Enseguida me invadió el olor a café y a estrés. También un poquito a muerto, pero eso fue porque la segunda morgue necesitaba mantenimiento.
Toda el área de Homicidios abarcaba dos largos y anchos pisos de ese alto edificio. En el primer piso del departamento estaba el cuerpo administrativo donde se hacía todo el papeleo y registro de los casos. Ya en el segundo piso estaba todo lo referente a la investigación y análisis; con ello me refería a toxicología, balística, forense, etc.
Varios agentes me saludaron por cordialidad, unos con un movimiento de cabeza, otros con la mano, algunos sonrieron, pero muy pocos dijeron «Buenos días». Allí siempre había algo que hacer y por eso todos estaban más pendientes de terminar con sus asuntos que saludar a una persona con amabilidad. Y yo pues respetaba y entendía sus razones, aunque no fueran del todo correctas.
Subí unas cortas escaleras hasta llegar al segundo nivel de mi área de trabajo. En este piso se sentía más la ansiedad, el estrés, era como una tensión en el ambiente que podía llegar a su punto máximo y explotar. Al mismo tiempo, percibí el olor a alcohol y comida. Mi pequeño estómago no dudó en rugir apenas recibió el olor de la parrilla, alguien estaba comiendo hamburguesa. Agité mi cabeza en un intento de apartar el hambre; no funcionó, pero sí logré concentrarme y retomar el camino.
Las hamburguesas de verdad que eran mi debilidad. Si pudiese elegir una sola cosa para comer toda mi vida, sería ese delicioso conjunto perfecto de pan, carne, salsa, tomate, lechuga y cebolla. Eso, señoras y señores, es probar un pedacito de cielo.
Comencé a prestar más a atención en las personas a mi alrededor y entonces noté lo estresados y cansados que se veían. Sin embargo, tenían bastante energía y ganas de hacer su trabajo porque no dejaban de ir de un lado a otro buscando sabrá Dios qué.
Ese ajetreo se debía al lugar donde vivíamos.
Birdwallace era una ciudad un poco pequeña en comparación con las demás ciudades de Minnesota. Lo único malo que tenía Birdwallace era la vida criminal. Aquí había demasiados casos de narcotráfico, asesinatos, robos, secuestros, violaciones... eran muchos los criminales que emigraban a nuestra ciudad. Por otro lado, no podía faltar la corrupción en las autoridades. Muchos agentes de la estación estaban comprados al igual que uno que otro político. De hecho, el alcalde estaba mezclado con el tráfico de drogas. Sin embargo, agradecía que aquí en el área de Homicidios todos nos conocíamos lo suficiente para saber que nadie estaba yéndose por lo corrupto; eso era contra de los valores morales que juraron nunca romper cuando comenzaron a trabajar, por lo tanto, debían cumplirlo sin importar qué.
—Dios bendito, escuchaste mis plegarias —Rosa, una de las forenses, tomó el café—. Gracias, Sage, en serio, si no tomaba café me iba a volver loca entre tanto muerto.
—No es nada —me encogí de hombros.
En realidad, lo odiaba, pero no lo dije, mantuve mi linda boca cerrada.
Los cadáveres en las camillas llamaron mi atención.
— ¿Qué tienes ahí? —curioseé.
—Suicidio —señaló a la mujer de la izquierda. Se veía mayor, de unos cincuenta años—. Homicidio y violación —señaló a la muchacha más joven, calculaba unos veintisiete años a lo mucho.
A veces ver tantos casos de asesinatos me hacía valorar la vida y verla desde un punto de vista diferente. Uno donde debía gozar de cada día como si fuese el último, brindarles todo mi amor y cariño a mis seres queridos, y dejar de quejarme tanto por mi actual empleo.
¿A quién engaño? Nunca dejaría de quejarme hasta de mi propia existencia.
