La rabia que Julio irradiaba la obligó a guardar silencio durante todo el trayecto. Luego él se volvió a mirarla y ella se quedó como una estatua, soportando la lenta inspección de Julio.No necesitaba un espejo para imaginar su deplorable aspecto. Ella alzó una mano de manera instintiva hacia el escote del vestido para tocar la desgarradura sobre sus senos, y como si el movimiento lo hubiera liberado de un hechizo. Encendió la luz del auto.—¿Qué ha pasado, Daniela? —inquirió, sus ojos brillaban frente al vestido roto y las manchas de sangre en las piernas arañadas—. ¿Qué te ha hecho ese desgraciado? Ahora que estaba a salvo y relativamente cómoda, ella solo quería descansar sobre su pecho y dormir.—No me violó —estaba demasiado cansada para escoger las palabras.—A juzgar por tu apariencia... ¡Lo intentó! Él buscó en su guantera y sacó un pote de agua mineral.Daniela bebió un poco de agua, con una sonrisa de agradecimiento, le devolvió el pote.—Gracias. Ahora me siento mejor...
Daniela suspiró resignada porque se habían prometido el uno al otro, que jamás se iban a ocultar nada. Decidió contarlo todo desde el principio y como fue rescatada por su amigo Julio Fernández. Mientras le iba contando, ella vio como Juan pasó de la incredulidad a la indignación y la rabia —¡Ese maldito me las va a pagar! ¡¿Cómo se atrevió a tocarte?! —¡No, por favor Juan! Estoy bien, no pasó nada porque le partí la nariz... — ¿No ocurrió nada? ¡Te quiso violar! Juan Carlos, al ver la angustia y los ojos llorosos de ella, decidió calmarse, respiró profundo y le dijo. —Está bien amor, voy a curarte. —Gracias, vamos al baño para que me cures—le dirigió una sonrisa. —Al único lugar al que irás esta noche es a la cama. Prepararé un poco de té de manzanilla después de curarte esa herida. Daniela bajó la mirada hacia la pequeña cortadura que había en su pecho, y después hizo un esfuerzo por permanecer inmóvil cuando Juan se la cubrió con una gasa, con manos temblorosas. Daniela s
—En realidad es una celebración doble —tomó un trago de su ginebra—. La primera parte de mi libro que dejé abandonado hace dos años encontró una cálida y sorprendente aprobación de los editores, así que estoy terminando el resto a toda prisa, antes de empezar mi nuevo trabajo. — ¡Felicidades! —los ojos de Daniela resplandecieron—. ¡Es una noticia estupenda, Juan! Los ojos de él, se iluminaron con repentino calor y se inclinó para tomar la mano de Daniela. —Daniela… —se interrumpió, sofocando una maldición, mientras colocaban los menús frente a ellos. El momento pasó y empezaron a discutir qué iban a cenar. Daniela estaba francamente hambrienta. —No he comido mucho el día de hoy. —Pues, escoge lo que quieras —declaró, divertido—. Si ese vestido te lo permite. — ¿Crees que está muy ceñido? —Solo en lo concerniente a mi presión sanguínea —comentó mirándola con deseo y se dedicó a estudiar el menú. Daniela expresó su deseo de comer algo típico. —Sin embargo, no demasiado ave
—Lo siento, Daniela —sonrió Juan con tristeza, mientras se entretenían viendo la luz de la luna que iluminaba al mar de la bella “Playa Grande”—. ¿Te duelen los pies? —Me sorprendes —respondió burlona—. Todo este deslumbrante paisaje que se extiende frente a ti, Juan Quintana, ¿Y en todo lo que se te ocurre pensar, es en pies adoloridos? —Por supuesto que no —retiró el cabello de su cara y miró hacia el mar—. Solo me preocupo porque mi hermosa nena, esté cómoda. —Muy bien Juan Carlos, sigue así, que ya casi te perdono. —¿Todavía no me has perdonado? —¿Qué esperabas? Me hiciste enojar mucho. Pero no te preocupes, ya estoy a punto de perdonarte. —¡Gracias a dios! —dijo él con ironía. Y ella se rio. Hubo silencio por un rato. Caminaron a lo largo de la playa embelesados por la belleza de las olas rompiendo y el ruido del mar. —La luna brilla de nuevo, es como si siempre fuera testigo de nuestros mejores momentos —expresó Daniela al fin. Juan la miró. — ¿Eres hija de la l
