Mis ojos se abrieron como dos platos.
Él soltó una risa enseguida. Sus labios estaban por pronunciar algo, pero el sonido de interferencia de radio interrumpió su plan.
— ¿Qué encontraste, Kade? —habló una chica. Aquel walkie colgaba de la pretina de su pantalón.
El intruso se tensó como si le hubiese llamado el jefe.
—No hables. —me pidió, tomando la radio entre sus manos. Luego presionó un botón en el aparato para decir—: No encontré nada, todo es anticuado.
Auch.
—Pero si es una casa súper lujosa. —contestó la chica, insistente—. Algo debe tener valor, busca bien.
—No hay nada —zanjó, casi en tono de molestia—. Nada que nos sirva, nada de valor, nada.
Pensé que había terminado hasta que la chica agregó una última cosa:
—Bueno sal de allí, vayamos a otra casa.
El intruso guardó la radio y me miró con severidad. Fruncí el entrecejo al no entender su seriedad, hacía menos de un minuto que se estaba burlando de mí.
—Si no me delatas con la policía, mantendré a mi gente lejos de tu casa. —propuso. En realidad, era más como una promesa, sonó bastante seguro.
No le creía, no confiaba absolutamente nada en él, pero ya se iba así que mejor me limité a aceptar la propuesta.
—Está bien.
Asintió para luego irse por el pasillo que llevaba a las puertas traseras de mi casa.
—Creo que necesito más seguridad. —murmuré antes de dar medio giro e ir a la cocina.
(…)
—Sabemos que fuiste tú, Bianca, ella te robó a tu novio, te hacía bullying en la escuela, te insultó por la marca de nacimiento en tu rostro, fuiste por venganza al verla sola en la piscina, la ahogaste y como no funcionó, la apuñalaste —el detective Noah acusó a la muchacha de veintiséis años con ferocidad—. ¡La asesinaste!
Ella lo miraba con los ojos llenos de rabia, impotencia, pero detrás de todo ese gran enojo, estaba el miedo. El miedo la estaba devorando haciéndola tener un pánico y una ansiedad que manejaría a la perfección de no ser que ya estaba llegando al borde del colapso. Se le veía cada vez más el sentimiento de no tener a dónde escapar, de que la habían atrapado. Y eso le daba más rabia.
—Usted no sabe nada, señor Green —escupió con lentitud dejando claro en su voz que, más que molesta, estaba furiosa—. No tienen pruebas.
Te equivocaste.
— ¿Entonces estoy loco? — el agente alzó ambas cejas fingiendo sorpresa, miró hacia la puerta y colocó sus brazos en jarras—. Señorita Evanie, por favor corrobore mi demencia.
La detective dio unos pasos hacia adelante y colocó dos hojas en la mesa; una tenía una foto de la sospechosa junto a sus huellas y al lado estaba una fotografía tamaño carta de una huella encontrada en un bolígrafo.
—El arma homicida fue un lapicero y las huellas encontradas en ella coinciden con las tuyas —explicó con detenimiento, señalando las fotos—. Además de que tu padre nos confirmó que el bolígrafo utilizado en el asesinato era un regalo de cumpleaños para ti de su parte, nos dijo que tus iniciales están inscritas en el gancho.
La chica estaba demasiado furiosa, sus manos habían comenzado a temblar al igual que su cuerpo. Su respiración era lenta, muy lenta, su pecho subía y bajaba como la de una persona dormida. Sus ojos se perdieron en la fotografía como si intentara pensar, recodar, encontrar algo, pero no tenía nada, la habíamos capturado.
Entonces se inclinó hacia adelante en la silla y miró con severidad a la pareja que la interrogaba.
—Sí, yo lo hice. —confesó la ahora culpable del crimen—. Esa perra se lo merecía y no me arrepiento de nada, lo volvería a hacer mil veces más.
—Bueno, pasarás bastante tiempo en prisión como para arrepentirte —llamó al oficial con su mano—. Llévesela.
Mientras que la levantaba del asiento y la esposaba, el detective Noah Green comenzó a leerle sus derechos.
—Bianca Parker quedas arrestada por el homicidio de Amy Arnold y por el uso de un tubo para su violación. Todo lo que digas será usado en tu contra. Tienes derecho a una llamada y a un abogado. Si no puedes pagarlo, el Estado te asignará uno.
Se la llevaron.
Pero no pude evitar preguntarme una sola cosa:
— ¿En serio usó un tubo para violarla? —inquirí, asqueada.
De por sí el acto era cruel y perverso, pero con un tubo ya era demasiado.
Todo el tiempo del interrogatorio había estado en la sala de oyentes. Esa donde uno ve todo, pero los del otro lado no te ven a ti.