Además de que siempre vivía cada día con normalidad, casi rutinario. Nada iba a pasarme. De hecho, la muerte nunca me había asustado. Muchos le temen por ser algo desconocido, oscuro, doloroso, perverso, el «fin», no abrir los ojos otra vez, desaparecer de la faz de la Tierra. Pero yo no lo veía así. Para mí, la muerte era solo eso: muerte. No experimentas dolor cuando pasas de un mundo a otro, tampoco sufres; es un sentimiento de vacío que se transforma en paz y tranquilidad. A menos que, claro, tu vida terrenal fuese por el mal camino y entonces así sí deberías preocuparte. Porque depende de ti, y solo de ti, si después de morir tendrás una experiencia llena de paz o una de dolor y castigo eterno.
Eso decía Dante Alighieri en su libro, la Divina Comedia. La verdad es que yo no tenía ni idea de cómo era la muerte ni de cómo se sentía —por supuesto— pero el mensaje de su obra era bastante lógico y asertivo para los que creen en la existencia del Cielo y el Infierno.
En un acto de curiosidad plena no pude evitar preguntarme, ¿habrá vida después de la muerte? Es decir, cuando morimos, ¿reencarnamos en otras personas o estamos destinados a repetir esta vida para siempre como un bucle del tiempo sin fin?
Di un último vistazo a los cuerpos y retrocedí lo suficiente.
Al parecer estos cadáveres liberan toxinas que me hacen reflexionar.
— ¿Tienes algo que entregar? —insinuó Rosa señalando con su dedo índice los papeles en mis manos. Al principio estaba ida pero luego caí en cuenta. Chasqueé los dedos y le apunté con mi dedo.
—Gracias por recordármelo.
Salí de la morgue en dirección al ascensor. Mi siguiente parada era el departamento de Narcóticos que se encontraba justo arriba de nosotros. Agradecía que ayer arreglaran el elevador y que ya no tenía que bajar y subir escaleras a diario; mis piernas no lo soportaban más. Sin embargo, en medio de mi atosigo por entregar los papeles, una vocecita familiar me hizo detener.
—Alto, rayo veloz —fue Murphy. Estaba con su cadera recostada en un escritorio mientras leía unos papeles—, están reunidos aquí.
Suspiré y caminé tan rápido como pude hasta la sala de reunión.
Eso me pasa por no prestar atención.
Allí era a donde iban todos los detectives de todas las áreas cuando había un homicidio, secuestro, tráfico de drogas o cualquier otro caso que sea un alto crimen o que simplemente no se había logrado resolver.
En cada departamento había una sala de reunión. Si se trataba de un narcotraficante pequeño —porque cuando son grandes, se encarga la DEA—, las reuniones eran en el departamento de Narcóticos. Si se trataba de un secuestro, se reunían en la oficina del departamento Antisecuestro y Extorsión. Y así sucesivamente, pero si estaban aquí era porque había un asesinato complicado.
Una vez que estuve frente a la sala pude ver a través del vidrio que reemplazaba las paredes. Noté que mi supervisor y teniente en jefe de Homicidios—Terrence Burns—, estaba explicando algo que había en la pizarra. Además, podía ver al sargento y jefe de Narcóticos—Jason Powell—, junto a un par de detectives más.
Entré en silencio para no interrumpir a Terry, caminé hasta donde estaba Powell y le entregué sus papeles con total discreción. Sin embargo, cuando creí que había hecho todo bien, Burns carraspeó y me hizo un ademán para que me acercara.
¿Cómo me escuchó?
—Detectives, ya recordarán a Sage —los presentes asintieron haciéndome sentir un poco incómoda. Mi jefe me miró—. Eres la más joven y por eso necesito que me ayudes con algo —pasó su brazo por mis hombros—. ¿Es casual que una mujer de cincuenta años se suicide porque la despidieron?
Mi momento de brillar del día; aquí es cuando me siento algo más que una mesera.
