¿Recuerdan la mujer asesinada? Bueno, luego de eso había que buscar al responsable del delito sin olvidar también al otro asesino de la chica más joven que, por cierto, presumíamos que podía ser el mismo que la violó.
En la tarde habíamos encontrado al asesino de Mary —la contadora con problemas de drogas—, pero de la chica —Amy— no encontramos nada, solo sospechosos. Y como ya eran las nueve de la noche el jefe decidió continuar al día siguiente, creyó que quizás así tendríamos la mente más despejada.
Abrí la puerta de mi casa, tiré mi cartera en la pequeña silla junto a la puerta y la cerré con mi pie. Casi como si estuvieran conectados, Ghost, mi pequeño lobo siberiano, corrió hasta mi lugar una vez se cerró la puerta.
Todo mi día fue una m****a, pero este pequeño me alegraba muchísimo sin importar que tan mal me la pasé.
—Hola, mi amor —me agaché y acaricié su cabecita, él bostezó—. ¿Quién es el niño flojo de mami? ¿Quién? —él solo inclinó más su cabeza para que siguiera haciéndole cariñitos—. Debes tener hambre —me enderecé y comencé a caminar hasta la cocina.
Luego de servirle la comida, procedí a hacerme la cena. Yo era más de pedir comida para así no tener que cocinar, pero era tarde, nadie me traería comida a esa hora. Al menos no a un precio moderado.
—Estoy cansada, Ghost —le murmuré al animal que descansaba junto a su taza de comida—. Me tiene harta mi papel de sirvienta.
Metí una cajita con comida instantánea en el microondas y marqué el tiempo en el electrodoméstico. Tenía que esperar un minuto.
Tomé asiento en la mesa, crucé mis brazos sobre la madera y dejé mi cabeza reposar sobre ellos.
Quiero dormir un siglo.
Una vez vi en las noticias que la NASA estaba contratando personas para dormir; que de hecho les iban a pagar y su único trabajo era dormir. Creo que iban a probar unas camas, no tengo idea, pero muchas veces pasó por mi mente aceptar aquello.
Sentí como el sueño se iba apoderando de mi alma así que levanté la cabeza para no quedarme dormida. Me levanté también de la mesa y fui hasta la nevera para tomar un refresco.
Entonces terminó el tiempo del microondas.
Cansada y hambrienta, caminé arrastrando los pies hasta la comida. Lo único que quería hacer era cenar y acostarme a dormir, pero mis planes se vieron afectados cuando el chirrido de la madera del piso resonó por toda la casa. Yo no había sido, el sonido no fue dentro de la cocina, fue por el área de la sala. Creí por un momento que había sido Ghost, pero tras mirarlo y darme cuenta que estaba dormido, las alertas se encendieron en mi cabeza.
Si no había sido él y no había más nadie en la casa, ¿quién fue?
Okey, yo amaba las películas de terror, pero para dormir tenía que poner Disney. Así que, por mi mente, cruzó la idea de un fantasma y un frío comenzó a escalar por mi espalda, en mi estómago sentí una fuerte punzada mientras que mi corazón latía tan rápido que me mareaba. Si era un fantasma, iba a morir de un infarto.
Escuché más pasos cautelosos por la casa y agradecí internamente que el piso era de madera porque así podía oír al intruso. Aproveché para empezar a caminar con sigilo luego de haber tomado mi arma.
No sabía si era un fantasma o un ladrón, pero fuera lo que fuere, me asustaba de sobremanera. Nunca había luchado cuerpo a cuerpo con alguien, ni siquiera a distancia, pero algo tenía que hacer, no podía quedarme allí y ver como robaban mi casa. Si se trataba de un fantasma, mi plan era sencillo: correr como si mi vida dependiera de ello. Si llegaba a trabar las puertas me lanzaba por la ventana, pero de que salía, salía.