Juan Carlos se entretuvo hablando con el dueño de la casa. De súbito, Daniela recordó que no llamó a sus padres para avisarle que iban en camino, luego le dijo a Juan Carlos que iría al auto a buscar su teléfono. Sacó las llaves de su bolsillo del pantalón y él asintió con la cabeza. Ella abrió el auto y llamó a su madre. Pero cuando cerró la puerta y antes de que pudiera insertarla en la cerradura, se percató con horror que el coche se movía lentamente hacia atrás. —¡Oh, Dios mío! —jadeó y tiró del picaporte. Su instinto la urgía a tratar de alcanzar el freno de mano, pero el impulso del coche la venció haciéndola caer a un lado y cuando pudo ponerse de pie, todo lo que pudo hacer fue observar con ansiedad cómo, en graciosa cámara lenta, el coche se deslizó hacia atrás por el precipicio y desapareció de su vista. Gritó y corrió hacia la orilla, a tiempo de ver el auto dar un vuelco en su caída hacia las rocas, abajo, aterrizando con las ruedas hacia arriba con un horrible impacto
— ¿Oh, por qué? —Daniela entrecerró los ojos, riendo. —Como un acto de fe. Para probar que no quiero solo tu tentador cuerpo, sino tu compañía, tu conversación y lo que es más importante. — ¿Qué? —Será mejor que redecoremos el pent-house o compramos una casa, ¿No te parece? —los ojos de Juan danzaban—. A menos que te guste mi pent-house, Además de que tengo motivos muy sentimentales asociados con mi dormitorio. Dani estaba tan complacida por la declaración de intención, que lo estrechó, dejando caer una lluvia de besos sobre su rostro. — ¡Eso es lo más bonito que me ha dicho alguna vez un hombre! — ¡Lo contrario, supongo, de algunas proposiciones que recibiste! —Me parece recordar una singular y única proposición tuya, Juan Carlos Quintana, la noche que me viste en la inocente compañía de mi hermano Óscar. Juan cerró los ojos. —La peor parte de ello fue que era verdad. Me dejé llevar por la posibilidad de compartirte con otros hombres, siempre y cuando me incluyeras
—No, Gabriela —dijo quitando sus manos de abajo de las suyas. Ella alzó las cejas y deslizó su labio inferior debajo de sus dientes con una sutileza magistral. La seducción le venía tan natural que nadie jamás se imaginaría que alguien de apariencia tan inocente fuera tan diabólica. —Bueno, hablemos ahora mismo. Juan Carlos, no importa el lugar, sino la compañía. En cuanto sintió su pie, rozar su pantorrilla se deslizó un poco lejos de ella. —¿Qué estás haciendo, Gabriela? —le preguntó, él y en voz baja. Ella no contestó. Solo dio un vistazo alrededor y se acercó más a él, y trató de darle un beso en los labios. —No, Gabriela. —le dijo cuando percibió su aliento cerca de su boca. Ella se detuvo, y Juan Carlos se levantó para dar un largo trago a su vaso—. Será mejor que me… —Entonces regresaste con Daniela —dijo entre risas. —Eso no es asunto tuyo —contestó de golpe. Ella arqueó su espalda y echó su cabello para atrás. —Cariño, relájate —dijo con una sonrisa, tomando su marg
Gabriela llevaba días vigilando a su gemela y sabía que todas las tardes, Daniela y a Juan Carlos se reunían al final de la tarde en casa de sus padres. —La verdad es que sí, necesito más cariño. — Juan Carlos la miraba atónito, su voz dulce era igual a la de Daniela, si no hubiera sido por su mirada él hubiera caído redondito. No cabía duda que había practicado mucho. Con sobrada razón lo había, lo pudo engañar la primera vez. Cuando Gabriela se acercó, Juan Carlos retrocedió y ella supo que él la había descubierto. —¿Por qué tienes que rechazarme? —¡¿Por qué te gusta hacer estas estupideces Gabriela?! ¡Hacerte pasar por Daniela!—le contestó. Ella revisó su bolso y sacó el arma y lo apuntó con ella. —Porque esta es mi venganza, o me das lo que quiero o desaparece Daniela de este mundo. Juan Carlos la miró sorprendido —¡No te atreverías!, ¡Por Dios, es tu hermana!. —Pruébame. —Gabriela se acercó él, y le dijo que se sentara, justo detrás de él había una pequeña