—Depende. —me separé para poder analizar la pizarra. Estaba la foto del cuerpo que daba a parecer el típico suicidio de la soga atada al techo. Aclaremos que no había nota de despedida y que la declaración de su esposo, hijos y hermanos daban a entender una muy buena relación entre ellos y la víctima. Lo que resaltaba era que su esposo comentó que ella había estado llegando un poco tarde a la casa, más que todo los fines de semana; él aseguraba que era muy extraño puesto que su esposa era una mujer responsable y del hogar. Por otro lado, también dijo que su salud se veía un poco mal y que su aspecto había cambiado, que ella tenía muchas ojeras y su piel perdía brillo; a pesar de eso, ella le juraba que estaba bien y que solo era cansancio. Finalmente, estaba la declaración de su jefe. Él decía que la despidió por haber llegado demasiado tarde dos semanas consecutivas y por su grave equivocación en la declaración de impuestos de una de las empresas que se encontraban
¿Recuerdan la mujer asesinada? Bueno, luego de eso había que buscar al responsable del delito sin olvidar también al otro asesino de la chica más joven que, por cierto, presumíamos que podía ser el mismo que la violó. En la tarde habíamos encontrado al asesino de Mary —la contadora con problemas de drogas—, pero de la chica —Amy— no encontramos nada, solo sospechosos. Y como ya eran las nueve de la noche el jefe decidió continuar al día siguiente, creyó que quizás así tendríamos la mente más despejada. Abrí la puerta de mi casa, tiré mi cartera en la pequeña silla junto a la puerta y la cerré con mi pie. Casi como si estuvieran conectados, Ghost, mi pequeño lobo siberiano, corrió hasta mi lugar una vez se cerró la puerta. Todo mi día fue una m****a, pero este pequeño me alegraba muchísimo sin importar que tan mal me la pasé. —Hola, mi amor —me agaché y acaricié su cabecita, él bostezó—. ¿Quién es el niño flojo de mami? ¿Quién? —él solo inclinó más su
Mis ojos se abrieron como dos platos. Él soltó una risa enseguida. Sus labios estaban por pronunciar algo, pero el sonido de interferencia de radio interrumpió su plan. — ¿Qué encontraste, Kade? —habló una chica. Aquel walkie colgaba de la pretina de su pantalón. El intruso se tensó como si le hubiese llamado el jefe. —No hables. —me pidió, tomando la radio entre sus manos. Luego presionó un botón en el aparato para decir—: No encontré nada, todo es anticuado. Auch. —Pero si es una casa súper lujosa. —contestó la chica, insistente—. Algo debe tener valor, busca bien. —No hay nada —zanjó, casi en tono de molestia—. Nada que nos sirva, nada de valor, nada. Pensé que había terminado hasta que la chica agregó una última cosa: —Bueno sal de allí, vayamos a otra casa. El intruso guardó la radio y me miró con severidad. Fruncí el entrecejo al no entender su seriedad,
El sobre era blanco y no tenía ningún tipo de sello o insignia. No tenía ni idea de quién me lo había enviado. Quizás fueron mis padres, no lo sabía, pero decidí guardarlo en mi bolsillo con toda la intención de leerlo luego. Volví a darle un sorbo a mi agua cuando un oficial pasó junto a mí y se detuvo a unos escasos metros. Su radio comenzó a sonar y no pude evitar escuchar. Chismosa desde 1997. —Tenemos un grupo de jóvenes haciendo grafitis en las paredes —dijo una mujer desde la radio. —Aquí Oficial Henry Fritz, voy para allá —podía ver la desaprobación en su rostro. El hombre dio media vuelta y se fue en dirección al ascensor. La imagen del chico de ayer llegó a mi cabeza. No creía que él fuera parte de ese grupo, no parecía uno de los chicos que rayan paredes con dibujos increíbles, pero se me ocurrió algo. Se me ocurrió que podía buscarlo en el sistema a ver qué tanto daño le hizo a la sociedad. Solo por curios