Inhalé bastante hondo en un intento de calmar mi miedo y seguí caminando por el pasillo. Ahora que lo recordaba, ¿por qué no llamé a la policía? Trabajaba con ellos y no llamé cuando estaban a punto de robarme. Lo peor de todo era que mi teléfono estaba en mi cartera, en la entrada de la casa, así que era probable que ya no existiera el aparato.
Recordé otra cosa.
Ghost.
Miré hacia todos lados, sintiendo el pánico atacarme, y lo encontré detrás de mí, mirándome con seriedad.
Allí estás.
De la nada, comenzó a ladrar hacia algo detrás de mí. Me preparé mental y físicamente para correr en caso de presencia paranormal, pero al girar solo vi una silueta humana dándome la espalda. Una real, tridimensional y con carne. Él estaba en la entrada de la sala mirando debajo de los cojines del sofá.
Sentí un alivio muy mínimo al ver que no se trataba de un ente malévolo y fantasmal, pero mi alivio duró poco cuando asimilé que era un ladrón. Con todo el pánico y el miedo atormentando en mi cabeza, actué de la mejor forma que pude.
— ¡Arriba las manos! —le grité al intruso y él se tensó cuando escuchó mi voz.
Era alto, más que yo al menos, su cuerpo se veía atlético como el de un jugador de béisbol, tenía dos tatuajes, uno en cada brazo, y estaba todo vestido de negro. Giró un poco su cabeza sobre su hombro hasta poder verme; cuando lo logró, soltó una risa sarcástica.
— ¿Me vas a matar con eso?
Para tu información, este cuchillo es altamente mor...
Bajé la mirada y me di cuenta de que en realidad tenía un plátano en mis manos.
Maldito cansancio.
Bajé el plátano.
—Soy policía, si no te vas, voy a tener que pedir refuerzos —amenacé. Aunque no formaba ni una cuarta parte del cuerpo policial—. Si me atacas, voy a tener que...
— ¿Matarme? —completó como si fuese lo más absurdo del mundo—. A menos que ese plátano dispare balas creo que la única que está en problemas eres tú.
—Te dije que soy policía y llamaré refuerzos —repetí con firmeza. Ya no tenía con qué defenderme cuerpo a cuerpo, pero al menos sabía dar una buena pelea.
—No eres policía —todavía no me miraba, su espalda estaba enfrentándome primero. Lo bueno era que sus brazos estaban en el aire—. No hay un auto de la estación y tu cuerpo tiembla como una gelatina.
¡No es cierto!
Miré mis manos y ciertamente estaban temblando un poco. Inhalé hondo para controlar mis nervios de chihuahua y poder continuar con mis fallidos intentos de causar miedo.
—Voy a llamar a la policía si no desapareces de mi vista en los próximos tres segundos. —dije, perdiendo la paciencia.
— ¿Tan rápido perdiste la postura diplomática? —su voz sonó ronca, pero con toda la intención de ser burlona.
Tenía que pensar en algo. Había un no-se-qué que me decía que ese chico no era peligroso del todo. Quizás porque habían pasado cinco minutos en los que no buscó hacerme daño; aunque podía ser una estrategia para luego asesinarme de una forma sangrienta, perversa y horrible…
—Sé que tú no quieres hacerme daño —solté lo primero que pensé.
— ¿No? —bajó los brazos con lentitud al mismo tiempo que giraba su cuerpo para al fin darme cara—. Dime, ¿por qué no?
Virgen de la chinita, ¿de dónde sacaste este criminal exótico?
Aclaremos que tenía cuatro meses trabajando en una estación de policía como para saber que los ladrones no eran así de preciosos. De hecho, algunos eran un poco intimidantes por lo peligroso que era su aspecto. Sin embargo, él parecía todo lo contrario. Se veía como un chico normal que solo hacía estupideces.
Dejé de analizarlo. Era hora de sacarlo de mi casa.
—Si quisieras hacerlo, no hubieses perdido tiempo —aseguré, amarga.
—Has descubierto mi gran secreto —mostró sus palmas, como si se rindiera. Las comisuras de sus labios se elevaron un poco—. Vine a robar y a secuestrar a las personas que viven aquí.