—He visto cosas peores —respondió el detective Hicks, restándole importancia, mientras intentaba abrir una bolsa de galletas.
—Pero usó un tubo —reiteré haciendo una mueca de desagrado.
Suspiró y me miró como si fuese una niña que no sabe nada del mundo.
—Cada día nace un loco diferente —señaló.
—Y cada día la sociedad está más destruida —le di un último vistazo al agente Hicks y salí de la habitación.
George era un hombre de unos treinta y tantos años que se mantenía joven y en buena condición física a pesar de ser algo delgado. Su cabello castaño corto iba a juego con la barba de algunos tres días que se extendía desde sus patillas formando un candado alrededor de su boca. Cejas pobladas, nariz fina, Hicks era un don Juan para las mujeres de su edad, solo que, para su mala suerte, el hombre estaba felizmente casado.
Sentí la garganta seca por lo que fui hasta el filtro de agua. Mientras se llenaba el vasito recordé que en realidad no había bebido nada de agua en todo el día, y justo cuando estaba dándole un sorbo, una chica me llamó.
—Sage, ¿verdad? —fue lo que dijo.
Me giré y asentí, poco convencida.
Era de mi tamaño, un poco más alta tal vez, su piel canela resaltaba por la blusa blanca que cargaba puesta y el pantalón rosa pálido la hacía ver bastante elegante. La chica se veía bonita, delicada. Disimuladamente visualicé mi ropa y me lancé una mirada de desaprobación. Solo tenía puesto unos jeans viejos y un suéter azul marino con la silueta de un lobo.
Pésimo. Pésimo. Pésimo estilo.
—Esto es para ti —me entregó un sobre. Fruncí el entrecejo mirando el objeto en mis manos. La chica extendió también una tabla con un papel, firmé para revalidar que recibí el sobre y la morena se fue por donde vino.
El sobre era blanco y no tenía ningún tipo de sello o insignia. No tenía ni idea de quién me lo había enviado. Quizás fueron mis padres, no lo sabía, pero decidí guardarlo en mi bolsillo con toda la intención de leerlo luego. Volví a darle un sorbo a mi agua cuando un oficial pasó junto a mí y se detuvo a unos escasos metros. Su radio comenzó a sonar y no pude evitar escuchar. Chismosa desde 1997. —Tenemos un grupo de jóvenes haciendo grafitis en las paredes —dijo una mujer desde la radio. —Aquí Oficial Henry Fritz, voy para allá —podía ver la desaprobación en su rostro. El hombre dio media vuelta y se fue en dirección al ascensor. La imagen del chico de ayer llegó a mi cabeza. No creía que él fuera parte de ese grupo, no parecía uno de los chicos que rayan paredes con dibujos increíbles, pero se me ocurrió algo. Se me ocurrió que podía buscarlo en el sistema a ver qué tanto daño le hizo a la sociedad. Solo por curios
Tras un par de horas interrogando a los clientes del bar, pudimos dar con el grupo que acompañaba a la chica esa noche. La víctima se llamaba Sofía Torres. Sus amigas contaron que cerca de las cinco de la mañana ella fue al baño y tras unas largas horas sin volver, ellas creyeron que se había ido a su casa —destaquemos que esas señoritas tenían un alto nivel de alcohol en el cuerpo para cuando Sofía fue al baño—. En fin, su cadáver fue encontrado por el dueño del bar a las siete de la mañana y pues no dudó en llamar a la policía. Estuvimos un largo rato indagando en el bar, escuchando los interrogatorios hasta que Burns y yo volvimos al Centro de Investigaciones. Evanie, Hicks y otros agentes debían quedarse un rato más buscando pistas, evidencias, algo que los ayudara. Una de las amigas nombró que Sofía había tenido muchos problemas con su ex novio. Entre esos problemas mencionó que él solía golpearla cuando estaban juntos siendo esa una de las razones de su separac
En la plaza había seis cuerpos que estaban dispersos a lo largo del lugar. Eran cuatro mujeres y dos hombres en total. Por lo lejos que estaban los cuerpos se notaba que cada quién estaba por su cuenta. Sin embargo, solo había una variable en común y era la comida que habían consumido antes de morir; una ensalada que, por la factura que aún conservaban en sus bolsillos y carteras, provenía del mismo restaurante. Un restaurante de comida mexicana. Burns y yo fuimos a visitar dicho local. — ¿Qué es toda esta gente? —preguntó el dueño del restaurante con molestia. Sin embargo, en sus ojos se le notaba la curiosidad—. ¿Quiénes son ustedes? —Teniente de Homicidios Terrence Burns, señor Morales —dijo el jefe mostrando su placa—. Estamos aquí porque hay seis personas muertas en la plaza de enfrente y todas pidieron la misma comida en su restaurante. El hombre frunció su entrecejo, disgustado. —Según el forense, esas personas murieron por enve