Tras un par de horas interrogando a los clientes del bar, pudimos dar con el grupo que acompañaba a la chica esa noche. La víctima se llamaba Sofía Torres. Sus amigas contaron que cerca de las cinco de la mañana ella fue al baño y tras unas largas horas sin volver, ellas creyeron que se había ido a su casa —destaquemos que esas señoritas tenían un alto nivel de alcohol en el cuerpo para cuando Sofía fue al baño—. En fin, su cadáver fue encontrado por el dueño del bar a las siete de la mañana y pues no dudó en llamar a la policía. Estuvimos un largo rato indagando en el bar, escuchando los interrogatorios hasta que Burns y yo volvimos al Centro de Investigaciones. Evanie, Hicks y otros agentes debían quedarse un rato más buscando pistas, evidencias, algo que los ayudara. Una de las amigas nombró que Sofía había tenido muchos problemas con su ex novio. Entre esos problemas mencionó que él solía golpearla cuando estaban juntos siendo esa una de las razones de su separac
En la plaza había seis cuerpos que estaban dispersos a lo largo del lugar. Eran cuatro mujeres y dos hombres en total. Por lo lejos que estaban los cuerpos se notaba que cada quién estaba por su cuenta. Sin embargo, solo había una variable en común y era la comida que habían consumido antes de morir; una ensalada que, por la factura que aún conservaban en sus bolsillos y carteras, provenía del mismo restaurante. Un restaurante de comida mexicana. Burns y yo fuimos a visitar dicho local. — ¿Qué es toda esta gente? —preguntó el dueño del restaurante con molestia. Sin embargo, en sus ojos se le notaba la curiosidad—. ¿Quiénes son ustedes? —Teniente de Homicidios Terrence Burns, señor Morales —dijo el jefe mostrando su placa—. Estamos aquí porque hay seis personas muertas en la plaza de enfrente y todas pidieron la misma comida en su restaurante. El hombre frunció su entrecejo, disgustado. —Según el forense, esas personas murieron por enve
—Nombre y tarjeta, por favor. —pidió la señora del protocolo. —Sage Hill —extendí el sobre. Ella lo abrió, verificó que la invitación estuviese allí y luego miró la lista con detenimiento. —Bienvenida, señorita Sage —me sonrió cuando encontró mi nombre en la lista. Su amabilidad y paciencia eran notables en su voz. —Gracias —dije con una sonrisa genuina. Entré y casi se me cayó la mandíbula al ver lo elegante, artística y moderna que era la casa. A primera vista estaba la escalera en forma de espiral que conducía al primer piso, los escalones estaban decorados de una lujosa alfombra roja con pequeños detalles en dorado, y el barandal al estilo vanguardista era negro mate. Del techo descendía un candelabro dorado hermoso con detalles de cristal elegantes en las ramificaciones. El suelo era de un granito color perla brillante y pulcro. El resto del recibidor estaba decorado con pinturas hermosas en las paredes, estatuas pequeñas y median
Su mano estaba fría y algo mojada por la copa que había estado sosteniendo. ¿Alguien puede decirme por qué se comporta así? ¿O soy yo que exagero todo? Unos segundos después estábamos con otro grupo. Entre las personas que estaban ahí, vi al chico hindú de hace un rato. —Chicos, les presento a Sage —les dijo el italiano apenas se acercó a sus otros amigos. Cabe destacar que él no había soltado mi mano. Una chica de rasgos árabes con un mijab rosa en su cabeza sonrió y estiró su mano. —Soy Samira, él es mi hermano Said —estreché la mano con ella y mi mirada se desvió en dirección a su hermano. Por supuesto que también era de rasgos árabes. Él era alto, su cabello negro estaba algo largo pero bien peinado, su piel era un poco morena pero no del todo, lo largo de sus pestañas hacía que sus ojos tuviesen un delineado natural y que el color marrón de los mismos resaltara. Said vestía un traje gris de Giorgio Armani. Supe qu