Mis ojos se abrieron como dos platos. Él soltó una risa enseguida. Sus labios estaban por pronunciar algo, pero el sonido de interferencia de radio interrumpió su plan. — ¿Qué encontraste, Kade? —habló una chica. Aquel walkie colgaba de la pretina de su pantalón. El intruso se tensó como si le hubiese llamado el jefe. —No hables. —me pidió, tomando la radio entre sus manos. Luego presionó un botón en el aparato para decir—: No encontré nada, todo es anticuado. Auch. —Pero si es una casa súper lujosa. —contestó la chica, insistente—. Algo debe tener valor, busca bien. —No hay nada —zanjó, casi en tono de molestia—. Nada que nos sirva, nada de valor, nada. Pensé que había terminado hasta que la chica agregó una última cosa: —Bueno sal de allí, vayamos a otra casa. El intruso guardó la radio y me miró con severidad. Fruncí el entrecejo al no entender su seriedad,
El sobre era blanco y no tenía ningún tipo de sello o insignia. No tenía ni idea de quién me lo había enviado. Quizás fueron mis padres, no lo sabía, pero decidí guardarlo en mi bolsillo con toda la intención de leerlo luego. Volví a darle un sorbo a mi agua cuando un oficial pasó junto a mí y se detuvo a unos escasos metros. Su radio comenzó a sonar y no pude evitar escuchar. Chismosa desde 1997. —Tenemos un grupo de jóvenes haciendo grafitis en las paredes —dijo una mujer desde la radio. —Aquí Oficial Henry Fritz, voy para allá —podía ver la desaprobación en su rostro. El hombre dio media vuelta y se fue en dirección al ascensor. La imagen del chico de ayer llegó a mi cabeza. No creía que él fuera parte de ese grupo, no parecía uno de los chicos que rayan paredes con dibujos increíbles, pero se me ocurrió algo. Se me ocurrió que podía buscarlo en el sistema a ver qué tanto daño le hizo a la sociedad. Solo por curios
Tras un par de horas interrogando a los clientes del bar, pudimos dar con el grupo que acompañaba a la chica esa noche. La víctima se llamaba Sofía Torres. Sus amigas contaron que cerca de las cinco de la mañana ella fue al baño y tras unas largas horas sin volver, ellas creyeron que se había ido a su casa —destaquemos que esas señoritas tenían un alto nivel de alcohol en el cuerpo para cuando Sofía fue al baño—. En fin, su cadáver fue encontrado por el dueño del bar a las siete de la mañana y pues no dudó en llamar a la policía. Estuvimos un largo rato indagando en el bar, escuchando los interrogatorios hasta que Burns y yo volvimos al Centro de Investigaciones. Evanie, Hicks y otros agentes debían quedarse un rato más buscando pistas, evidencias, algo que los ayudara. Una de las amigas nombró que Sofía había tenido muchos problemas con su ex novio. Entre esos problemas mencionó que él solía golpearla cuando estaban juntos siendo esa una de las razones de su separac
En la plaza había seis cuerpos que estaban dispersos a lo largo del lugar. Eran cuatro mujeres y dos hombres en total. Por lo lejos que estaban los cuerpos se notaba que cada quién estaba por su cuenta. Sin embargo, solo había una variable en común y era la comida que habían consumido antes de morir; una ensalada que, por la factura que aún conservaban en sus bolsillos y carteras, provenía del mismo restaurante. Un restaurante de comida mexicana. Burns y yo fuimos a visitar dicho local. — ¿Qué es toda esta gente? —preguntó el dueño del restaurante con molestia. Sin embargo, en sus ojos se le notaba la curiosidad—. ¿Quiénes son ustedes? —Teniente de Homicidios Terrence Burns, señor Morales —dijo el jefe mostrando su placa—. Estamos aquí porque hay seis personas muertas en la plaza de enfrente y todas pidieron la misma comida en su restaurante. El hombre frunció su entrecejo, disgustado. —Según el forense, esas personas murieron por enve
