Capítulo 03.

—Depende. —me separé para poder analizar la pizarra.

Estaba la foto del cuerpo que daba a parecer el típico suicidio de la soga atada al techo. Aclaremos que no había nota de despedida y que la declaración de su esposo, hijos y hermanos daban a entender una muy buena relación entre ellos y la víctima. Lo que resaltaba era que su esposo comentó que ella había estado llegando un poco tarde a la casa, más que todo los fines de semana; él aseguraba que era muy extraño puesto que su esposa era una mujer responsable y del hogar. Por otro lado, también dijo que su salud se veía un poco mal y que su aspecto había cambiado, que ella tenía muchas ojeras y su piel perdía brillo; a pesar de eso, ella le juraba que estaba bien y que solo era cansancio.

Finalmente, estaba la declaración de su jefe. Él decía que la despidió por haber llegado demasiado tarde dos semanas consecutivas y por su grave equivocación en la declaración de impuestos de una de las empresas que se encontraban bajo su responsabilidad.

Me tomé otro momento para pensarlo hasta que finalmente tomé mi decisión.

—No se suicidó, probablemente la asesinaron, y te diré por qué —tomé un apuntador y comencé—: La señora Mary tenía un buen trabajo en una oficina contable, el ingreso no era tan bueno y es por ello que decide buscar otras opciones. Según el informe forense, encontraron el metabolito llamado benzoilecgonina en la sangre de la víctima; eso vendría siendo positivo para cocaína. Sabemos que ella no estaba recibiendo un buen pago por parte de la oficina contable y que su esposo había sido despedido días antes, así que digamos que alguien le recomendó la venta de drogas.

—El uso de cocaína explicaría la falta de concentración como para equivocarse en la contabilidad de esa empresa —habló Powell desde su asiento como si ya hubiese atado los cabos sueltos—. Al mismo tiempo que explicaría las llegadas tardes; esa droga da insomnio, la víctima pudo dormirse cerca de la hora e ignorar por completo la alarma debido al cansancio.

Burns se cruzó de brazos.

— ¿Cuál es el móvil? —preguntó.

—Deuda —dijimos Powell y yo al unísono.

Terry nos miró mientras asentía. Él sabía que teníamos razón.

—Debió tener algún proveedor. Tal vez quiso agarrarse el dinero para ella, pero las cosas salieron mal —agregó mi jefe.

De pronto, un hombre alto, bien vestido, de tez morena como el chocolate y de unos cincuenta años, se levantó de su silla y caminó hasta la mitad de la mesa.

Automáticamente la mirada de todos en la habitación—incluyéndome—, se desvió hasta él. Estábamos hablando de Peter West, el mejor detective del estado y nuestro jefe.

El Capitán.

—Eso coincide con las marcas en su cuello, deja claro que la asfixiaron y para poder disimular lo hicieron parecer un suicidio —concluyó.

Bajó la cabeza con la intención de verme.

Creo que me siento muy pequeña ahora.

— ¿Quién eres y qué estás haciendo aquí? —fue lo único que me preguntó.

¿Que no escuchó mi nombre al inicio?

—Sage Hill, trabajo como...

—Una novata —interrumpió Terry—, la estamos entrenando.

El Capitán West lo miró con el entrecejo fruncido y con los ojos entornados de suspicacia.

— ¿Seguro de que es una novata? —dio un par de pasos más con lentitud—. Porque acaba de resolver un caso en menos de cinco minutos mientras que nosotros tenemos día y medio en ello.

Volvió a mirarme por unos segundos.

—Sigue así, Hill, y yo mismo te nombraré detective.

Le echó un último vistazo a Terry y a los demás antes de salir de la habitación.

Desde que había empezado a trabajar allí, me había podido dar cuenta de que West siempre creaba tensión en los demás detectives cuando llegaba. Él era alguien al que todos querían impresionar. También era del tipo de persona que te haría tener una pesadilla fácilmente cuando en realidad es una persona cortés y amable con sus trabajadores.

—Buen trabajo, Sage —Terry me dio unas palmadas suaves en el hombro y se fue junto a los demás dejándome sola en la sala.

¿Pero sabían qué era lo más triste? Que ya era como la tercera vez en el mes que los ayudaba a resolver un caso y Terry siempre me decía lo mismo:

"Buen trabajo, sigue así"

Estaba harta de que me trataran como a una niña.

Salí de la sala de reuniones y fui hasta la oficina de mi jefe. Cuando entré, lo vi de pie detrás de su escritorio revisando unos papeles. Al verme, soltó un suspiró y tomó asiento.

— ¿Por qué será que no me sorprende tu visita? —sonó cansado. ¿Cansado de mí? —. ¿Qué ocurre, Sage?

— ¿Por qué no me ascienden? —fui directo al grano—. Sabes que tengo potencial, que no soy una pérdida de tiempo.

—Aún no estás lista.

—Lo estoy —aseguré—. De verdad lo estoy.

—Eres muy inteligente, serías una excelente agente, pero no es lo mismo que ves desde afuera —soltó la hoja en su escritorio—. Cuando estás dentro de un caso, todo se te ve imposible o complicado. Todo lo que te pasa por la cabeza son corazonadas que no puedes dar por sentado hasta que no tengas pruebas sólidas. Necesitas más tiempo, más experiencia.

Chasqueé mi lengua y me giré dispuesta a salir, pero cuando abrí la puerta, Terry habló:

— ¿Aún cuento con tu ayuda para los casos?

Giré un poco mi cabeza, asentí sin decir nada y salí de la oficina.

Terry era amigo de mi papá desde hace muchos años. Cuando me vine a Birdwallace —que le dije a mis padres que quería ser detective—, papá llamó a Terry para que me ayudara con eso. A decir verdad, Burns era como esas personas que preferían estar veinte horas en su trabajo que un minuto en casa con su mujer. Por supuesto que había una razón coherente para eso.

El punto es que él aceptó y me asignó como asistente aprendiz. Claro que era un puesto inventado por él, pero era la única forma de contratarme sin tener que estudiar primero en la escuela de policías o tener un diploma que diga que soy forense, ingeniero químico o criminalista.

En realidad, me había graduado en psicología el año pasado, pero aquí ya no necesitaban psicólogos, necesitaban a una persona que les ayudara a resolver todos los casos pendientes en tiempo récord, que les hiciera un milagro.

Suspiré tomando asiento en mi escritorio.

«Paciencia, un día todo valdrá la pena», recordé las palabras que muchas veces le repetí a Ben.

Debía confiar en ello. Apegarme a esas palabras.

Todo éxito conlleva a una lucha diaria contra las injusticias de la vida. Por lo tanto, yo debía luchar por el título de detective a toda costa.

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