—Nombre y tarjeta, por favor. —pidió la señora del protocolo. —Sage Hill —extendí el sobre. Ella lo abrió, verificó que la invitación estuviese allí y luego miró la lista con detenimiento. —Bienvenida, señorita Sage —me sonrió cuando encontró mi nombre en la lista. Su amabilidad y paciencia eran notables en su voz. —Gracias —dije con una sonrisa genuina. Entré y casi se me cayó la mandíbula al ver lo elegante, artística y moderna que era la casa. A primera vista estaba la escalera en forma de espiral que conducía al primer piso, los escalones estaban decorados de una lujosa alfombra roja con pequeños detalles en dorado, y el barandal al estilo vanguardista era negro mate. Del techo descendía un candelabro dorado hermoso con detalles de cristal elegantes en las ramificaciones. El suelo era de un granito color perla brillante y pulcro. El resto del recibidor estaba decorado con pinturas hermosas en las paredes, estatuas pequeñas y median
Su mano estaba fría y algo mojada por la copa que había estado sosteniendo. ¿Alguien puede decirme por qué se comporta así? ¿O soy yo que exagero todo? Unos segundos después estábamos con otro grupo. Entre las personas que estaban ahí, vi al chico hindú de hace un rato. —Chicos, les presento a Sage —les dijo el italiano apenas se acercó a sus otros amigos. Cabe destacar que él no había soltado mi mano. Una chica de rasgos árabes con un mijab rosa en su cabeza sonrió y estiró su mano. —Soy Samira, él es mi hermano Said —estreché la mano con ella y mi mirada se desvió en dirección a su hermano. Por supuesto que también era de rasgos árabes. Él era alto, su cabello negro estaba algo largo pero bien peinado, su piel era un poco morena pero no del todo, lo largo de sus pestañas hacía que sus ojos tuviesen un delineado natural y que el color marrón de los mismos resaltara. Said vestía un traje gris de Giorgio Armani. Supe qu
Cintas amarillas que limitan el paso. Las sirenas de los autos policiales y de las ambulancias. Mujeres sollozando. Un hombre alterado Dudas. Sospechas. Acusaciones. En eso se basó la última hora después de la muerte de Ford Simmons y su novia, Natalie Keys. Había policías interrogando invitados, empleados, vigilantes, hasta a las mascotas. Las personas estaban conmocionadas y asustadas, el gobernador no dejaba de exigir respuestas al igual que la madre de Natalie. La policía estaba haciendo demasiadas preguntas y nadie sabía qué responder porque nadie tenía idea de lo que había pasado. Luego de que la mujer entrara y diera la noticia, la luz tardó unos tres minutos en llegar, la policía llegó cinco minutos después y el equipo de Burns llegó un minuto después de la policía. Entre las acusaciones que rondaban de boca en boca, estaba la del vigilante de la entrada y mi persona. Los padres de Natalie y de Ford tení
Había pasado una noche terrible. No dormí nada pensando en esa fiesta. En que estaba fuera del caso, que no podía indagar con libertad, en el comportamiento de los invitados, la conducta de Ford, todo estaba confundiéndome y no me dejaba dormir, mi mente no paraba de hacer teorías. Necesitaba respuestas, pero cómo iba a empezar si no tenía nada de pistas, nada de evidencia, no tenía material. Pude recuperar las ganas de dormir a eso de las cuatro de la madrugada. Caí en un sueño profundo hasta que a las ocho de la mañana mi perro comenzó a ladrar como si su vida dependiera de ello. Ghost se había acostumbrado a dormir en la sala de abajo. Solo los días de tormenta se venía a mi cama, pero, de resto, él sabía cuál era su lugar. El lobo siberiano seguía sin callarse por lo que me puse las almohadas en la cara. —Silencio, perro —susurré contra las mismas. Pasaron unos segundos eternos en los que el perro seguía ladrando. Gruñí con frustración al
—Mentirosa —fue lo único que pude decirle. Los rostros más inocentes son los más sucios, ¿no? Clover no hablaba, ni siquiera me miraba. —Acabas de decir algo demasiado peligroso —me acerqué a la mesa con lentitud, como si un movimiento en falso haría correr lejos a la morena frente a mí—. Clover. Seguía sin mirarme. —Clover necesito que te expliques y me digas exactamente a qué te refieres —eché una de las sillas hacia atrás y tomé asiento frente a mi amiga que ahora resultaba ser sospec