—Nombre y tarjeta, por favor. —pidió la señora del protocolo. —Sage Hill —extendí el sobre. Ella lo abrió, verificó que la invitación estuviese allí y luego miró la lista con detenimiento. —Bienvenida, señorita Sage —me sonrió cuando encontró mi nombre en la lista. Su amabilidad y paciencia eran notables en su voz. —Gracias —dije con una sonrisa genuina. Entré y casi se me cayó la mandíbula al ver lo elegante, artística y moderna que era la casa. A primera vista estaba la escalera en forma de espiral que conducía al primer piso, los escalones estaban decorados de una lujosa alfombra roja con pequeños detalles en dorado, y el barandal al estilo vanguardista era negro mate. Del techo descendía un candelabro dorado hermoso con detalles de cristal elegantes en las ramificaciones. El suelo era de un granito color perla brillante y pulcro. El resto del recibidor estaba decorado con pinturas hermosas en las paredes, estatuas pequeñas y median
Su mano estaba fría y algo mojada por la copa que había estado sosteniendo. ¿Alguien puede decirme por qué se comporta así? ¿O soy yo que exagero todo? Unos segundos después estábamos con otro grupo. Entre las personas que estaban ahí, vi al chico hindú de hace un rato. —Chicos, les presento a Sage —les dijo el italiano apenas se acercó a sus otros amigos. Cabe destacar que él no había soltado mi mano. Una chica de rasgos árabes con un mijab rosa en su cabeza sonrió y estiró su mano. —Soy Samira, él es mi hermano Said —estreché la mano con ella y mi mirada se desvió en dirección a su hermano. Por supuesto que también era de rasgos árabes. Él era alto, su cabello negro estaba algo largo pero bien peinado, su piel era un poco morena pero no del todo, lo largo de sus pestañas hacía que sus ojos tuviesen un delineado natural y que el color marrón de los mismos resaltara. Said vestía un traje gris de Giorgio Armani. Supe qu
Cintas amarillas que limitan el paso. Las sirenas de los autos policiales y de las ambulancias. Mujeres sollozando. Un hombre alterado Dudas. Sospechas. Acusaciones. En eso se basó la última hora después de la muerte de Ford Simmons y su novia, Natalie Keys. Había policías interrogando invitados, empleados, vigilantes, hasta a las mascotas. Las personas estaban conmocionadas y asustadas, el gobernador no dejaba de exigir respuestas al igual que la madre de Natalie. La policía estaba haciendo demasiadas preguntas y nadie sabía qué responder porque nadie tenía idea de lo que había pasado. Luego de que la mujer entrara y diera la noticia, la luz tardó unos tres minutos en llegar, la policía llegó cinco minutos después y el equipo de Burns llegó un minuto después de la policía. Entre las acusaciones que rondaban de boca en boca, estaba la del vigilante de la entrada y mi persona. Los padres de Natalie y de Ford tení
Había pasado una noche terrible. No dormí nada pensando en esa fiesta. En que estaba fuera del caso, que no podía indagar con libertad, en el comportamiento de los invitados, la conducta de Ford, todo estaba confundiéndome y no me dejaba dormir, mi mente no paraba de hacer teorías. Necesitaba respuestas, pero cómo iba a empezar si no tenía nada de pistas, nada de evidencia, no tenía material. Pude recuperar las ganas de dormir a eso de las cuatro de la madrugada. Caí en un sueño profundo hasta que a las ocho de la mañana mi perro comenzó a ladrar como si su vida dependiera de ello. Ghost se había acostumbrado a dormir en la sala de abajo. Solo los días de tormenta se venía a mi cama, pero, de resto, él sabía cuál era su lugar. El lobo siberiano seguía sin callarse por lo que me puse las almohadas en la cara. —Silencio, perro —susurré contra las mismas. Pasaron unos segundos eternos en los que el perro seguía ladrando. Gruñí con frustración al