena y salió corriendo y la tomó en brazos — ¡Gabriela, hija mía! El doctor Castillo, tirado en el piso y sujetándose una pierna, comenzó a llorar y ver a su hija muerta. Juan Carlos se arrodilló y le dijo al doctor Castillo. —¡Señor Arturo, hay que llevarlo a emergencias! —¡No, yo estoy bien! ¡Ayude a Gabriela! Juan Carlos hizo un gesto de disgusto, pero lo obedeció y se acercó a Gabriela, que era sostenida en brazos de su madre, que lloraba angustiada. Y Juan Carlos se dirigió a su suegra. —Señora Elena, déjeme tomarle el pulso. Ella la soltó y Juan C
—No digas eso querido...—replicó la señora Elena. El doctor sujetó su mano y la besó. —Es la verdad, Elena... —el doctor continuó con su relato.—Dani, cómo te decía los pacientes de esta clínica eran personas pudientes... Un día trajeron a emergencias una chica rubia que había estado involucrada en un accidente de tránsito. Afortunadamente, solo sufrió heridas leves y cómo yo era el médico de turno me tocó atenderla. Mientras la atendí como hago con cualquier paciente, con amabilidad, ella confundió mi trató como un interés romántico de mi parte. Aunque en ese momento no me di cuenta. Después, al salir de alta, ella comenzó a buscarme y a esperarme a la salida... —el doctor miró con vergüenza a la señora Elena y a Daniela— Luego cometí el error de involucrarme con ella y quedó embarazada… Con el tiempo dio luz a un par de gemelas... —¡Oh, entonces!... —exclamó Daniela mirando fijamente a la señora Elena. —Yo no soy su madre biológica... —concluyó la señora Elena con tristeza. Ju