El avión descendió suavemente hacia el aeropuerto, el sonido del motor en marcha ahogaba cualquier ruido externo, mientras Isabella miraba por la ventana con los ojos fijos en el horizonte, como si buscara alguna respuesta allí, en ese rincón de cielo despejado. El pequeño Marcos dormía tranquilo en sus brazos, con su respiración suave y cadenciosa, ajeno a todo lo que ocurría alrededor. Isabella sentía cómo su corazón palpitaba con fuerza, un nudo en el estómago que no se disipaba. La incertidumbre sobre lo que pasaría con Tomás, el futuro de su familia, sobre las amenazas que se cernían sobre la mafia, sobre todo lo que había perdido, la consumía.Deseaba tanto dejar todo, alejarse, disfrutar de su hijo y su matrimonio en Toscana o en Suiza, pero no podía, no podía dejar solos a sus hermanos con esa responsabilidad, no podía abandonar a Don Marcos y a Leonardo y simplemente darle la espalda a algo que Francesco y ella no habían pedido; pero de lo cual tenían toda la responsabilidad
El aire en la mansión estaba tranquilo, casi sombrío, a pesar de la calidez del sol de la tarde que iluminaba suavemente los grandes ventanales. La familia Rossi Moretti había llegado de Suiza, pero la paz que se sentía en la casa no era más que una fachada, un intento desesperado de hallar calma después del torbellino que había significado el regreso.Isabella estaba sentada en el sofá de la habitación, mirando fijamente el horizonte a través de la ventana, el pequeño Marcos dormía plácidamente en sus brazos, ajeno a los conflictos de los adultos que lo rodeaban. Francesco, sentado a su lado, la observaba con una mezcla de ternura y preocupación. Sabía que, aunque ella intentara mostrar fortaleza, el peso de lo sucedido con Elena y la tensión acumulada no desaparecerían tan fácilmente.—Descansa, amor —dijo Francesco suavemente, mirando a Isabella, cuya mirada perdida parecía no encontrar reposo en su mente.Ella le sonrió con suavidad, pero no podía evitar sentir una carga interna,
La mañana siguiente a la cena, el grupo se marchó a la constructora para continuar con su apretada agenda, mientras que Chiara se dirigía a la academia. Francesco, Isabella y el pequeño Marcos regresaron a la mansión Rossi, para visitar al abuelo.Al llegar, el abuelo los recibió con una sonrisa de alegría, sosteniendo al pequeño Marco en sus brazos, quien lo miraba con ojos brillantes.—Mira cómo está de grande este caballerito —dijo el abuelo mientras el pequeño sonreía al escuchar su voz, su risa resonando suavemente en la sala.Francesco e Isabella se acomodaron en el sofá mientras el abuelo jugaba con el pequeño en la habitación, envolviéndolos en una calma tranquila. Sin embargo, las palabras de Francesco se filtraron en el aire como una advertencia.—Abuelo, Leonardo me comentó sobre el proyecto para los Lombardi. ¿Crees que sea seguro enviar a los chicos allá?El abuelo dejó de jugar con el niño por un momento, y miró a Francesco con una expresión grave, pero serena.—Francesc
La tarde cayó sobre la mansión Rossi, tiñendo el cielo con tonos dorados y anaranjados. En el amplio salón principal, Isabella sostenía una copa de vino mientras observaba a Francesco conversar con el abuelo. Aunque su rostro mostraba tranquilidad, dentro de ella una inquietud creciente se apoderaba de sus pensamientos. El peso de la situación que estaban enfrentando no parecía disiparse, y la creciente tensión con los Lombardi hacía que todo se sintiera más urgente.Uno a uno, Leonardo, Alessa, Charly y Chiara llegaron a la mansión. El ambiente se llenó de una energía renovada, aunque la atmósfera seguía impregnada de una leve tensión, como si todo estuviera a punto de estallar. Francesco lanzó una mirada severa a Leonardo cuando se mencionó el proyecto en Sicilia.—No me gusta la idea de trabajar con los Lombardi —dijo Francesco con voz firme. —Siempre han tenido sus propios intereses y Salvatore no es precisamente alguien en quien confiaría ciegamente.Leonardo intercambió una mira
La mañana siguiente al cierre del contrato, el sol apenas comenzaba a teñir el cielo de tonos dorados cuando Isabella y Francesco llegaron al aeropuerto privado. El viento matutino soplaba suavemente, trayendo consigo un aire fresco que contrastaba con la calidez de la despedida que estaba por ocurrir.Leonardo, Charly y Alessa estaban listos para abordar el jet que los llevaría a Sicilia. Aunque la ocasión debía sentirse como el inicio de un gran proyecto, la tensión era palpable.Francesco fue el primero en hablar, con un tono serio y protector.—Mantengan la seguridad y, sobre todo, los ojos bien abiertos. No confíen demasiado en los Lombardi. Cuiden de Alessa y manténganme informado.Leonardo, conociendo bien la naturaleza de Francesco, estrechó su mano con firmeza y lo abrazó con fuerza. Sabía que su primo no estaba tranquilo con este viaje, y para ser honestos, él tampoco lo estaba.—No te preocupes. Volveremos para la reunión de todos los meses cuando todo esté en marcha y bajo
El grupo dejo atrás la pista privada del aeropuerto de Palermo. A través de la ventanilla, Alessa veía el paisaje con una sensación de vacío en el pecho dejando que el paisaje siciliano pasara ante sus ojos sin realmente verlo. La calidez del clima contrastaba con el frío que sentía en su interior. Su discusión con Leonardo en el avión aún pesaba en su mente, y la distancia emocional entre ellos parecía crecer con cada palabra no dicha.El trayecto hacia el hotel fue tenso. Leonardo mantenía la vista fija en la carretera, sumido en sus propios pensamientos su mandíbula tensa y sus manos apretadas en sus muslos. Por su parte, Charly intentaba distraerse revisando documentos en su Tablet. La tensión entre Alessa y Leonardo había sido evidente para todos en el jet, y aunque Charly había intentado suavizar la situación, sabía que la herida entre ellos era mucho más profunda de lo que ambos admitían.Cuando llegaron al hotel, Salvatore se adelantó con esa sonrisa ladeada que siempre parecí
El sol de la mañana iluminaba las amplias oficinas de la Constructora Moretti-Rossi. Isabella, vestida con un elegante traje de falda negro y una blusa color marfil, caminaba con paso firme por el pasillo principal. Su presencia, imponente y segura, irradiaba autoridad. Los empleados se detenían por un segundo cuando pasaba, no por miedo, sino por respeto. Todos sabían que la dueña de la empresa no era solo una mujer de negocios; era una estratega con la mente afilada como una navaja.Esa mañana, la sala de conferencias estaba repleta de ingenieros, arquitectos y ejecutivos. Isabella se colocó en la cabecera de la mesa, cruzando las piernas con elegancia mientras dejaba su tablet sobre la mesa.—Muy bien, señores, vamos directo al grano. —Su tono era firme—. Quiero actualizaciones sobre cada uno de nuestros proyectos en curso. No quiero excusas, quiero resultados.Uno de los jefes de obra, Ennio Giardano, un hombre mayor con años de experiencia, carraspeó antes de hablar.—El proyecto
El resonar de la lluvia golpeaba las ventanas de la mansión Rossi, creaba una sinfonía melancólica que se filtraba por cada rincón. Francesco, con la mirada perdida en el horizonte, recordaba las palabras de su abuelo Don Marco Rossi: «La vida es un laberinto, Francesco, y a veces, nos perdemos en las sombras».Esa noche, las sombras se cerraron aún más. El sonido de unos tacones resonó en el pasillo, interrumpiendo los pensamientos de Francesco. Elena entró en la habitación en compañía de Dimitri, su rostro estaba palidecido y sus ojos parecían perdidos e inundados por el llanto.—Elena, acabo de enterarme, —dijo Francesco con una expresión de tristeza y rabia. —Siento mucho lo de tus padres Elena, trabajaron para el abuelo y siempre fueron leales a la familia, no entiendo como sucedió. ¿Cómo estás?Elena apenas levantó la mirada. —Estoy totalmente sola, Francesco. La noticia fue como un golpe repentino, no sé qué haré sin mis padres, yo ni siquiera termine a la universidad, mi padre